Dicen que nacemos codificados, que ignoramos quienes somos, hasta que encontramos a esa persona, que con su amor consigue descifrarnos. Es entonces cuando lo que somos en realidad se marca en el rostro, descubrimos si somos o no generosos, humildes o presuntuosos, si el amor abre nuestros ojos, o sin embargo, nos los cierra impidiéndonos ver mas allá de nuestra cara. El amor pone en funcionamiento toda nuestra maquinaria de la bondad, de la mistad, del desprendimiento; todos aquellos sentimientos hermosos que ignorábamos, o tal vez, saca lo peor de nosotros mismos, pero a diferencia de antes de conocer el amor; ahora somos conscientes de la nobleza o la vileza, de la ternura o de la brusquedaz. Aprendemos a cuidar a la persona amada, sabremos desde ese momento, si somos humanos o tan solo unos seres sin sentimientos. El amor nos convierte en personas, tal vez incluso en ángeles y toda esa fortuna, se refleja en el rostro.
lunes, 17 de marzo de 2014
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