Retrocedía su mirada no con el ánimo de encontrar la figura de nadie de carne y hueso, de ningún ser vivo, se giraba para contemplar posiblemente algún fantasma del pasado. La puerta se abría y cerraba y una lámina intensa de aire helado se colaba hasta llegar a rasgar su rostro. Se giraba con el terror de encontrar algunos ojos mirándola desde el otro lado de la puerta surgidos desde las mismas entrañas del infierno, y también lo hacía para comprobar con escasa esperanza, la posible llegada de Fernanda, pero esta no lo haría, era demasiado pronto para prepararle la cena y la cama, y la tormenta la retrasaría aún mas, el chaparrón cada vez se incrementaba mas y mas y el cielo parecía caer de golpe encima de todo el Condado.
Resignada y con el miedo en el cuerpo, compañero de viaje durante toda su vida, de nuevo dirigió su mirada junto con sus pensamientos al ventanal desde donde se podía contemplar la plenitud y la grandeza del Condado, y en un momento, cuando una de tantas luces de fuego iluminaban el cielo, le pareció que una imagen se reflejaba en el cristal, tenía forma humana, era un rostro conocido. Petrificada, inmóvil esa imagen se le quedó grabada y como no la recordaba y estaba ahí, dibujada en el cristal no fue pánico lo que sintió, fue ternura, amor y felicidad deseosa de que fuese real y ese rostro aún permaneciera con vida.
Benito, un chico que conoció cuando a penas ella había cumplido los quince años y su mundo seguía girando alrededor de Pili, su madre y su abuela. Apareció en el Condado días antes de iniciar la vendimia, era un jornalero mas de unos diecisiete años que como tantos otros eran contratados para arrancar el fruto de las cepas. Nunca se había fijado en ningún chico ni en ningún hombre. Sus únicas figuras masculinas era el Señor Conde y sus desarrapados hermanastros, y la verdad, no había mostrado ningún interés por el género masculino, no había sentido amor ni cariño por ninguno y aún menos deseo carnal del que ya era conocedora.
Hacía varios años que ya era mujer, como así le dijo su abuela Fidela cuando un día comprobó como sus bragazas se mojaban y se tintaban de un rojo oscuro, de sangre. Sintió miedo, pensaba que iba a morir desangrada por el derrame de sus genitales que hasta entonces tan solo los había considerado como un orificio para poder mear. Para ella, durante la infancia, no existía mas certeza que las palabras de su abuela. Las mujeres meaban por un agujero y los hombres por un grifo, y como le decía su abuela, la diferencia tan solo era porque los hombres tenían que hacerlo de pié para no perder el tiempo durante el trabajo. Ella lo había visto, era verdad, cuando correteaba por el campo junto a Pili, los hombres sacaban lo que para ella era una especie de salchichón y meaban sin agacharse, y ese sería el motivo del sistema.
Aquél día en el que la sangre le chorreaba entre las piernas, no sabía a quién acudir, no sabía que hacer, no quería que la viera nadie y menos contarlo. Trataba sin conseguirlo parar aquel sangrado pero no lo conocía y un pequeño y molesto dolor sentía dentro de sus tripas. Pensó que estaba enferma, y como no paraba, corrió hacia las cocinas encontrándose a su abuela, le contó lo que le pasaba, se bajó las ropas empapadas de sangre pastosa, y de ese agujero por donde hasta entonces tan solo meaba y que ya se encontraba cubierto por un fino vello de color de su pelo, seguía un goteo incesante de sangre. Su abuela la tranquilizó, incluso le dio un beso y un abrazo, tan solo le dijo que ya era mujer, y que esa sangre le aparecería mas o menos cada mes para recordarle que era mujer, y que como todas ellas eran las únicas de poder dar la vida, de tener niños, de darles sangre y que esa sangre derramada era la que tenía para dar la vida. Según su abuela, era una virtud de la mujer, podían dar la vida mientras que los hombres tan solo ponían la semilla escupiendo por el rabo. No entendió nada, pero le pareció bonito, si lo decía su abuela sería verdad, la mujer es la fuente de la vida y esa misma vida se lo recuerda con sangre cada mes.
A los quince años, cuando vio por primera vez a aquel chico de ojos claros y pelo amarillo jornalero contratado para la vendimia junto con toda su familia; todos los cambios de su cuerpo estaban en plena evolución, mas bien ya la habían transformado. De sus pequeños pezones habían crecido unas generosas mugres como a las vacas, y también su abuela le contó el motivo, que como había visto tantas veces en las vacas, las marranas, las ovejas y otros animales, eran fuente de vida, algo único de las hembras, de ahí las mujeres pueden alimentar a sus cachorros, a sus hijos, cosa que los hombres no pueden hacer, mas bien, como decía Fidela, los hombres no pueden comer ni solos las mujeres tienen que hacerle la comida o caerían hambrientos. También le había brotado un fino bello pelirrojo por donde meaba, y su abuela le contó que era para proteger la fuente de la vida que se encontraba por donde meaba, explicación que no entendió en aquel momento pero que a los quince ya sabía, lo sabía y lo entendía todo, incluso que por donde meaba también a veces, cuando la curiosidad le invadió por aquel vello que le nacía, cuando lo acariciaba, sentía una especie de cosquillas agradables que sin saber que era, le gustaba. A los quince cuando llegó Benito, ya las preguntas estaban contestadas.
