Dicen
que los sueños son deseos que queremos que se hagan realidad. Durante estas
horas no he estado soñando, he estado recordando, dando rienda suelta a unas
gotas de nostalgia, de melancolía. La diferencia entre soñar y recordar, es que
los recuerdos son deseos que han pasado, sin embargo los sueños por mucho que
algunos los queramos hacer realidad, son eso, intentos de que se cumplan los
deseos. Mis recuerdos además los llevo grabados en mi pecho, son reales aunque
contados con el corazón. Dos personas pueden haber tenido una misma vivencia y
recordarla de forma muy diferente. Recordar repitiendo exactamente esa vivencia
porque la tienes en la memoria. O recordar esa misma vivencia, junto con las
emociones que te ha aportado la misma, o los sentimientos que te ocasiona el
volver a vivir en la memoria, ese mismo momento, ese instante inolvidable, esa
gota de tu pasado que a veces se convierte en una lágrima.
Lagrimas
a flor de piel son las que yo tengo en este momento. He pagado y me dirijo a la
puerta que me conducirá a clase. Siento un dolor en el pecho que no me deja
respirar, y en mis ojos se forma una niebla húmeda, trasparente que gotea sin
parar. Estoy llorando.
A
mi memoria llegan imágenes de otros años, de otros momentos, de la niñez, del
primer día que fui al jardín de infancia, de cómo me agarré a los pantalones de
mi padre, como sentía que me abandonaban, que me dejaban sola entre esos otros
niños y unas señoras que lanzaban sus brazos hacía mi, para cogerme, para
robarme. Y yo lloraba, gritaba, como si se me escapara el alma, como si esas
personas tan maravillosas que hasta ese momento me habían cuidado, que no
se habían separado un segundo de mi, me dejaran, me abandonaran. Sentía que
nunca los volvería a ver, que me traicionaban. Y cogía también a mi
madre, y me aprete a su brazo, no la soltaba, y me decía
que me lo pasaría bien que jugaría con otros niños. Y me soltaba, quería
hacerme una foto, y no entendía nada, me dejaban, me abandonaban, y aún así
quería hacerme fotos de mis desgracia, de mis lloros, de esa angustia que se
siente cuando te abandonan, cuando te dejan, sin saberlo, sin tenerlo previsto.
Ese vació interior que se revuelve en un sin fin de giros de emociones
contradictorias, donde la soledad, el abandono es lo único que sientes.
Desprenderte de lo que mas quieres, es sufrir un dolor que atraviesa lo mas
profundo del alma, y mas si te dejan, te abandonan. El mundo se hace feo, se
hace todo horroroso, se quitan las ganas de vivir, de respirar, ya nada será
igual. El abandono es el peor de los sentimientos. Es una frustración, es
rechazo, es pérdida, es quedarse acurrucada en un rincón sin querer levantar la
cabeza, sin mirar hacía ninguna parte, cubriendo todo tu cuerpo con tus brazos
para ahogarte en una agonizante lluvia de lágrimas que se deslizan como la
sangre de una herida.
Porque
las lágrimas son la sangre del alma. Cuando el alma es dañada, cuando está
dolida, cuando es maltratada, cuando es abandonada; sangra por los ojos, y se
siente en un llanto vacio, descarnado. Infame castigo el abandono, cobarde,
miserable y destructivo. Así yo cogida de mi padre y de mi madre, no les
soltaba, y me sentía abandonada por aquellos seres que en ese momento para
mi, me despreciaban, me traicionaban, arañaban con unas finas uñas cada
centímetro de mi corazón. Y mientras, unas señora rubia con ojos de loca,
riendo sin parar, decía -vente bonita conmigo-¿quien era?, porqué querían que
fuera con ella, porque ni mi padre ni mi madre me cogían, porqué no me libraban
de esos ojos infernales que alargaba su mano hacía mí, y me arrastraba, y mi
cara contra él suelo caía, y no hacían nada. Que estaba pasando, porque no me
libraban, porqué se apartaban y se alejaban de mi. ¿Porqué me castigaban?.
