Dicen que no hay mal que por bien no venga, que todo principio tiene un final y que este puede ser feliz o fatal. Hay muchas formas de expresarse: terminar, acabar cuando se habla de una obra o una creación. Ese final puede ser feliz se ha realizado lo que te habías propuesto, has conquistado aquello que tanto deseabas, tal vez has conocido a la persona buscada o aquella que querías ha caído rendida a tus píes. Pero hay otros finales, aquellos que llegan cuando todavía no se había cumplido tu deseo, aquellos fines no previstos, los que llegan cuando menos te lo esperas. Entonces llega el vacío, te quedas como hueco, como un fruto sin su semilla. Es como si el corazón solo tuviera como fin mantenerte con vida, bombear sangre para avivar las heridas y ayudar a emanar las lágrimas. No estabas preparado, no puedes llegar aceptarlo y lo niegas una y otra vez. No te puede estar pasando, golpeas tu cara, tal vez sea un sueño, no es posible que haya terminado. Son los finales que llegan fuera de su tiempo, no era el momento, pero el tiempo ha pasado y llegó su fin sin apenas darte cuenta.
Cuando ya nos encontramos agotados, sin ganas de nada ni tan siquiera de respirar; una luz brota de nuestro corazón, permite que nuestros ojos vuelvan a ver lo que no encontraban. El final puede ser un nuevo comienzo, una nueva oportunidad o tal vez, algo que tan poco esperabas porque las lágrimas te cegaban.
Después de un final puede encontrarse el principio de una nueva historia, que no será la misma, ninguna es igual. Será otra, diferente, pero será el comienzo que te fuerzas para volver a caminar.
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