EL
CONDADO DE MUDELA. CAPITULO XVIII
Paca envuelta en sus
pensamientos que la llevaban a los límites del limbo, conforme pasaba el tiempo
estaba siendo cada vez mas presa de las fuerzas de la naturaleza. Los cristales
empezaban a romperse por el golpe de las piedras de hielo que caían del cielo,
las ventanas se abrían y cerraban dando golpes sin cesar, y también estaba el
fuego, alimentado por los árboles del Condado y las cepas de los viñedos, en el
exterior todo era destrucción y desolación, el fin del mundo parecía cada vez
mas cerca.
Tal vez no fuera el fin del
mundo, pero si se acercaba el fin de su vida. Paca así lo sentía, El Condado
anegado y quemado, y su vida marchita, seca, vacía con cada vez menos energía,
tan solo su pasado, sus pensamientos y su mirada fijada sobre el resplandor del
vidrio roto de la ventana. Miraba sin parpadear, se veía reflejada, su cara, su
rostro y una leve sonrisa bañada por una comisura de goteo de lágrimas de sus
ojos, no de tristeza, de añoranza, de alegría. Junto a su imagen distorsionada
por el movimiento de las llamas de la vela, pudo apreciar una imagen angelical,
era Margarita mirándola, sus ojos clavados sobre su rostro. Ella postrada en la
cama esperando a las ánimas y un ángel vigilante protegiéndola del mal. Estaba
allí con su melena rubia, con su vestido blanco y su tez morena, la miraba, la
llamaba, le daba confianza, estaba allí, la protegería en el tránsito en el que el alma original se libera del
cuerpo. Sonreía, no tenía miedo, se sentía protegida, su amiga, su amada, su
compañera, su extrañeza desde que hacía unos pocos días la dejo abandonada,
cuando su espíritu se alzo de sus carnes para liberarse de la vida en la
tierra.
Lo cierto es que Paca
durante su vida siempre estuvo sola, no dependió de nadie ni de nada, ninguna
atadura por las pérdidas, tampoco le habían dado amor ni presencia como para
añorar a nadie, tan solo a Pili su fiel compañera durante tantos años, aunque
justo en el momento de su pérdida, la llegada de Margarita ocupó esa ausencia.
Su soledad había sido rica en silencio a pesar de tantos sucesos trágicos que
le había tocado vivir, pero siempre se tuvo a ella, su imaginación, sus paseos,
sus reflexiones. Paca durante su vida había llenado con su brillo, con su
esplendor, todo el espacio que le rodeaba, a ella y a los demás. Pero ahora esa
soledad vivida e incluso buscada, se había convertido en desolación, la pérdida
de su amiga, su amante y compañera; la única persona que le había dado el amor
del que todos estamos sedientos si no lo encontramos. Ella durante un tiempo lo
había tenido con Benito, pero duro poco, y su pérdida, un día de vendimia
arrollado por un carro cargado del fruto de la vid, no le desoló, tan solo la
entristeció por la decepción. La desolación llegó tan solo unos días atrás
cuando Fernanda se encontró al cuerpo de Margarita sin aire, sin vida, solo su
cuerpo, porque su espíritu, su energía vital, no había desaparecido, tan solo
se había transformado en un ángel blanco, que en ese momento, la seguía
protegiendo y cuidando, observándola desde la ventana.
Desde que el Señor Conde
anunció su legado, desde que Don Bernardo de Mudela informó a todo el Condado y
a las autoridades de su legado, de su sucesora en el título, de los grandes del Reino de España, a
su hija Francisca, su vida cambió, todos bajaban sus cabezas a su paso, nadie
se atrevía a juzgarla en su presencia ni en su ausencia ni a ella ni a su
compañera Margarita con la que siguió conviviendo en su casa, sin Benito, que
desde ese momento cambió de aposentos y fue a vivir como un siervo a mas con el
resto de sirvientes del Condado. Ella y Margarita solas, respetadas y
veneradas.
Fueron años intensos,
vitales, vividos. Cabalgando a caballo, bañándose en las lagunas, disfrutando
cada una de las vendimias, comiendo uvas junto al fuego, con un trozo de queso,
pues como decía Margarita: “las uvas con queso, saben a beso. El esplendor
radiante de ambas lo inundaron cada uno de los rincones del Condado, hasta el
último límite de sus confines. Fueron
años de máxima prosperidad, la naturaleza le acompañaba, todo era fértil y de
los ojos tristes de sus habitantes, apareció la alegría. Organizaba verbenas,
bailes, fiestas por cualquier motivo. Ella como nadie sabía que cada uno de
nosotros somos capaces de transmitir la felicidad, de regalarla y contagiarla,
y que ese acto generoso tienes sus frutos, y así ocurrió, El Condado cada vez
era mas rico y próspero.
