El amor se
somete al juicio de los amantes, de aquellos que se prometieron dar y recibir el cariño, el corazón y el cuerpo de
su amado. Queda en la intimidad de dos personas y en la verdad de la sociedad
que los admira, por la entrega, por la belleza y la lealtad de su complicidad.
A veces todo se
rompe o tal vez lo rompemos porque queremos llegar hasta el final. Damos hasta
la última lágrima por la pérdida de eso que durante un tiempo fue la magia
creada sin utilizar truco alguno.
Someter a
audiencia pública esa intimidad, que sea juzgada por romper las leyes de los humanos, me causa estupor,
tristeza por la incomprensión; por no haberse entendido o tal vez porque no se
supo expresar el sentimiento por medio de mensajes de voz.
Siento que las
lágrimas rebosan los límites de mi corazón, que el alma la tengo perdida entre
los papeles de aquellos que con autoridad, recogen tu declaración sin saber que
las palabras no pueden sustituir el sentimiento entregado con el lenguaje del
corazón.
El amor y el
odio van de la mano, pero yo no lo siento así. Nunca el libro podrá cerrarse
por el simple paso de una página, de un capítulo que jamás se cerró y que causa
una batalla sin sentido, sin origen y sin fin. Parece que hacerse daño es el
sustituto de la caricia, de lo que antes eran mimos y pasión.
Siempre me ha
causado dolor cuando he sido testigo de personas que amándose hasta la locura,
convierten su deseo por el otro en venganza y dolor. Siento en lo más profundo
de mi ser si alguna vez lo pude haber hecho, en un acto que tan solo deseaba
ser una reivindicación, un grito al mundo de que el amor cuando se esconde tras
el biombo de la vergüenza se elimina, se agota y se amarga.
Cuando la
sociedad abre un caso, un proceso al amor; se ignora cuáles serán las consecuencias,
porque de la belleza se pasa a la batalla, sin sentido, sin vencidos ni vencedores.
Tan solo cabe una solución; el perdón, el beso, la caricia; volver a la piel
dejando de un lado lo denunciado en un papel.
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