Me presenté sin que me invitara. Era una gran desconocida cuando por primera vez palpe su vitalidad, su cielo, el bullicio de su cuerpo.
Clásica en ocasiones, como unas callejuelas de un barrio antiguo. Con sus edificios emblemáticos y otros a punto de ser derribados, pero por otro lado, vanguardista, moderna y dinámica.
Amor a primera vista, cada vez que sentía el sol sobre mi cara, el aire húmedo pero refrescante de su mar, ese mar tan cantado, tan recitado por poetas y profanos, aunque singular como ningún otro mar.
No fui presentado y la tome entre mis brazos, o mejor, me arropó entre su gente, su vida llena de fiestas satíricas y a veces, un tanto aire de grandeza frente a otras. Si esas otras que le lleva la fama, que no precisan presentarse, que son tan solo por su nombre conocidas.
Caí entre sus brazos sin previo aviso, me enamore de su nombre, de su latente corazón y de su deseo de grandeza.
Poco a poco, conforme pasaron los años nos íbamos conociendo mas, yo perdido entre sus entrañas, ella encantada de sentir mi presencia. Entre sus esquinas buscaba escondites perdidos, entre sus entrañas quería volcarme y sentir sin tocar. Esos momentos en los que la embriaguez de sus luces, sus colores, sus olores, te embriagan y pierdes todo el sentido.
De pronto, llagó un momento en el que en ella planté mis raíces, la abracé de tal forma que se hizo inseparable. Imposible poder salir de su seno, imposible vivir en otra parte.
La tome como mi primera novia, y esa novia se llama VALENCIA.
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