A Paca se le humedecían los párpados recordando aquel día, pasaron tantas semanas de preparativos, de nervios, de ilusión por su matrimonio y, porque no decirlo, por saber quien era su padre que con ocasión del matrimonio no había reparado en gastos y parecía igual de ilusionado que ella. El Señor Conde, Don Bernardo de Mudela, no solo tenia sentimientos, se lo había demostrado en mas de una ocasión defendiéndola de sus hermanos y de los supersticiosos avaros de su riqueza, su melena, su vello rojo. No habían sido solo actos de humanidad, se trataba de defender a su hija bastarda, no reconocida, sin sus apellidos, pero por sus venas corría su sangre y eso al Conde, tradicional en cuestiones de linaje, no podía olvidarlo y queriendo o sin querer, ella era su hija.
Paca se olvidó de la tormenta, ensimismada en sus sueños, los relámpagos, los rayos y los truenos se habían convertido en una monotonía que no le sorprendía ni cuando el cielo mandaba uno de sus mayores gemidos. En sus pensamientos, tampoco le perturbaba la presencia de luces y sombras, de sonidos sacados de gargantas dolientes, de espíritus errantes, de la muerte que la cortejaba. Casi la deseaba, sola en el mundo con su cuerpo marchito e inútil tirado sobre la cama y dependiendo siempre del humor y de los servicios de Fernanda en un condado muerto y abandonado por el paso del tiempo y los infortunios sucedidos durante tantos años; ya nada le quedaba tan solo sus recuerdos y esos permanecerían para siempre. Los recuerdos y el tiempo vivido, es lo único que le quedaba como a cualquier ser humano, en definitiva la vida es el fruto de lo que has vivido, de las experiencias, de las personas que te han rodeado y de cada una de las circunstancias que al final componen nuestra memoria. Sin futuro alguno el pasado era Paca, ahora postrada en la cama no era nadie, tan solo alimento de alimañas y de almas hambrientas esperando a su presa, por todo ello, la muerte con su túnica negra y su guadaña, no le asustaba.
Unos días antes de la boda y de su muerte en pleno festejo, su abuela Fidela le contó como llego a este mundo, lo recordaba con detalle, aquel día de vendimia cuando su madre se encontró indispuesta dolorida y de pronto calló envuelta en sangre y placenta al suelo entre el barro y la tierra. Nadie había tenido noticia de su estado de gracia, nadie se lo había notado a su madre, entrada en carnes tras parir cuatro haraposos hijos y sus vestimentas holgadas y negras. Nació entre la tierra del Condado y también de su sangre, y en ese mismo instante, tras ser limpiada por ella se apreció un fino bello aterciopelado sobre su cabeza, su madre al instante la llamó Paca y el Señor Conde lo ratifico, con el de jara.
Ante sus preguntas, lógicas de si había existido alguna relación entre su madre y el Señor, Fidela le narro con detalle lo que ocurrió aquella noche cuando El Conde entro en los aposentos de su madre. En su habitación continua y forzándose para que no se oyeran sus lamentos, fue testigo presencial de los sucedido y como la semilla de los Mudela había entrado y fecundado en el vientre de su madre.
Su abuela se sorprendió pero Paca no sintió dolor alguno por la forma en la que había llegado al mundo, era feliz, pronto se desposaría sería de Benito en cuerpo y alma, y conoció su origen, tenía un padre y nada menos que el Señor Conde.
Pocos días después su abuela Fidela se encontraba dentro de una caja de pino, en su estancia encima de la cama, con la tapa abierta los ojos cerrados y la boca engullida entre los huesos. No había nada de ella, la mortaja negra la cubría y las viejas del pueblo junto con su madre la rodeaban rezando durante el velorio de difuntos. Sin mas actos, pues se trataba de una simple campesina, al día siguiente, tras las bendiciones del cura, fue llevada en la caja en un carro tirado por dos mulas al cementerio, seguido por el duelo, las gentes del Condado y del pueblo, había sido muy querida por todos, pero el Señor Conde no hizo en ningún momento acto de presencia, su sangre no era noble y por lo tanto poco le importó su muerte.
Tumbada entre las sabanas blancas, Paca recordaba que ella junto a su recién esposo, Benito, abrazados el uno al otro junto con su madre, caminaban tras el carro en primera fila, todos de negro, como la procesión de los finaos hasta llegar al cementerio, donde habían abierto una zanja. Bajaron la caja y entre lloros, allí la metieron tirando tierra sobre ella y clavando sobre ella una cruz de madera con su nombre en el centro. Allí se quedó, entre los muertos, bajo la tierra para convertirse en polvo, puesto que polvo somos y en polvo nos convertiremos, así lo había manifestado el cura antes de darle santa sepultura.
