No puedo ser de
otra forma en un mundo de adultos, de mayores; de personas cansadas, de
platinos voluntarios. Me revelo y nos revelamos ante la injusticia de la
madurez, ante la perversión de lo podrido alagado con los sentidos.
Este es un mundo
que como decía ese príncipe se olvidó de que todos en su día fuimos niños.
Porque algunos son mayores, pero todos fuimos niños en algún momento, con
pantalón o falda corta; con calcetines o leotardos. Algunos con pelo y otras
con trenzas, sin querer ofender por los sexos, pero es lo habitual, o al menos
lo que yo vi de niño.
Yo lo vi de
niño, soy testigo de que todos en algún momento fuimos niños, y nos llevaron al
colegio. Digo nos llevaron y también pienso de cuando yo era niño. El colegio
con los maestros, nosotros niños y lo que dicen educación. A veces pienso que
eso del colegio, lo de la educación es un tratamiento, es un concierto de
voluntades que se juntan para curarnos una enfermedad, vacunarnos tal vez de
eso de ser niños. Los colegios como grandes hospitales que curan a los niños
para hacerlos adultos, para limpiar su mundo, el virus de la inocencia, de lo
espontaneo, de la vida por la vida, de la existencia primaria, de esa que
piensa en su horizonte inmediato y en sus necesidades mediatas.
Nos vacunan de
la niñez aquellos que algún día fueron niños, pero lo olvidaron, se fugaron de
la sencillez y se embarcaron en una necesidad de conservar sapos y culebras,
gusanos malditos que circulan por sus tripas, hasta llevarles la podredumbre a
su corazón.
Yo no me curé,
yo sigo siendo niño porque quiero, y me hacen ilusión las cosas, y me
sorprenden las personas, y me enamoro de un atardecer y lloro cuando amaneces, y
siento vértigo ante la primavera, me colma de arrebatos el verano y deseo el
calor de tu mano en otoño. Del invierno no hablemos, porque compartimos las
sábanas con los sueños pintados en tu almohada.
Yo sigo siendo
niño y soy travieso. Me gusta jugar y que me jueguen. Sí que me jueguen, que
hagan de mí su juguete, su soldadito, su héroe, su vaquero; el objeto de un
deseo. No me importa ser objeto siempre que me hagan un buen juego.
Me gusta seducir
con los ojos, con la mirada y sobre todo con la palabra. Alterar el nombre de
las cosas, el significado de tu sonrisa y vivir por el amor de mi vida. Yo soy
niño por naturaleza porque cuando fui al colegio no aprendí nada, tan solo que
escribir mensajes de amor se hacía con letras que me enseñaron en ese colegio.
Nada más, porque yo no soy de esos que llaman maduro, no seré nunca un viejo de
ideas, ni de carne, porque yo siempre seré un niño, ese del que hablas en
pasado cuando me tienes en el presente de tu vida. Yo nunca pasaré la frontera
de la niñez porque un día me dijiste con tu sonrisa traviesa, que era el niño
de tus ojos, y desde entonces, yo soy niño, para ti y para siempre.
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