La
ágonía duro, no sé, cuatro, cinco, seis horas, o muchas más. Una eternidad, un
infierno de lágrimas y de angustia me invadió durante todas esas horas. No paré
ni un segundo, me sentía en un sitio extraño, rodeada de niños jugando con
lápices de colores, y esa mujer de ojos saltones que no paraba de gruñirme para
que me callara. Y era insufrible, no lo podía evitar, había sido tirada allí
por mis padres, mis personas más queridas. Habían sido ellos y solo ellos los
que me habían dejado, y era imperdonable, y como niña tan solo podía manifestar
mi angustia con las lágrimas. Lágrimas que eran de pánico y también de odio. No
recuerdo otro momento en que los haya odiado de esa forma tan visceral, tan
profunda, tan enérgica.
Pasaron
esas terribles horas, y yo, ya sin gritar pero con las lágrimas cayendo de mis
ojos, ya no como una tormenta, sino la lluvia persistente de un día de otoño,
de pronto, sin esperarlo, sin saber que esa tortura tenía un final, de pronto y
sin avisar, esa señora de pelos rubios mal peinados, de ojos saltones como
sacada de una película de terror, me cogió de la mano, y yo se la retiré, el
pánico me invadía, ¿donde me llevaba?, ¿que quería hacer conmigo?. Me tomo en
brazos, no sin recibir alguna patada mía, y me sacó fuera de esa habitación plagada
de mocosos que se metían los dedos en la nariz, y al parecer antes de la hora,
fuera de ese infierno pude ver que al otro lado de la puerta se encontraba mi
madre. Se me apareció la luz, había vuelto, no me había dejado. La señora de
ojos saltones, que me llevaba en volandas, me puso en los brazos de mi mami. Me
cogió fuerte, me apreto junto a su cuerpo, note cientos de latidos de su
corazón. Me apretó mas y mas, me besó, secó mis lagrimas que de nuevo se
convirtieron en tormenta. Puso mi cabeza sobre su hombro y con sus manos me
daba unas palmaditas en la espalda, no se si para consolarme o para avisarme de
que había sido mala, que no me había portado bien.
Salimos
de ese edificio de lo horrores, y ya en la calle, fuera de la mansión del
terror, allí, con los brazos abiertos se encontraba mi padre saliendo del coche
que había dejado en doble fila. Me llamo por mi nombre, ¡Valeria,Valeria amor
mío!, ¿amor suyo?, si me había dejado tirada entre brujas y niños diabólicos,
como podía decirme eso. Seguí llorando, y aunque todavía quedaba algún rastro
de odio en mi interior, de los brazos de mi madre, los primeros que había
sentido después de aquel horror, me cogió me lleno la cara de besos, y lloró, y
compartió sus lágrimas con las mías, y mi madre también nos abrazó, como si
ellos también quisieran compartir mi angustia, mi dolor, pero sentí tanto amor,
el amor del hogar, que las lágrimas se deslizaban por mi rostro, sin odió, sino
con felicidad. ¡Y sorpresa!, del coche también salió mi abuela paterna. No comprendía
nada, ¿porqué estaban todos allí?, no sabía que fuera un día especial, que
comenzaba algo que iba a durar muchos años, y mi abuelita, tambien me cogió, y
lloraba más que nadie, y me comió a besos, tantos que ya no era capaz de
digerirlos, y la abracé, tan fuerte como pude, con tan solo cinco años. Me
habían rescatado tras abandonarme, y no lo entendía. No comprendía que ese
momento, en que por primera vez salía del nido familiar, todos habían sufrido
durante esas eternas horas tanto o más que yo.
Pero
mi sorpresa no acababa con esos abrazos, de repente, mi madre empezó a sacar
del coche, una muñeca, un osito, otros regalos que ya no recuerdo, y no
entendía nada. El dejarme allí tirada, sin su protección, sin sus cuidados;
tenía recompensa, tenía premio. El premio que no siente el apremiado, porque no
había regalo alguno que calmara mi dolor, como ese ramo de flores que te manda
tu novio cuando la noche anterior te dice, que no seguimos, que quiere romper,
que no quiere seguir contigo.
