Como en ese primer amor de la adolescencia, aunque crecemos, nos hagamos adultos, el estado de enamoramiento sigue siendo el mismo, no cambia nada. Dicen que el amor nace desde la admiración y nos alienamos en la persona amada, no vemos mas que las virtudes, su lado mas bello, la parte mas blanca de su alma y escuchamos todos los latidos de su corazón. Nos deja ciegos, nos parece el ser mas perfecto de la naturaleza, esa persona única de la que te sientes afortunado de haber encontrado. El sonido de sus palabras, la mirada de sus ojos; hasta el mas mínimo movimiento de su cuerpo nos parece una exquisita melodía. No encontramos nada feo, ni un gesto malo, ni una mala intención y nos olvidamos, que todos somos humanos, con nuestras virtudes pero también con los defectos, que no existe la perfección hasta que llega el momento en el que consciente de que se trata de una persona, aunque muy especial, pero humana, que también tiene sus debilidades. Cuando conseguimos alcanzar ese estado de comprensión, de fascinación por su humanidad, es cuando alcanzamos el verdadero amor. Amamos a la persona real, de carne y hueso, no a esa ideal que hemos creado confundidos por la efervescencia de emociones y pasiones.
No será esa persona ideal que carecía de defectos, será una persona real, mas bella aún porque es real, aunque algunos sigamos viviendo en un estado de enamoramiento permanente.
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