EL CONDADO DE MUDELA. CAPITULO XVI
Paca
se encontraba inquieta, embullada entre las sabanas blancas y las almohadas,
sin hacer ningún movimiento, su cuerpo
se perdía en espasmos, en temblores no provocados, tenían cierta armonía con
los sonidos que procedían del exterior; el constante zumbido de las gotas de
agua que se estrellaban contra el cristal de la ventana, los truenos, los
árboles que caían por la fuerza del viento y el fuego de los rayos. Parecía el
fin del mundo y del propio caserón crujiendo como si fueran llantos de dolor.
Pero sus temblores, sus espasmos no estaban ocasionados por el miedo a esa
interminable tormenta, como tantas otras que había vivido, sino que le
machacaban los recuerdos, hasta tal punto que no pudo contener los orines que se
le escaparon, empapando los algodones y trapos que Fernanda le había puesto
para que de noche no mojara la cama.
Tras
la entrada en la casa de Benito envuelto
con sus ropas ensangrentadas, los ojos hinchados, vómitos de sangre,
dientes partidos. Paca curó sus heridas y quedó en la cama, pasando los días y
sin mediar palabra. Le ayudaba a comer, le cambiaba los vendajes y así día tras
día. Las gentes del Condado le preguntaban por su marido, otros la miraban con
desafío. Benito no se ocupaba de sus funciones de capataz y un día El Conde le
preguntó, le reprochó que clase de marido tenía, que le había dado un puesto de
gran responsabilidad y no lo había cumplido ni tan siquiera un día. Paca, que
ahora era el ojo derecho del Señor Conde, le contestó que había cogido unas
fiebres pero que pronto se reincorporaría al trabajo y estaría orgulloso de él.
Don Bernardo la creyó, como no, era la única persona en el mundo de su sangre y
además El Conde estaba haciéndose mayor, cada vez se le veía menos, no salía ni
al campo, pasaba los días encerrado en el caserón como si ya nada le importara,
como si encerrado en sus aposentos hubiera decidido esperar la llegada de la
muerte, de ahí su interés por Benito, le había otorgado toda la responsabilidad
del Condado, no confiaba en nadie y él era el esposo de su hija, su única
descendencia, la que en su día se convertiría en la primera mujer en la
historia del titulo nobiliario, que sería Condesa de Mudela.
Pasados
unos quince días desde aquellos sucesos, Benito estaba totalmente recuperado,
pero seguía en silencio, no mostraba ningún tipo de cariño por Paca, no le
hablaba, no le daba ni las gracias por todos los cuidados y sacrificios que
hacía por él. Nada, de aquel muchacho dinámico, alegre y romántico no quedaba
nada, parecía que aquellos golpes que le propinaron esa noche, le habían robado
el alma, tan solo le quedaba la mirada, la única expresión de donde se podía
obtener algún dato de sus pensamientos, y ésta o estaba en blanco, perdida, o
era la mirada del odio, del mal que le poseía, de la necesidad de ajustar
cuentas. El muchacho sonriente, amable y cariñoso había desaparecido. Ahora ese
cuerpo escondía el dolor, había pasado todas las etapas del duelo: el dolor, la
negación, la aceptación y ahora se encontraba en su última fase, la venganza.
Al
llegar la noche, Benito se metió en la cama, era pronto, no había anochecido y
Paca que no sabía bien que hacer, decidió también ir a dormir, de pronto,
mientras se quitaba sus ropas y se ponía el camisón, de la boca de Benito
salieron unas palabras, por fin le habló, -Paca, mañana al amanecer saldré de
la casa y cumpliré con el cargo que me dio El Conde-, Paca se giró con una
sonrisa, deseaba que se enfrentara a la vida, que cumpliera con el cargo que le
había encomendado su padre. Le miró a la cara y vio esa mirada de odio el color
de la venganza y su sonrisa poco a poco desapareció. Benito se incorporo y
agarró el cuerpo semidesnudo de Paca. Ella ardía en necesidad de su carne,
tanto tiempo sin saborearla, sin ser poseída. La atrajo con violencia hacia él,
le arrancó con un movimiento la poca ropa que la cubría, la tiró en la cama,
estrujo sus senos con sus grandes manos, la mordía mas que besarla, pero Paca
no sentía dolor, necesitaba ser tomada, sentirse mujer, ser deseada. Pero
Benito no sentía deseo, era otro sentimiento, quería descargar su furia contra
su cuerpo. Le abrió los muslos y bajo sus pantalones de donde salió su miembro
erecto rojo y desafiante y la penetró, con golpes bruscos como si deseara
romperla, apuñalarla. Paca sentía se mordía los labios en cada movimiento, pero
no se quejo, no salio ni un sonido de su boca, por el contrario lo besaba y
acariciaba, mientras el terminó con un gran gemido depositando en sus entrañas
toda la semilla acumulada, todo el veneno que lo poseía. Se tumbo sudoroso y
entre suspiros dijo, -Paca mañana será mi primer día-
No
pudo dormir en toda la noche, no sabía que querían decir esas palabras, un
primer día, un nuevo día o una nueva persona, ya lo era, nada bueno presagiaba,
su matrimonio entre flores, amor y felicidad tan solo había sido un sueño y ese
sueño no se haría realidad.