Que
momento más extraño para recordar lo que ha sido mi única relación con un
chico. Vaya momento éste. Mientras estoy aquí entrando por la puerta de este
edificio buscando entre empujones que clase me toca.
Ya
he contado que hasta ahora había tenido dos relaciones que se puede resumir a
una, porque la primera fue un pequeño rollito que no duró más de cinco días. No
dejó huella en mi, tan solo fue una experiencia que terminó como empezó, mal.
La otra relación fue mucho mas intensa. No duró mas de seis meses, que parece
poco, pero ahora me parece una eternidad. Fue el año pasado. Un chico de clase
que me enamoró por su persistencia. No sabía quién era, en clase más o menos éramos
el mismo número de chicas que de chicos, pero cada día en mi pupitre, entre mis
papeles, cuando estaba descuidada, me dejaba una nota. En algunos casos eran
poesías de amor, otras hablaba de mi, de lo que le gustaba, de como sufría su
corazón cada vez que le miraba. Yo no sabía quién era y empecé a tener una
curiosidad casí paranoica. Durante las clases no miraba al profesor, no atendía
lo que explicaba; me pasaba las horas mirando la cara de cada uno de los chicos
para intentar descubrirlo.
Sospechaba
del que me miraba al mirarlo yo, del que me sonreía, el que me saludaba al
llegar a clase, del que me decía adiós al salir. Estaba en un mar de dudas y
con una sensación de incertidumbre que me gustaba. Pasados unos días, cuando
incluso ya me empezaba a molestar tanta notita anónima, al salir de clase, de
repente, siento que una mano se posa sobre mi hombro. Se trataba de un chico
que conocía de hacía bastantes cursos pero que no habíamos mantenido una
relación más allá de un saludo o de una conversación tomando un café. De
repente, tintada toda su cara de color de rojo, me dice que era él. Que me estaba
mandando notitas ya hace tiempo que si las había leído. Yo como me había
quedado un poco impresionada por el momento, le dije que sí, que eran muy
bonitas y le pregunté por el motivo. Me dijo, que ya hacía dos años que estaba
enamorado de mi, que le gustaba muchísimo pero que como nunca coincidíamos en
ninguna reunión, ni los amigos eran comunes, nunca había podido decirme lo
enamorado que estaba de mi. Me quedé de piedra. Varios años y yo sin notar
nada, sin sentir que unos ojos te miran, que le gustas a alguien, y eso que
según dicen las chicas tenemos un sentido especial para detectar esas cosas. Me
preguntó que si me apetecía tomar algo, y yo como estaba todavía dentro de toda
esa confusión e impactada por la noticia, le contesté con un si, que ni yo lo
pude oir.
Ya
en la cafetería, le deje hablar. Yo no sentía en ese momento nada por él. Nunca
me lo había planteado, ni me había fijado. Me gustaban las notas de amor que me
dejaba, soy sensiblona con ese tema, pero como no le había puesto rostro a esas
palabras, no sentía nada. Habló y habló sin parar, no se si por nervios o
porque de una vez se había liberado mostrándome su corazón, y me gusto, lo que
decía, lo que hablaba, su tono de voz, su timidez liberada. Le sonreía, y tras
unas dos horas empezaba a gustarme, mas aún me estaba colando por él.
Cuando
llegué a casa, no podía dejar de pensar en otra cosa. Primero llamé a mis
amigas y alucinaron. Después se lo conté a mi madre. Primero se quedó sin
palabras, hizo un té, y las dos nos sentamos en el sofá naranja de casa,
juntitas con una manta sobre las piernas porque a las dos nos gustaba, y como
niñas no paramos de reir, ella feliz por mi, y yo como una tonta. Como una
enamorada, que se ríe sin sentido y no para de decir estupideces. Y me pregunto
que como era, que como lo había conocido, si nunca me había fijado en él; y
mientras contestaba, no me lo podía creer, tan solo me había tomado un café con
él, y ya necesitaba verlo de nuevo, oir su voz, poner su foto en mi mesilla, en
mi cartera.
