Todos somos seres únicos e inigualables. Tenemos nuestras torpezas, manías y costumbres que adquirimos a lo largo de nuestra vida y son difíciles de eliminar. Cuando dos personas se aman con total plenitud y entrega, al menos esperamos que esa unión nos libere de nuestros defectos, de esos toques de orgullo que nos queda porque la entrega aunque sea plena, las raices se agarran fuerte en lo mas profundo de nuestro ser. Es en ese momento donde surgen las asperezas, el distanciamiento e incluso la discusión, cada uno sigue teniendo parte de su egoísmo que no se ha liberado con la fuerza del amor. Te revelas, mantienes tu posición de forma tajante y aunque sepas que haces daño, ese lado oscuro que todos tenemos aparece, llegan a deslizarse lágrimas por tu rostro del que antes decías que se concebían en su corazón, nacían de sus ojos y se deslizaban por su cara para morir en sus labios. Las ves caer y te duele, cada minuto que pasa el amor va venciendo a esas torpezas y el enfrentamiento de los amantes baja de tono, cada uno se coloca en su rincón y llega el silencio, un silencio que es sonoro porque estas al tanto de lo que el otro hace, de lo que siente, de sus lágrimas cayendo poco a poco, y de repente sin esperarlo por pura fuerza del corazón, levantas tu cabeza le diriges una mirada y te sorprende cruzarte con sus ojos que también te miran. En ese momento una fuerza incontrolable nace desde lo mas profundo de tu alma y ambos despojándose de sus recelos, se acercan y llega el abrazo y tal vez, un largo beso de reconciliación.
Al igual que en la vida hay momentos en los que nos debemos perder para volvernos a encontrar, en el amor después del enfrentamiento surge la reconciliación y es tan hermoso ese instante que aunque no desees que nunca se vuelva a repetir, es como una vuelta a empezar. El amor puede con todo y la reconciliación es una de sus armas.
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