Su padre, el Señor Conde,
desde el día que anunció su legado, se encerró en el caserón, poco se le veía,
algunas veces en paseos nocturnos cuando los habitantes dormían, tan solo sus
sirvientes y Paca, que decidió no solo ser la heredera del preciado título
nobiliario que la convertiría en una de las Grandes de España, sino también
decidió ser su hija y comportarse como tal, como Francisca de Mudela.
El Conde envejeció con gran
rapidez, cada año que pasaba, para él eran décadas, poco a poco se fue
apagando, las faltas de ganas de vivir, su vida carente de amor y quemada por
la violencia y la sangre, habían hecho mella en su cuerpo que cada vez se
apagaba mas. Tan solo le alegraba, le daba ciertas ganas de vivir, la presencia
vital de Paca. Le leía libros por las tardes hasta el anochecer, hasta que
llegaba la cena, el sentado en la mecedora ensimismado con su mirada fija en la
ventana contemplando sus tierras. En ocasiones, no sin cierta oposición del
Señor, lo cogía del brazo y le obligaba a dar algún paseo por el caserón y sus
patios, le daba aliento, le daba la vida que nunca había tenido, un poco de
amor, tal vez cariño, un poco de ternura tan ausente en su vida.
Algún murmullo circulaba
por El Condado. El agradecimiento interesado
por el Legado recibido, pero pronto callaron. Los ojos de Paca siempre
habían sido muy expresivos y sinceros, y las gentes callaron, por que el cariño
a la sucesora cada vez era mayor entre las gentes del Condado y de los pueblos
que pertenecían a su mandato.
Una tarde de otoño durante
la lectura diaria, Paca se sintió
observada, entonces alzo sus ojos del libro para mirar a su padre ausente
durante tantos años, la estaba mirando con ojos de felicidad, una pequeña
sonrisa, una mirada cómplice, un soplo de cariño que le llegó hasta lo mas
profundo de su corazón, y de repente, esos ojos fueron tapados por sus
párpados, un último suspiro y el peso de su cabeza cayó sobre sus hombros. Paca
se levantó, se acercó a él y comprobó que no respiraba, que su padre se había
ido, que el Señor Conde de Mudela les había dejado. Lo abrazó y lloro, durante
un buen rato se mantuvo junto a él hasta que llegó el momento de dar la
noticia. Salió del caserón y ordeno a Benito que convocara a todos en la puerta
del Caserón, allí firme, junto a Margarita, aunque guardando una distancia
apropiada al momento, anunció a todos la muerte de Don Bernardo de Mudela y ordenó
convocar a todos los habitantes de los pueblos aledaños y a los del Condado
para preparar el sepelio durante tres días de duelo.
Así sucedió, un
constante paso de gentes por la estancia
donde se hallaba el féretro, todos pasaban ya con la cabeza baja daban su
última despedida a Don Bernardo. Fue deseo de Paca que ese último acto fuera un
gran homenaje a aquel hombre, que gobernó esas tierras durante años y que
además fue la semilla de su existencia.
También llegaron muchas
gentes de otros pueblos, otras provincias y de la capital. Toda la nobleza del
Reino de España acudió al funeral e incluso Ministros del Gobierno y el
asistente personal del Rey.
No solo se celebró el
funeral, sino que tras éste, el representante del Rey en persona, con todos los
honores, teniendo presente la escritura firmada por El Conde, nombró a Paca en
el título, no sería nunca mas Paca la Jara, desde ese momento se le nombró como,
Su Excelentísima Condesa de Mudela. Una vez hechos todos los honores,
con Margarita cerca pero a cierta distancia cruzándose las miradas, La Condesa
se saltó todos los protocolos yen un
acto impulsivo se dirigió a todos los presentes, con estas palabras:
“Exceléntisimos miembros de la nobleza, Grandes de España, Señor
delegado de Su Magestad el Rey, sirvientes y habitantes de El Condado, a todos
les dirijo estas palabras para resaltar el gran pesar que sufro por la muerte
de mi padre, un gran señor, que ha llevado el título de este Condado con honor
y sabiduría. A todos les manifiesto, que seguiré sus pasos, que honrare este
titulo, sus tierras y sus gentes, pero que nunca olviden, sus obligaciones y
deberes, porque este legado me obliga y a él me debo, respetarlo y si no es así
no dudaré en castigar cualquier acto contrario a la Nobleza de El Condado de
Mudela, así lo ordeno y lo haré cumplir·
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