Conforme
subo estas escaleras que se me están resistiendo después de estar no sé cuantas
horas en esa cafetería, sigo recordando aquella tarde. A mi madre fue muy fácil
decírselo, no sé bien, éramos madre e hija, pero también hermanas y me sentía
más suelta con estos temas con ella que con mi padre, con el que tengo toda la
confianza del mundo, pero no se, es otra cosa, y así ocurrió.
Cuando
a las dos horas de la noticia de que tenía novio, bueno que había conocido un
chico, pero para mi ya era mi novio para toda la vida, llegó mi padre y por supuesto
que no se lo pensaba ocultar. Mi madre, que siempre ha sido muy borde, no hacía
más que pincharme, de cómo se lo diría, que si se lo iba a presentar, que se
iba a volver loco. Hasta que llegó mi padre fue una auténtica tortura. Entró
por la puerta, y como siempre nos dio un beso a cada una. Mi madre estaba
haciéndose otro té y algo de cena, aunque no era lo habitual, lo normal es que
cocinara mi padre, desde pequeña le he visto ir a la compra, hacernos la comida
el domingo para toda la semana, hacer la cena. Y no le era un sacrificio, le
encantaba. Los sábados por la mañana siempre hacía la compra en el hiper. Se
levantaba pronto y feliz porque todo eso forma parte de un hogar, se iba a
comprar, y cuando podía, la mayoría de las veces, yo de pequeña le esperaba el
sábado por la mañana despierta para irme con él, me encantaba que me subiera en
el carrito de la compra e ir subida en él por los pasillos del hiper. Después
llegar a casa, sacar la compra que eso lo hace mi madre, almorzar juntos, y
como todos los sábados ir a comer a casa de mi abuela materna junto con mis
tíos y alguna vez mi prima. Así era y sigue siéndolo. Luego por la tarde, o nos
íbamos de compras o al cine, a cenar a algún sitio. Ellos siguen haciendo esas mismas
cosas los sábados por la tarde, a veces también se van de copas, y yo hace
tiempo que por la noche los sábados voy con las amigas, pero en muchas
ocasiones no me apetece y sigo haciendo esas mismas cosas que hacía desde
pequeña. Hiper por la mañana, comida en casa de la abuela y luego por ahí con
mis papis, porque son mis mejores amigos.
Yo
estaba pensando en el momento que mi padre entro por la puerta cuando conocí a
mi novio, y bueno me he ido por las ramas y ya casi estoy llegando a
clase. Es lo mismo. La mayor de nuestras libertades es pensar lo que queramos,
otra cosa es poder o querer expresarlo. Bueno, volviendo al inicio. Mi padre
entró, nos dio un beso mi madre estaba en la cocina y yo sentada en el sofá
naranja mirando la tele o mejor haciendo como que la miraba. Mi padre empezó a
mosquearse porque mi madre no paraba de toser de canturrear cierto nombre, y de
pronto mi padre que no se había quitado ni la corbata, puso la cartera en
su sitio y se sentó. Dijo: -de aquí no me muevo hasta que no me conteis alguna
de las dos lo que está pasando-. Mi madre desde la cocina, decía que ella no
tenía nada que contar, pero que Valeria lo mismo si. Mi padre se sentó a mi
lado, muy juntito a mí para ponerme más nerviosa, e insistió, ¿que me tienes
que contar?. Mi madre seguía en la cocina, pero de vez en cuando echaba un
vistazo al comedor, y al vernos tan juntitos, se moría de risa. -Mira papi- le
cogí de las manos, -es que he conocido a un chico, y me gusta-. Mi madre
cotilleando desde la cocina y mi padre sin soltar mis manos las fue abandonando
poco a poco, se quedaba sin fuerzas, el nudo de la corbata le impedía respirar
y un color rojo se le subió a la cabeza, que mas que eso parecía una gran
calabaza recién sacada del horno. Respiró a duras penas, soltó mis manos, se
aflojo el nudo de la corbata, se levantó, se quitó la chaqueta y la colgó en
una silla, se dirigió a la cocina y sin
dejar de mirar a mi madre que tenía dibujada en su cara una sonrisa muy tonta,
abrió el frigorífico y cogió una cerveza. Después sin soltar palabra, de nuevo
se sentó a mi lado, bebió un trago importante de la cerveza y cuando ya se
encontraba un poco recuperado, me dio un beso y me pidió que se lo contara. Y
lo hice, y cogió mis manos de nuevo, ahora las apretaba, y le gustaba lo que le
contaba, de sus ojos comenzaron a caer unas poquitas lágrimas, y me miro sin
pestañear, y llorando se acerco a mi cara y me dio un gran beso. Un beso que
limpiaba otros besos, los ajenos, pero sabía que era feliz, porque era una
historia bonita, porque no le había ocultado detalle y también era feliz de
verme enamorada aunque con el temor de que ese chico alguna vez me hiciera
sufrir, lo que al final así ocurrió.