Nada mas ver a aquel muchacho de ojos claros se sintió diferente, el corazón le latía mas rápido cada vez que se lo cruzaba, y sin acariciarse esas cosquillas las sentía, era como una fuerza incontrolable de ser cogida de ser abrazada y rodeada por los brazos fuertes de aquel chico, de rozar sus labios, de coger sus manos y llevarlas a su pecho para que frenara a su corazón latente.
Pasaban los días y desde la mañana hasta la noche lo buscaba, intentaba tenerlo cerca, bajar la mirada cuando el la miraba y su tez blanca se sonrojaba. Era una fuerza incontrolable, un deseo de verlo y de estar junto a él. Paca estaba por primera vez enamorada, y su triste vida y toda la maldaz y fealdaz, se convertía en un campo de flores, de colores y perfumes, sonreía y lloraba, todo su cuerpo estaba alborotado, encendido, fogoso y deseoso de tocar, abrazar y besar a Benito como así le llamaban.
Ella ignoraba por completo si él sentía algo por ella, lo cierto es que le sonreía y ella se ruborizaba, no mediaron hasta ese momento palabra alguna, ninguna habían cruzado ni conocía sus sentimientos.
Al iniciar la vendimia era normal que los guardias aparecieran por el Condado para controlar a los jornaleros, a veces se colaban ladrones y delincuentes que saqueaban parte de las cosechas. Ese día llegaron tres beneméritos, el sargento, el cabo y el guardia murciano. El Sargento fue recibido por el Señor Conde en su despacho donde hablaban y degustaban alguno de los buenos caldos viejos que conservaba y cuidaba el Señor Conde, el cabo y el guardia andaban preguntando a unos y a otros, entrevistándose con los jornaleros, algunos eran conocidos de otras vendimias pero otros era la primera vez y se empeñaban mas con estos con preguntas y papeles que les exigían. Paca trababa de estar cerca de Benito y él y su familia eran nuevos y estaban siendo interrogados por el cabo y el guardia, ella sentada junto a una pared y Pili en su regazo no dejaba de mirar a Benito; en un instante en un momento el guardia murciano levanto su mirada y la dirigió hacia Paca, la miró y le sonrió, con la mano le indico que se acercara y levantó la voz –Jara ven pa ca-, ni se inmuto en ese momento, pero en de nuevo insistió y con la voz mas autoritaria, Pili estaba con las orejas caídas mientras ella se levantó y se dirigió hacia el guardia, sin preguntas y sin tan siquiera mediar palabra la cogió y agarro con su mano la entre pierna, Paca intentó alejarse pero la fuerza del guardia era muy superior a la suya, Pili empezó a ladrar pero de una patada del guardia fue a parar contra la pared, no le pasó nada pero ya no se acercó ni ladró mas. El murciano le dijo –aquí ya tienes pelos rojos jara- y dijo a los que allí se encontraban que esos pelos de la entrepierna son los que mas suerte dan, atraen las buenas cosechas y la fortuna.
Paca intentaba liberarse pero le era imposible, ahora estaba cogida por el murciano y uno de su desarrapado hermano, el murciano le dijo que le bajara la falda y la braguera para ver ese vello tan cotizado para el murciano y las gentes ignorantes que así le creían pues venía de otras tierras, de esos lugares bañados por el mar donde reinaba la abundancia. Cogida debajo de los brazos por el guardia y su hermano empezó a bajarle la falda mientras Paca pataleaba y gritaba, no paraba de gritar, su abuela atónita lo estaba presenciando y nada hacía, no podía meterse con los guardias era tan solo una sirviente del Conde. Su hermano apenas podía sujetar las piernas de ella, ya tenía mas fuerza que cuando era pequeña, no podía bajarle las ropas para coger ese bello tan preciado. Cuando parecía que lo conseguía, Benito se abalanzó sobre su hermano con una hoz en la mano y sin dudarlo lo cogió del cuello y le arrancó la cabeza por el cuello cayendo esta al suelo con la mirada fija en Benito y el cuerpo todavía con fuerza poco a poco soltaba las piernas de Paca. La cabeza rodó emanando sangre y desparramando por el barro los sesos. En ese momento el murciano cargó su escopeta y apuntando a Benito se dispuso a disparar, y un estruendoso ruido silenció el Condado. Paca con los ojos cerrados, su amado Benito lo habían matado. Oyó la voz del Conde y abrió los ojos y atónita lo miró. El Conde tenía su escopeta humeante había disparado al guardia justo en el ojo atravesando el cartucho toda su cabeza y desplazando su ojo derecho a mas de cien metros por donde salió rodando, se giró y vio a Benito en el suelo con las manos tapando su cabeza, como protegiéndose de un disparo seguro. El cabo levantó su escopeta y apuntó al Conde dispuesto a disparar, pero una orden le hizo bajar su arma, era la del Sargento que tantas cosas y favores debía al Conde, le ordenó bajar el arma y con voz firme dijo que no había pasado nada, tan solo un incidente entre el guardia y el desarrapado hermano y nada mas. Ordenó a todos que se fueran y que el que hablará del incidente se las vería con él. El silencio estaba asegurado.
Paca salió corriendo junto a Pili a su escondite, subiéndose la falda como podía pero no paraba de correr, no miraba hacia atrás. Llegó a su lugar secreto se acurrucó junto a Pili y de repente oyó unos pasos, alguien entraba, era Benito, su amado Benito, se levantó, se dirigió hacia él y con un impulso incontrolado mutuo de ambos deseosos de sus cuerpos se abrazaron y se perdieron en un profundo beso donde cada uno de ellos entregó su corazón mordiendo sus labios y juntando sus lenguas para sentir el sabor del amado. Ese día Paca la Jara, sintió por primera vez el amor.
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