Cuando
una pequeña luz empezó a divisarse en el horizonte, Benito se levantó de la
cama y empezó a vestirse de campo, chaleco, botas, boina y una garrota en la
mano. Paca se hizo la dormida aunque lo miraba de reojo. Veía a Benito con
movimientos controlados, sin perder el tiempo, de forma ordenada se fue
vistiendo y cuando terminó, abrió la puerta de la casa y salió, sin un beso de
buenos días o de despedida, nada. Paca asustada y triste a la vez, se quedó en
la cama, no sabía lo que ese día pasaría, pero no quería verlo, no pensaba
levantarse, cubriría su cabeza con las sabanas y aislarse del mundo, no quería
ver ni saber, solo quería que el día pronto pasara y volverlo a ver entrar por
la puerta de la casa, tal vez con un ramo de rosas o de amapolas, pero sabía
que eso era un sueño, que en su vida ya no había flores, que la penumbra de
nuevo volvería. Tomo a Pili que a penas se movía la metió con ella en la cama
por primera vez desde su matrimonio, a Benito no le agradaba dormir con Pili en
la cama, y de allí las dos en todo el día se moverían.
Benito
con paso firme y seguro se dirigió sin pestañear a los aposentos de los sirvientes
del Condado, con la garrota en la mano y sin que nadie le esperara, entró dando
una patada en la puerta que se desquebrajó y se hizo añicos, se oyeron movimientos, gritos, algunos
desperezándose del sueño, entró como un rayo y sin mirar, sin saber quien se
hallaba en cada cama, empezó a golpes con la garrota, porrazos sobre cuerpos de
hombres y de sus mujeres que dormían en sus camas, no discriminó, tan solo daba
golpes sobre cada cuerpo que se movía, en la cabeza en sus cuerpos, algunos
intentaban parar aquella locura, pero Benito estaba poseído por la hiel de la
venganza, por el odio y siguió sin parar de dar golpes sobre cabezas, brazos,
cuerpos, los gritos se oyeron en todo el condado, seguía y seguía hasta que
dejaron de moverse cada uno de esos cuerpos sin rostro, solo se oían quejidos,
lamentos de dolor. Benito se quedó quieto, la luz del amanecer ya entraba por
las ventanas y su figura podía reconocerse, todos sabían quien era, era Benito
tomado por el demonio, por el odio, Satanás vestido de hombre. Llegó el silencio,
nadie se atrevía a lamentar sus dolores ni a soltar una palabra. Varios minutos
de silencio, hasta que Benito con voz fuerte y autoritaria les ordenó
levantarse, quería a todos fuera en dos
minutos. Salió por la puerta y delante
de ella quedo firme, cubierto con la boina y garrota en mano, espero la salida
de todos. Y así fue, todos salieron, cada uno vestido como pudo, con sangre en
las caras, hombres y mujeres cumplieron la orden del capataz. Una vez todos en
fila, miró a cada hombre y a cada mujer, y uno a uno le dijo que era el jefe,
que estaban a sus ordenes, que a partir de ese momento solo cumplirían sus
mandatos o se verían de nuevo con su garrota en sus carnes, que trabajarían
desde el anochecer hasta el atardecer y que lo quería ya, en ese momento y
todos como corderos corrieron como pudieron, entre sangre y dolor a cumplir sus
órdenes.
Así
transcurrió el día, Benito a caballo recorría una y otra vez todo el Condado
vigilando que sus órdenes se cumplían y algún osado que se atrevió a mirarle a
la cara, se llevó un nuevo garrotazo en sus sienenes, no podían ni mirarlo, tan
solo cumplir sus órdenes y trabajar, desde el amanecer hasta el anochecer.
Se
hizo la noche y Benito volvió a su casa, abrió la puerta, en la mesa no estaba
la cena, miró y vio a Paca en la cama cubierta por las sabanas, la llamó por su
nombre y le preguntó con reproche -¿que haces en la cama?, ¿y la cena de tu
hombre?-. Paca retiró las sabanas, se incorporó y Pili asomó la cabecita, los
ojos de Benito se encharcaron de sangre, y le gritó -¿ que hace la perra en la
cama?-, Paca solo decía –no, no, no por favor, nunca mas- , pero ese día Benito
no atendía a suplicas ni a lamentos, ese día Benito solo era el amo, en ese día
todos cumplieron sus órdenes menos su mujer y Paca cuando fue a coger a Pili, a
poner su cuerpo entre ella y la garrota, llegó tarde, toda su ira cayó sobre el
envejecido y frágil cuerpo de Pili, la garrota la rompió en dos, tan solo un
pequeño aullido, un lamento de quien la había acompañado toda su vida y en todas
sus tragedias, el único ser que había querido. Quedó rota en el suelo sin
aliento con los ojitos abiertos, sus orejita caídas y un solo movimiento, el
del suspiro de su muerte.
Paca
lloró y lloró, pero una vez secadas sus lágrimas, ella si le desafió se le
quedó mirando a la cara, sin pestañear, firme, autoritaria, se acercó a Benito
embriagadote autoridad y poder, y ella cada vez mas cerca y con voz baja sin
necesidad de levantarla, cuando estaba a penas a diez centímetros le dijo: - tu
serás mi marido, yo soy tu mujer, pero yo seré La Condesa de Mudela y yo
seré tu ama y dueña, me harás la comida, me harás la cena, limpiaras la casa y
si te lo ordeno me lamerás los pies. Hoy has matado al ser que mas he querido
en mi vida, hoy para ti empieza tu camino hasta la tumba.
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