Tu carta me daba
razones para vivir donde ya no las encontraba. Tu carta me daba motivos para no
morir, para agarrarme a una soga entre las manos, sin tocar el suelo. Tu carta
no me llegó, ni tan siquiera sé si la escribiste, tal vez desee que lo hicieras,
y la imagine, pensando que no es más triste la que no llega, que la que no se
escribe.
Esa carta estaba
firmada de puño y letras, del tuyo y de tus palabras, de tus sentimientos y en
alguna línea cargada con lágrimas. Si esas que yo pensé, que yo imagine que se
desprendían de tus ojos mientras juntabas letras con sentimientos, o al menos
lo pese, sí, en esa carta, que no recibí, que no sé ni si la escribiste, pero
la imaginé, la pensé, tal vez incluso la soñé, mientras te esperaba una noche
cualquiera con mis pensamientos sobre la almohada.
Esa carta nunca
me llegó, no sé ni si la escribiste o lo hice yo, de pensamiento, porque no
escribí letras, ni siquiera tome un sobre para que te llegará, pero si la pensé,
mirando el cielo, una mañana cualquiera, con el sol en el horizonte, mientras
esperaba que vinieras.
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