EL
CONDADO DE MUDELA. CAPITULO XIX
La sucesión no fue fácil, no toda la nobleza española de
aquella época pudo entender, que uno de los títulos mas grandes de España
pudiera ser heredado por una hija bastarda que vivía en pecado con otra mujer.
Lo legítimo para ellos hubiera sido seguir las reglas de sucesión en la familia
de Don Bernardo, algún primo, un pariente lejano; pero no en una mujer nacida
del pecado.
Su nombramiento, culminado
a su estilo, con aquellas palabras aceptando el título y el legado recibido,
fue muy criticado. Un noble no necesita justificar su linaje ni su poder sobre
los siervos, un miembro de la aristocracia española, con tan solo su título se
le debe respeto y obediencia sin necesidad de justificación alguna.
De forma estricta y
austera, fue felicitada por cada uno de los miembros de la nobleza que
asistieron al acto, así como por el representante de Su Majestad el Rey; una
vez cumplido el protocolo, todos desaparecieron, cada uno por su camino, en sus
carruajes. Terminados todos los actos, Paca recién nombrada Condesa de Mudela,
quedo sola en la puerta del caserón mirando al infinito, observando cada una de
las cepas de los viñedos, los árboles, las cuadras, la granja, la bodega, las
diferentes edificaciones, sus caminos; no se le escapo ni un solo detalle, se
sentía extraña, nunca había tenido ningún poder y ahora era la dueña y señora
de todo eses vasto territorio del sur de la meseta castellana. Propietaria de
aquellas tierras, dueña de sus habitantes y autoridad en el Condado y de los
pueblos aledaños. Se sentía abrumada, incapaz, los hechos se habían sucedido a
gran velocidad, sin asumir todo lo que ello suponía aunque hacía años que su
padre la había nombrado como legítima heredera; a pesar de ello ahora era una
realidad y no podía ni dar un solo paso, ni mover un solo músculo, tan solo
miraba el horizonte sin pestañear.
Ensimismada en sus
pensamientos, asustada por la responsabilidad, por su repentina soledad, de
repente, una mano, un tacto, un roce, una caricia, una mirada; Margarita a su
lado, tomándola por la espalada, con su melena rubia entregada al fino viento
que se había levantado, la cogió fuerte, como si supiera que en cualquier
momento caería, tomo su cintura, acerco su pecho al cuerpo de Paca para que
sintiera su corazón, para que materialmente comprendiera que estaba allí, que
contaba con su total apoyo y su ayuda, que para ella nada había cambiado, que
seguirían juntas, que las debilidades de una se complementarían con la
fortaleza de la otra, que la tenía incondicionalmente, que nunca la dejaría,
que tan solo la muerte las haría separar, pero que hasta entonces, allí estaría,
a su lado para compartir sufrimientos y alegrías; que el amor que entre ellas
existía podría con todo y con todos; pues no sería fácil gobernar esos pueblos,
esas tierras, por una mujer en mundo dominado por los hombres.
Pasaron unos días y La
Condesa despachaba con el capataz, encargados de los campos, de las cuadras,
dando instrucciones, pidiendo consejos, a lo que no estaban acostumbrados
ninguno de sus siervos y firmando documentos. También recibía a las
autoridades, miembros del concejo, escribanos, notarios, el juez de paz; todos
ellos estaban bajo su autoridad y su nombramiento y sus cargos dependían de
ella. Mantuvo a todos los que estaban y nombró a otros; cumplía con todas sus
tareas y obligaciones de forma ordenada y así cada día. Al amanecer se levantaba de la cama, se
deslizaba de las blancas sábanas de seda y contemplaba a Margarita dormida, en
cierta parte la envidiaba, era un ser libre, sin obligaciones ni ataduras, tan
solo permanecía a su lado por amor, una gran amor, criticado e insultado por
tantos. Su vida podría haber sido mas fácil, podía marcharse en cualquier
momento, no la sujetaría y sin embargo, ahí con sus cabellos del color del oro
sobre la blanca almohada, dormía como un ángel, con su rostro blanco y su
conciencia en paz. Como cada día, antes de salir para el caserón, le regalaba
un delicado beso, suave, tierno, silencioso para que no despertara, para que
siguiera en sus sueños y en su mundo, aunque su deseo fuese otro, despertarla,
abrirle su ojos azules y juntar sus labios a esos otros labios, de un rojo
intenso y saborearlos juntando una y otra vez sus lenguas hasta tomar todo de
ella. Sin embargo, en silencio, un beso en la mejilla y nada mas, cada mañana
comenzaban las tareas de Condesa y a ellas se debía.
Cuando había pasado poco más de un año desde su nombramiento,
Benito capataz del Condado, pues así fue nombrado por Don Bernardo y así lo
mantuvo, comunicó a Paca que abandonaba su puesto y que se marchaba del Condado
a la vendimia de otras tierras, que su tiempo allí había finalizado y por su
puesto le pedía permiso y autorización puesto que a ella como Condesa se debía.
