Si te digo que
no me gusta mentiría. Si no caigo tras tus pestañas, estaría sin vida.
Sonrisas
cargadas de nostalgia, perfumes de pieles abrazadas. Contagio de tus instintos
y bronceados de besos.
Es la vida
cotidiana de los sentidos, de las curvas de los escondites. Mentiría si dijera
que me gustan las líneas rectas, las cuadriculas dibujadas en la capa de tu
falda. Sigo como un niño un caramelo los trazos discontinuos, los guiños de los
parpadeos, los escondites que se encuentran cobijados tras tus labios, cuando
los beso.
Me gusta ser
natural, comulgar con la vida a viento y marea. A la lluvia a los truenos. Me
gusta ser esclavo del sol, de la arena, de la sal que se desprende de tu lengua
cuando besas.
Tan solo la piel
con sus lazos, con sus escondites, con sus misterios y secretos; se le puede
vestir con un secreto pintado con las luces del universo, con las de tu
suspiro, con el calor de tu pecho mientras te veo en un recuerdo.
Siento la vida
con poco más que la vida, con nostalgias y esperanzas, con deseos sublimes de
sentir unas manos sobre mi espalda, con un abrazo, con el corazón chocando
contra mi amor, que se encuentra escondido donde lo dejaste después de
quererlo.
No hay más que
lo que ves. Tengo las manos abiertas con la extrañeza de mirar a lo lejos, todo
aquello que antes tenía tan cerca.
Espero seguir
estando en un cobijo escondido, oculto, buscado y no encontrado, de donde tu
estés, de donde antes mirabas sin pensar, de aquellas mañanas donde tú yo éramos
el mar: tú el agua y yo la sal.
Unidos por lo perpetuo, por lo eterno; por
aquello de lo que no se dispone, de esas
curvas donde me encuentro, de las que no se puede escapar; ni quiero. Estoy
dentro de tu vida, tú alma y tus recuerdos. No quiero soltar la mano del mundo,
ni el reflejo de tus ojos, cuando me miras y cuando me ignoras.
Poco a poco,
como lo bueno, en silencio; llegaré, tras las curvas, con los lazos del amor, a
ese cobijo que es tu corazón.
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