(Desde los metadatos de mi corazón)
Yo tengo la
suerte de ejercer una profesión que me llena, me satisface y sobre todo me
permite defender personas. Una profesión que me da gustos pero también
disgustos, que enciende en mí el interruptor
de la imaginación, pero también en ocasiones altera mi equilibrio interior.
Desde hace
tiempo estoy inmerso en un teatro de escritura imposible, de personajes de todo
tipo, con un guion que se reescribe con demasiada frecuencia; que no es
sencillo, no es evidente, todo es interpretable y poco predecible.
En ese escenario
en el que soy actor pero en el que nunca seré víctima, interpreto un papel bronco, protestón, beligerante; incluso
insumiso.
Es un espacio donde los personajes que son traídos a la función saben
que cualquiera que sea el resultado, ya han pasado por la celda del castigo del
ágora, la del pueblo infesto por los
flashes interesados, con un público deseoso de carne. El circo de los leones
que ahora llamamos mediático, el coso de arena donde la muerte y la sangre se
olfatean.
Son sujetos de
luz, brillantes, exploradores; magos de comedia, inteligentes, radiantes,
imaginativos. Presos de la poesía en un mundo de prosa rancia, de titular
mezquino y de sarnosas esquelas.
Seres que juegan
con fuego y se queman, con la palabra en la boca y se equivocan; corren riesgos
y viven, se emocionan, son personajes que vuelan. Palomas mensajeras de la
libertad creativa, del gusto, de la belleza; de la línea curva porque en la
vida no hay rectas, sino atajos y cunetas donde algunos te dejan y te abandonan
cuando no eres fiel a sus reglas.
Son víctimas de
la libertad y de la imaginación; de la pasión, de la sangre, del color rojo; de
la vida en un acto y en momentos de locura.
La envidia rancia
de las tinieblas les acecha. Aparece cuando menos se le espera con palabras
sacadas del cementerio de sus miserias, de sus carencias, de su muerte
anticipada y de los dragones con los que pasean por su existencia.
Esos seres que
viven en la falta de luz, a la sombra de sus víctimas, a los que atacan, los
golpean, atormentan; se apoderan por instantes de los suspiros de la luz, del
ingente chorro de belleza, del sol de primavera que ilumina a los protagonistas
de mi ágora. Por instantes parece que quedan ocultos, que les invade la
flaqueza, que dejan de luchar por ser ellos mismos, por defender la riqueza de
la inteligencia; por ser de esa forma que como yo, buscan lo desconocido para
poder ver lo nunca visto.
Y surge el
flechazo de los sentimientos humanos. El cariño, la amistad, la complicidad; el
roce de las manos que transmite la energía de las estrellas. Difícil poder ser
protagonista y no ser envidiado, maldecido, insultado, amenazado, torturado,
vejado, odiado, humillado…….Este es el papel de las sombras, los que no tienen
luz, ni color, ni horizonte. Viven en las cortinas de humo de cigarros
apagados. En el oculto infierno de sus carencias, en la maldición de la
ignorancia del camino de la vida.
Esos seres les
acechan, tratan de robarles la luz, pero no pueden, tenemos algo de lo que
carecen. Algo que intercambiamos y que ellos ignoran. Nunca imaginaran que
entre los actores y guionistas hay un trato, un acuerdo sacramental, un cordón
umbilical que nos une.
Tenemos al arco iris de nuestra parte, y yo como parte,
me adhiero a los que llamo familia, porque les quiero y me duele que sufran,
siento sus lágrimas y tristezas. Pero tenemos ese arco, lo compartimos y nos
une con la fuerza más grande del universo.
Nos une el arco iris, con la fuerza
del amor.
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