Nos empeñamos en
permanecer, en quedar anclados de cualquier forma en alguna página de la
historia o de alguna historia. Necesitamos ser guardados en la memoria de la
vida o de alguna vida, nos negamos al olvido incluso a ser extrañados, porque
ya se sabe, que cuando nadie te recuerda se deja de existir.
Tú te empeñaste
en pegarte a mis pestañas, para que mis ojos siempre te observaran, sabiendo
que los recuerdos no se pierden en tanto no se olvida su nombre, y hay muchas
cosas que olvidar, pero nunca un nombre. Olvidar un nombre, es como quitarle la
expresión a una cara, dejarla inmóvil y permanente, en un estado de semejanza
con los otros que te hagan irreconocible, un igual entre tantos, ni distante ni
cercana, simplemente como los demás.
Siempre quisiste
ser como los demás, cuando naciste única, auténtica y verdadera; como tú, como
yo; como tantos otros, diferentes, semejantes pero distintos. Únicos e
irremplazables, porque como dicen, los ojos son el espejo del alma, y no hay
dos almas iguales, cada una tiene su luz tamizada por la vida, el amor y los
sentidos.
Dos almas en
blanco y negro, pero yo te veo de fucsia, de rosa fuerte, de sangre calmada,
sosegada, amada y apasionadamente querida hasta la muerte.
Irremplazable si
y en el recuerdo, porque conozco tu nombre, porque no olvido, tal vez inscrito
en alguna parte, para que todos lo vean, para que yo lo tenga en mis pestañas,
de eso de lo que te encargaste, de que no te olvidara, de ser un recuerdo, de
no olvidar tu nombre.
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