Pasaron unos días y Paca y Benito ya se encontraban viviendo solos, en esa casa anexa al caserón que El Conde les había cedido de regalo, para que pudieran vivir en intimidad fuera de los albergues del servicio. No habían tenido luna de miel, mas bien había sido una luna de hiel, amarga y desgraciada, pero se sentía feliz haciendo las tareas domesticas, preparando el desayuno y la cena a su amado esposo. La comida la tomaba en el pueblo, cada día iba y venía pues seguía trabajando en el campo con su familia, tenían casa, pero también necesitaban el sustento necesario de cada día, por lo que Paca pasaba todo el día a solas, entraba y salía, pero estaba sola, acompañada de Pili, ya muy mayor, también vieja como su abuela, prácticamente no se movía solo salía de la casa para hacer sus necesidades. Paca la acariciaba y la subía sobre su regazo sentada en una silla y así pasaban las horas, desde su desposorio no había vuelto a sentir la carne de Benito sobre la suya, llegaba cansado del duro trabajo en el campo y los viajes de ida y vuelta, por lo que, al anochecer llegaba a la casa agotado pero siempre con un regalo para Paca, una flor, un dulce, cualquier cosa, y ese era el momento mas especial del día mientras se abrazaban y se besaban, después la cena y Benito a la cama, reventado de cansancio y sin mas deseo que el sueño, sin buscar la carne de Paca, tan solo abrazados en la cama, se besaban y un hasta mañana, no había mas, y a veces a Paca le desconsolaba, al parecer el matrimonio terminó con la pasión, o tan solo era la vuelta a la realidad de su vida.
La tristeza de Paca se fue incrementando y al parecer se le notaba en su rostro. Su vida era tan simple y solitaria como siempre lo había sido y su esperanza de cambio tan solo consistió en un cambio de casa y un acompañante en la cama. Los días pasaban y todo era igual. Un día se encontró con su padre, el Señor Conde, como le llamaba, nunca se atrevió a mostrar esa palabra de cariño y parentesco y este en un acto de humildad le pregunto sobre su felicidad. Paca sorprendida ante ese interés del Señor rompió a llorar, fue un acto espontáneo, sin pensar, sin meditarlo, sorprendida y su padre la abrazó con esas grandes manos la apretó contra su cuerpo en un acto de consuelo que ni en sueños se esperaba, la soltó y de repente pronunció unas palabras: -tranquila Paca, todo se arreglará-.
No imaginaba de que podía estar hablando, que podía hacer por su felicidad, hasta que esa noche cuando Benito llegó a la casa y abrió la puerta con una sonrisa de oreja a oreja, se quitó la boina y la cogió en brazos, era feliz, la besaba, la zarandeaba, hasta que la soltó y le contó. El Señor Conde le había llamado cuando llegaba al Condado, le esperaba en la entrada, conversó con él y le ofreció nada menos que ser el capataz del Condado, el encargado de todos los viñedos, de las tierras y de las granjas, era increible tal acto de generosidad y también de responsabilidad que le había dado a Benito, sin embargo, ello suponía que ya no tenía que ir al pueblo que pasaría los días en El Condado, que ambos estarían cerca y esa noche si, esa noches si saboreo la carne de Benito y ella se entregó una y otra vez, su deseo mas secreto, era ser encintada y regalarle un hijo a su amado Benito.
Al día siguiente el Señor Conde convocó a todos los sirvientes del Condado y comunicó la noticia, el nuevo capataz sería Benito dejando de lado al anterior y a otros que vivían con la esperanza de obtener ese cargo de confianza del Condado.
La noticia no fue bienvenida para muchos, mas bien muy mal venida, pero Benito y Paca eran felices. Al día siguiente Benito tenía una cita con el Señor y con otros sirvientes, debían informarle de todo y como debía dirigir esas tierras y todo lo que ello conllevaba, como los viñedos, la bodega, los establos, el ganado, granjas y otros cultivos; todo bajo su dirección y todos bajo su mandato.
Le costó al principio hacerse con tantas responsabilidades y mas aún con la enemistad de muchos de los siervos, que mas que ayudarle a aprender su nueva tarea de tanta responsabilidad, cada día se lo ponían mas difícil. Una noche cuando se dirigía hacia su casa, de pronto, de entre la oscuridad vario hombres de negro le rodearon, se sintió amenazado, les ordenó como capataz que se fuera cada uno a su casa sino querían sufrir las consecuencias, sin embargo poco caso le hicieron, cada vez mas arrinconado, los alientos de esos hombres los sentía cada vez mas cerca hasta que uno de ellos dio el primer paso, un golpe en su estomago que le hizo encogerse de dolor, después una patada en sus genitales que terminaron con él en el suelo y después patadas y mas golpes, ya no sentía nada, le golpeaban y le pataleaban y no sentía mas que la calidez de la sangre brotando por sus mejillas y por todo su cuerpo. Cuando ya sintieron desahogados, los hombres se marcharon y Benito quedó postrado en el suelo, dolorido sin apenas poder moverse y arrastrándose llegó a la puerta de su casa a la que dio unos tímidos golpes, no se abría e insistía, de repente Paca se percató, abrió la puerta y aterrada vio a su amado tirado en el suelo entre un charco de sangre, sin levantar la voz y sin que sus lloros salieran de su boca, lo metió en la casa como pudo y lo tumbó en la cama. Curo sus heridas, lo lavó, le apretó con unos trapos todo su cuerpo para sujetar sus costillas y le dejó dormir. Pasó toda la noche y todo la mañana siguiente sentada a su lado, hasta que despertó, abrió los ojos, Paca se tiro hacia él y sin querer le hizo soltar un gemido de dolor, los dos se miraron, sabían que la decisión del Conde les traería problemas y ahí estaban, se miraron y juraron por el bien de ambos, mantener ese secreto, no informar del suceso al Conde, sería peor, sin embargo, a partir de ese día Benito cambiaría, se haría respetar y su mandato sería firme y severo, a partir de ese momento Benito dejaría de ser el mismo, un hombre bueno y generoso y convertirse en un tirano capataz, que no solo afectaría a sus subordinados, sino también a su matrimonio. Nada volvería a ser lo mismo.
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