Desde que
llegaste no me quema el frio, me hierve la sangre oigo mis latidos, desde que
llegaste ser feliz es mi vicio contemplar la luna mi mejor oficio. Resumiendo
en tres palabras: “cuanto te quiero”.
Así dice una
canción que me dedicaron hace unos meses. Yo era el llegado y el que hizo
marchar la duda y abrazar con suspiros.
Canciones,
letras, sentimientos; caricias en la piel que estremecen y devuelvo, porque las
siento. Soy de aquellos que como dijo ese cantante, me gusta que me amen bien y
amar bien, sin límites, sin miedos y a veces incluso sin paracaídas.
Algunos dedican
su vida a los deportes de riesgo, a tirarse por un puente o por un río. Mis
riesgos los asumo con el corazón, y a veces te lesionas, como en el deporte, y
sufres dolor, como cuando te rompen un hueso; lo que pasa es que cuando te
destrozan el corazón, se parte todo el cuerpo y no solo uno de sus miembros.
Me resulta poca
cosa tirarme por un puente, cuando me he lanzado sin precaución alguna a los
brazos de una mujer.
Vivo y muero por
el amor y desde que llego; como en un
formula uno aprieto el pedal a tope, sin límite de revoluciones, sin importar
distancias ni barreras, porque como me dedicaron, la felicidad es mi vicio y solo con el amor
la vivo.
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