Mi
padre, que yo sabía que para él esto era un golpe, se puso a llorar ahora a pleno
pulmón, sin dejar de preguntarme: -Valeria, hija, ¿porqué te has hecho mayor?
¿porqué?.
Después
de hacerse esa pregunta una y otra vez, y abrazándome tan fuerte como si algo
se le escapara, como si estuviera perdiendo algo tan valioso como su propia vida,
ya mas tranquilo, me empezó hacer cientos de preguntas; que como era, que como
lo había conocido, si era guapo, si me quería mucho, si quería que lo
matara..¡¡jajaja!!. Cuando le comenté que lo acaba de conocer, que no había
tenido con él mas contacto que un café en una cafetería, su pregunta era
normal: ¿y ya es tu novio?. Claro es que la mama desde la cocina no hacía más
que decir con un tono de cachondeo: -¡Valeria tiene novio!-¡Valeria tiene
novio!. Graciosilla. Pero no le faltaba razón para mí ya era mi novio, y eso no
era algo que pudiera extrañar a mi padre, es el más creyente del mundo de los
flechazos, de los amores a primera vista. Este lo era, pero tanto como a
primera vista, no. A mi me tuvieron que dar la vista para fijarme en este
chico, tuvo que llamar la atención con sus notitas y sus palabras, sino hubiera
sido así, lo normal es que jamás me hubiera fijado en él. Mi padre por supuesto
que ya quería conocerlo. Que lo invitara a casa a cenar o en un restaurante. Le
tuve que frenar los pasos, no había hecho más que conocerlo, pero la ilusión,
la mágica sensación del amor se había apoderado de mí, y es cierto, estaba
deseando que lo conocieran mis padres, de mostrar al mundo entero que estaba
enamorada, y que él era el amor de mi vida.
Después
de ese primer contacto, donde yo ya me encontraba totalmente enamorada, los
días se sucedieron entre paseos cogidos de la mano, de besos entregados y
recibidos. Noches de cine con las manos entrecruzadas, para que no se escapara
nada de nosotros. Días en clase sentados juntos, mirándonos sin importarnos
nada mas en el mundo. Fantasías detras de cada esquina que me hacían vibrar,
sentir latir su corazón y romperme el mío con la magia del deseo y de la
necesidad de la persona amada.
En
esos primeros días todo era perfecto. Ese amor lo compartí con mis padres, no
les estaba privando de nada mío, ni una gota menos de cariño. Lo compartía con
ellos, para que también participaran de mi felicidad, para que mi dicha la
sintieran, aunque como no puede ser de otra forma, algo les restara de mí, pero
poco, siempre encontraba el momento para la recompensa.
Como
deseaba compartirlo, y mi padre estaba deseoso, impaciente por conocer a ese
chico que le estaba robando a su pequeña, a su Valeria, ideas suyas, porque
siempre seré su Valeria. Concertamos una noche para salir los cuatro juntos a
cenar y así poder presentárselo. Mis padre propusieron que lo trajera a casa,
pero a mi me pareció mas relajado cenar en un sitio público, un sitio neutral
donde todos estuviesen mas relajados.
