Tras la máscara
diaria de una capa de maquillaje, de unas gafas de sol, de una barba; está
nuestra soledad, no es la mía, ni la de un amigo; es la tuya. La soledad es
como tu corazón, si te falta no estás, no existes. La lloras en ocasiones
cuando retiras de tu rostro falsedades y mentiras, cuando el agua pura y limpia
se desliza por los recovecos perdidos de tu existencia. Tu soledad, mi soledad;
nuestra soledad, no es para compartir, es un brazo, no sé si el izquierdo o el
derecho, tan solo puedo decir que su falta es una mutilación y su pérdida la
ausencia de la cordura que sujeta la locura.
Mi soledad me
lleva hacia mí, se desliza con mis palabras pero no me aleja de ti ni del
mundo. La soledad es sentirme arropado por mis brazos antes de pedir los tuyos.
El llanto de mi soledad es tan solo un grito amargo, ese que emana de los ojos
sin lágrimas. Esos momentos en los que no se suspira, sino que se grita, se
protesta; es cuando en tu casa con tu soledad, te revelas contra el mundo, o te
defiendes del mundo, porque el mundo a veces no eres tú, son los otros; aquellos
personajes de ficción que se unieron para copiar tu vida, por envidia; por
alergia al arte, ese que tienes cuando hablas y sobre todo con el llanto, en la
soledad de tu casa, entre tus paredes; tus recuerdos y sonidos presos de la nostalgia
de unos sueños que a veces se borran con tanta realidad.
La soledad no
necesita de nadie ni tiene lágrimas. El llanto es puro, es perfume y color. La
soledad no añora a nadie, ni tan siquiera ese beso furtivo que robaste antes de
alejarte. La soledad no echa de menos, no tiene recuerdos imborrables; no
necesita de gestos ni busca amantes.
La soledad es un estado de gracia que te
concedes, para amarte, para sentirte; para ser tú mismo.
Cuando la
soledad se manifiesta con un llanto, es la belleza; es la brocha que algún día
pintará el color de tu vida en el instante de ganarla, porque la perdiste en la
multitud junto con aquellos que un día te vistieron de triunfador.
Yo amo en
soledad. Me abre más horizontes que una habitación con vistas, porque su mirada
se pierde en el universo de mis ojos, ese que está tan lejos que nadie jamás
podrá alcanzar.
La soledad no se
comparte pero si se vive en familia o con amigos, porque éstos no roban tu soledad. Todo lo contrario, encienden
la luz que apagaste cuando abriste la puerta de tu casa y te escondiste tras la
cama, para hacer gritar el llanto, para hacerte ver que estaba contigo, que
nunca te abandonó y que probablemente la olvidaste tras las luces de un flash
herido.
Yo comparto tu
deseo de vestir el viento con la belleza, de rebotar sonrisas entre ácidas
palabras; pero tu soledad no es la mía, aunque conozco su llanto, porque ambas
rechazan la indiferencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario