Dicen que las
cosas más importantes en la vida llegan cuando no se buscan, aparecen sin más,
por sorpresa. Parece como si la vida estuviera condenada a seguir los caprichos
del destino, esa cadena fatalista que te lleva desde el nacimiento a la muerte,
al margen de tu voluntad y sin ningún plan preconcebido.
Lo cierto es que
a mí lo mejor de la vida me ha llegado sin esperarlo, como también se han ido
sin haber pensado en su pérdida. Será tal vez, que yo espero que cuando llegan
no se vayan, que se queden junto a mí, porque cuando aparecen, sea por causa o
sin causa, yo soy como ese perro que siempre acompaña a su dueño, soy fiel y
siento que se hace realidad un sueño.
Adiós no es una
palabra que se encuentre en mi vocabulario, no la encuentro en mi lenguaje,
porque no soy capaz de soportar ese pañuelo que se agita al viento en la
estación del tren, señalando un fin, un término; tal vez un nunca más.
Es posible que
no esté hecho para esta vida, no sea capaz de vivir. No entiendo casi nada, ni
porque ocurren ni porque causa me regalan una vida para después arrebatármela.
Dicen que llega
un momento en la vida en la que llegas a entenderlo todo, que coincide
generalmente con la madurez. A estas alturas de mis vivencias soy un ignorante
de casi todo e inocente de nada. Soy un simple ser que respira y siente, y que
como no entiende, tal vez quedé vivo en la inmadurez.
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