Esa
noche llegó. Mis padres llegaron por un lado y nosotros por otro, para evitar
una repentina llegada de él sin nadie donde apoyarse. Según me contó mi madre,
varias horas antes mi padre no hacía mas que dar vueltas por la casa. Se
sentaba en los sofás naranjas y se levantaba. Salía a la terraza y se fumaba
dos o tres cigarros. Volvía a entrar y se tomaba una cerveza. De nuevo se
sentaba, se levantaba, salía, entraba, otro cigarro, otra cerveza. Estaba
nervioso y celoso, en esos momentos lo odiaba, pero a su vez lo quería, porque
a mi me quería. Se tuvo que tomar unos tranquilizantes, según cuenta mi madre
para poder aguantar el encuentro con el hombre que me amaba, con el chico que
había secuestrado el corazón de su niña, que hasta ese momento era exclusivo de
él.
Como
no podía ser de otra forma, mis padres llegaron antes al restaurante, uno
elegido por ellos, nos invitaban. Llegaron como media hora antes, por si se perdían
los postres. Entramos por la puerta, miramos entre las mesas, y allí estaban
los dos cogidos de la mano. Más bien, mi madre sujetaba la mano temblorosa de
mi padre. Nos acercamos, mi novio y yo hacía la mesa y comprobé como de reojo mi
padre lo examinó de arriba abajo y de derecha a izquierda, lo que se dice un
examen rápido y completo. Empuje a mi novio hacia la mesa, pues también tenía
sus nervios, mis padres se levantaron, se hicieron las presentaciones y nos
sentamos. Yo solo miraba a mi padre y una especial ternura me cubria , como una
sabana de cariño al verlo, allí sentado y con los ojos enrojecidos.
Después
de unos momentos de silencio, que yo trate de llenar hablando de mi novio, de
sus estudios de sus origenes de sus ambiciones, todo se relajo a la hora de
pedir la comida, el vino. Conversaciones la mayor parte triviales, como no
puede ser de otra forma en ese primer encuentro, y todo empezó a funcionar con
más tranquilidad, con menos carga sentimental.
Al
finalizar, yo me fui con mi novio a dar un paseo y mis padres a casa. Al
parecer les había gustado. A partir de ese día, todo fue mucho más natural. Mi
padre y mi novio tenían muchas conversaciones sobre la vida, y él pasaba muchas
tardes en casa, por lo que su presencia ya era algo habitual y la normalidad se
dejo caer entre todos nosotros.
Ya
había llegado a la puerta del aula, pero estaba cerrada, por lo que encontré un
huequecito en un banco repleto de otros estudiantes para de nuevo esperar,
y recordando ese primer encuentro y los días posteriores me doy cuenta de
que constantemente he nombrado a ese chico como mi novio. Si me gusta la
palabra novio. No esas alternativas del chico con es que salgo, del amigo
fuerte, del compañero. No, era mi novio. Teníamos una relación más allá del
compañerísmo o del salir a la calle juntos. Era mi novio y no hay nada mas que
hablar.
Pasados
unos meses también quería presentarlo al resto de la familia, era mi novio y
quería pasearlo, presentarlo, exhibirlo. Un sábado, como todos a medio día,
fuimos a comer a la casa de mi abuela paterna, y vino él. Allí estaba mi
abuela, mis tíos y mi prima, y por supuesto mis padres. Esa experiencia fue
mucho mas fácil. Mi abuelita materna se alegra de las alegrías ajenas y mas si
son de su nieta. Y no solo eso, le encanta estar rodeada de gente, de que nos
reunamos todos juntos, de que haya conversación, que se hable y se disfrute de
cada momento en familia. Es muy familiar, y no puedeo evitar decir lo que la
quiero, media infancia la pasé entre sus brazos, en su casa, jugando con ella,
cuidándome mientras mis padres trabajaban. Mi nacimiento la hizo rejuvenecer,
mas aún de lo que está a pesar de su edad. La hizo sentir de nuevo experiencias
que ya había tenido con mi prima, pero la diferencia de edad fue para ella un
rejuvenecer. Como siempre dice, los niños son la alegría de la casa, y mi
nacimiento fue el mejor regalo que mis padres le pudieron hacer. De nuevo se
sintió útil, necesitada y encantada de tener a alguien que cuidar. Si, media
infancia la pase a su lado y la tengo siempre en mi corazón, y la visito todo
lo que puedo, además de los sábados a comer, porque cuando le doy la sorpresa
de llamar al timbre de su casa y decir que soy Valeria, se vuelve loca y al
abrir la puerta me regala un ramo de besos y abrazos, como los que a mí me
gustan. Esos besos sonoros. Los besos sentidos con el vértice del alma.
