Rozando tus
labios, caminando entre los entrecejos de las sensaciones más profundas, tuve tus
besos en mí. No eran de piel. Tus besos sobre mi cuerpo eran en forma de
recordatorio; un sonido de aviso, un me gusta, un comentario. Esos son los
besos de las comunidades sociales, de señales de wifi, de destellos luminosos
brindados junto a cada letra, pensamientos u obras que llegan a lo más profundo
del corazón.
Esos son tus
besos en mí, como los míos que muchas veces no llegan porque el infierno de las
posibilidades que los separan, los
ocultan entre penas con gloria, gemidos de ausencias y en ocasiones por simple discreción.
Se siente una aguda caricia que se traduce en miradas cargadas de la energía
del viento, de la lluvia que se desprende de unos ojos que tan solo buscan los otros
para que se inicie esa comunicación, la más inmensa relación que existe entre
la caricia que lo dice todo y la palabra que se mal gasta por una explicación
innecesaria.
Tus besos sobre
mí los guardo como tatuaje oculto entre mis ropas, esas que cubren el cuerpo
dedicado a recibir todo lo tuyo, a sentir cada uno de tus dedos cuando me trasladabas un abrazo de
los que ya no tengo, un cariño en forma de amistad lejana cubierta por las
nubes de la sinrazón cuando nos domina las vísceras, las ganas sobre la
necesidad o simplemente; el dominio del corazón sobre cada uno de nuestros
deseos encubiertos en la oscuridad del amante.
Tus besos
quedaron en mí, como naufrago de un desierto donde tan solo cubre una palmera
de amor, un refugio de sombras y luces; un rincón donde quedar al margen de los
ojos del mundo, de ese lugar donde nunca pudimos ser tú y yo
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