No comprendo la
vida ni en blanco ni en negro. No entiendo la existencia sin la noche y el día,
como tampoco puede entender vivir con ella y sin ella.
Un día me
presente con mi sonrisa blanca para que fliparas en colores y encontré de
respuesta uno ojos azules, los que me miraban mientras todo fluía y sin que
nada me influyera.
No entiendo
seguir hablando sin que unos oídos me escuches, ni seguir mirando al cielo blanco
cuando el aire es azul. No persigo más respuesta que el sí de unos ojos, las
palabras de la mirada cuando el corazón es el que habla.
Dicen que hay
fronteras, que el cielo es una de ellas, que no se puede mirar más allá, que los
ojos no alcanzan a descifrar las estrellas; sin embargo me han dicho y de
testigos con certeza, que el cielo no es el límite, porque hay huellas de la
luna llena.
A veces parece
que tu vida no es tuya, que sigues
instrucciones, porque todos opinan, todos saben lo que te gusta y disgusta;
pero tan solo tú conoces. No solo lo puedes ver, sino que es necesario sentir,
el blanco y el negro, el amor y el desamor; la vida y la muerte. No es que te
guste, ni el negro ni la muerte, pero la conoces, sabes de ellas y del negro, y
del blanco, te gusten o no; pero conoces y a pesar de que te conquisten muchos
cielos, siempre nos quedaremos en el mismo infierno.
La vida se
compone del blanco y también del negro; de esa sonrisa blanca con la que haces
flipar, pero también de tus lágrimas, de la tristeza de la despedida, de la
ausencia; del amargo hedor de la extrañeza.
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