Y
así pasaron dos, tres, cuatro meses desde que tuve novio. Cada vez pasaba
más tiempo en casa. Repitió en muchas más ocasiones la comida del sábado en
casa de mi abuela. Y pasaron esos meses y otros mas, paseando, yendo al cine,
saliendo por la noche, estudiando en casa, en clase; y yo no necesitaba nada
mas, tan solo pasar el máximo tiempo posible con él. De repente llegaron unos
días donde yo lo encontraba extraño, distante, como en otra parte cuando estábamos
juntos. No le di importancia, también era época de exámenes, y era normal que
tuviera la cabeza en varios sitios a la vez. Al contrario que pasaba con mi familia,
a la suya tan solo la vi en dos o tres ocasiones. Tampoco le di importancia,
toda la gente no va a ser igual que yo, y él familiarmente era más desprendido,
había tenido una infancia y una relación familiar diferente.
Cada
vez venía menos a casa, mis padres me preguntaron si pasaba algo, yo no sabía
que contestar pues nuestros encuentros también se limitaron y no quería
alarmarlos. A veces salía de casa e iba a estudiar a casa de una amiga y yo les
decía que estaba con mi novio. No los quería hacer sufrir, pero mi dolor
empezaba a notarse, la tristeza en mis ojos y sin poder evitarlo las lágrimas;
y eso ya no lo pude evitar.
Mi
padre quería hablar con él, me habían pillado llorando sola en mi habitación,
tumbada en la cama sobre la almohada, que hacía a su vez de colchón de mi pena,
del vacío que empezaba a sentir, de la tristeza marchita que te corroe todo el
cuerpo, del abandono, de la pérdida. No deje a mi padre hacerlo. Sé que una vez
lo llamó por teléfono, y no se si fue para bien o para mal, su intención era
protejerme y por lo tanto no cabe discusión.
Yo
harta de llamadas sin contestar, de preguntas sin respuestas o con evasivas
innecesarias; ¡era mi novio!, ¡le había dado todo de mi!, no lo entendía. No
comprendía el alejamiento y las miradas cruzadas sin detenerse el uno en el
otro. Yo lo quería como el primer día. Yo lo amaba con toda mi alma, y no entendía
nada. Ningún suceso extraño había pasado, nada para que tuviera esa actitud
hacia mi, ¿que le había hecho?, me preguntaba una y otra vez.
Después
de varias semanas vacías, donde estábamos juntos pero él muy lejos, a muchos
kilómetros de mí, de su boca salieron las palabras que nunca quise oir. Unas
palabras para la que no estaba preparada, no las había ni imaginado, ni me
había planteado como una posibilidad; me dijo que me dejaba, que no quería
seguir junto a mi, que estaba empachado de mi presencia, que le había robado su
libertad, que me fuera con mi papá, que necesitaba aire para respirar, que
había ocupado todo su espacio. Que se había dado cuenta que no me quería.
Rota
como una flor acechada por el viento, me quedé sentada en ese banco del
parque al lado de mi casa, cuando lo ví levantarse, marcharse, sin un adiós,
sin nada, tan solo un movimiento y en un instante ya no estaba.
No
lo podía creer. Le llame cientos de veces a su teléfono y no recibí
contestación, lo llame una y otra vez hasta que mis dedos ya no acertaban a
marcar su número. Estaba paralizada, sin creerlo, pero sin poder moverme. Vacía
por dentro y por fuera. Despreciada, abandonada, sin sus poesías, sin sus
besos, sin su mano sobre la mía. Me encontraba destrozada, cobijada entre mis
lagrimas tapadas por mi melena, y sola, ácidamente sola; con esa soledad que no
es la buscada.