Paca tenía todo el poder para retenerlo e incluso para que recibiera su castigo
por hacer aquella petición; sin embargo lo dejó marchar, al final era un pobre
desgraciado, un hombre simple, que en la juventud le cegó su con su amor, pero
que cuando tuvo que tomar responsabilidades, cuando tuvo que ser un hombre, tan
solo fue un villano desgraciado. Si lo dejo marchar, seguían esposados, así
seguirían, no había otra opción en esa España dominada por clérigos y sotanas,
a tanto poder no llegaba. Y se marchó con lo puesto. Meses después tuvo la
noticia de que había muerto bajo las ruedas de un carro, con una muerte
violenta, ya que al parecer sus pesadas ruedas pasaron una y otra vez por
encima de su cuerpo, hasta romper en pedacitos cada uno de sus huesos. Sus
restos los trajeron al pueblo para recibir cristiana sepultura, Margarita
asistió, era su única familia, ya no vivían sus padres ni familiar alguno.
Paca, la viuda, sin embargo no fue a dar el último adiós, ni su cargo ni sus
deseos se permitían. Benito fue un gran engaño en su vida, había recibido su
merecido.
Cuando Benito abandono su
cargo de capataz y abandonó El Condado, Paca decidió hacer algunos cambios. Uno
obligado debía nombrar un nuevo capataz. Para ello eligió a Celestino, el hijo
de Fermin el de las cuadras que aunque hombre con conocimiento y experiencia ya
era muy mayor y pocos años le quedaban. Necesitaba alguien joven, fuerte y
capaz, alguien que supiera dirigir los campos, la bodega, los tratos con los
comerciantes; una persona en la que pudiera confiar y le quitara alguna
responsabilidad; y para ella Celestino era el hombre ideal, de poco mas de
cuarenta años, criado en El Condado, lo había visto crecer y trabajar. Conocía
el oficio y junto a él nombro a Fernanda, la esposa de éste, como la encargada
del servicio y del mantenimiento
de el Caserón. También la había visto crecer, criarse en El Condado y
sobre todo, cuidar a su madre Saturia a la que le quedaba poco tiempo en la
tierra, le sobraban los años; y le
estaba muy agradecida.
Quedaba una última
decisión, había pasado ya mucho tiempo desde que fue nombrada Condesa de Mudela
y seguía viviendo junto a Margarita en la casa que el Conde le cedió cuando se
casó. Allí no entraba el servicio, Margarita se encargaba de las tareas
domésticas. Las comidas, la limpieza. Pero esa situación no podía continuar,
debía trasladarse a vivir al Caserón, no solo por los rumores, sino por
dignidad del título, debía ser servida por los sirvientes, no por su amada,
debía residir en el lugar que le correspondía y con los lujos de esa gran casa.
Esa decisión estaba tomada
por Paca, ahora debía comunicársela a Margarita que no le haría ninguna
ilusión. Ella estaba encantada en servir a su amada Paca, a seguir viviendo en
la discreción sin nadie mas, sin gente que entrar y saliera constantemente, que
le pusiera el pollo en la mesa sin haberle retorcido el cuello ella y cocinado.
Una mañana al despertar, no
solo hubo un beso en la mejilla de Margarita, ese día Paca la despertó con otro
beso pero en el centro de sus rojos labios. Margarita entreabrió los parpados y
dejo ver sus azules ojos regalando a Paca una suave sonrisa, le había gustado
ese despertar. Aunque después del beso,
la sonrisa, el placer de los labios juntos, Paca le dio la noticia, se trasladaban
a vivir al Caserón, así lo había decidido y le dio las explicaciones que
entendió convenientes. Margarita dijo cien veces que no, que allí no sería
feliz, que necesitaba servirla a ella y que no la sirvieran, que por favor le
pidió que se marchara ella, que lo entendía, pero que la dejara permanecer allí
y ser ella quien desempeñara las funciones de esa tal Fernanda, y algo mas,
alguna noche, en la que los deseos carnales así lo pidieran, que era su sierva,
que le mandara y obedecería en todo.
Paca la cogió de su
mejillas, acerco su cara a la suya, la beso en cada una de ellas, se separó
unos centímetros y de su boca salieron unas palabras suaves, tiernas pero
también de Condesa: “ mi amada, tu eres
lo único que me mantiene en vida, la razón por la que lucho cada día, por la
que acalló miradas y comentarios, sobre tu y
yo, mi amor, tu serás servida, como si fueses mi esposo y no dudaré en
acabar con la vida de cualquiera que lo ponga en duda, que nos juzgue. Mi amor
por circunstancias de la vida, tu no debes servir a nadie, tienes que ser
servida, te lo pido por nuestro amor, por mi y lo harás, porque además – paca, en ese momento tomo un poco de
aire y se le acercó un poco mas – porque
además, mi amor como tu señora es mi deseo y lo cumplirás”
Paca de repente despertó,
se había quedado sumida en sus sueños, pero un golpe de aire rompió la ventana
e hizo añicos los cristales que saltaron encima de la cama, El Condado estaba
en llamas, era una imagen aterradora, todo estaba siendo devorado por el fuego
e incluso la casa. El techo se había tintado de rojo y el humo empezaba a colarse
entre las tablas. El caserón estaba ardiendo, el tiempo de Paca se acababa.
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