Inmóvil
allí sentada, paso una hora y otra hora. Hacía frio pero no sentía nada. Llegó
la noche y pasaron mas horas. Ya era media noche y yo seguía allí clavada. Mi
teléfono empezo a sonar, miré de reojo, sin la esperanza de que fuera él, sabía
quién era. Eran mis padres, era tarde y yo siempre avisaba cuando me iba a
retrasar en llegar a casa. Y no contesté, sabía que les estaba haciendo sufrir,
que mi silencio les haría pensar lo peor, que había tenido algún problema.
Insistieron llamando, y yo sin responder. Solo esperaba en ese momento que me
llamara él, pero eso no pasó.
Pasaron
otras horas y no cogía el teléfono. Sabía que a él también le estarían llamando
y que tampoco contestaría. ¿Porqué les estaba haciendo sufrir?, no lo sé. Era
la primera vez que hacía primar mi sufrimiento sobre el suyo. No me importaba
nada ni nadie. Estaba abandonada, y ese sentimiento es el más doloroso para una
chica como yo, que siempre ha sido cuidada y querida.
Las
cuatro de la mañana, y de repente, y no sé porque razón y como lo pudieron saber, que de
repente sentí una mano sobre mi hombro, y más manos sobre mí. Eran mis dos
papis, con su cara tapada por el miedo abrazando lo poco que quedaba de mi,
intentando alentarme, darme aire, acariciando la nada, porque yo no era nada en
ese instante. Y ahí estaban como siempre. Sin malas palabras, con su silencio
sonoro, con sus labios besando mi cabello, y sujetando mi corazón para que
no se escapara, y doloridos, incluso más que yo.
Solo
oía ¡hija mía!, ¡Valeria mi niña!, ¡Valeria mi amor!. Como pudieron me
levantaron, me cogieron en brazos. No podía caminar, de repente no cabía en
este mundo, estaba rota, encogida, desarmada y muy desgraciada.
Como
pudieron me llevaron a casa. Esa noche, ya casi madrugada, mi madre se quedó
conmigo tumbada en el sofá naranja. Juntas abrazadas y sin mediar palabra.
Mi
padre, sentado en el suelo todavía no había superado el miedo de esas horas sin
saber de mí. No había digerido lo que había pasado, dejó pasar esa noche, casi
madrugada, sin palabras.
Pasaron
días, semanas, sin prácticamente moverme. Estudiaba un poco, algún día iba a
clase, pero él nunca estaba, había desaparecido entre la nada. Mis amigas me
protegieron, me ayudaron a pasar esos exámenes. Estudiaban conmigo en
casa, y prácticamente a la fuerza metían cada examen en mi cabeza.
Desde
entonces, ya no soy la misma, aunque sigo creyendo en la poesía, en
el amor puro y romántico. En las palabras hermosas y los besos sentidos.
Por
fin abrieron el aula. De repente todos querían entrar a la vez. Yo a la espera,
para buscar una esquina un rinconcito donde sentarme, donde quedarme a solas.
Sigo
adelante y he llegado hasta aquí, gracias a mis amigas que tanto me apoyaron,
que con su esfuerzo pude aprobar la selectividad, y sobre todo porque mis
padres se merecen este esfuerzo, el seguir viviendo, de una forma u
otra. En la nostalgia y en la melancolía. Todo este esfuerzo es
por mis papis. Los que nunca me fallaron ni me fallaran. Lo hago por los
dos porque me amais desde aquél día siete de septiembre de hace dieciocho
años. Os quiero.
Hoy,
aquí sentada en mi rincón, en un pupitre cercano a la pared, abro esta carpeta
con la que se inicia esta nueva etapa de mi vida. Hoy papi, empieza mi primera
clase de derecho. Tú has elegido por mí, cuando yo no era capaz ni de mirarme
al espejo. Espero pasar contigo y con mama muchas horas estudiando juntos,
porque eso es lo que quiero, porque eso es lo que tengo. Los tres juntos como
siempre. Comienzo esta carrera de Derecho, pero no estoy sola: estamos JUNTOS.