A veces pensamos
que tan solo podrán entender nuestra vida aquellas personas más cercanas, las
que tienen nuestra misma cultura, la misma forma de ver y entender la
existencia. Sin embargo el mundo es diverso pero pequeño, nos une la especie,
el sentido de la supervivencia, de la amistad y del amor. Los sentimientos son
los que permiten enlazar a las gentes de uno y de otro lugar del planeta. No
hay más conclusión que aquella que nos iguala en la diversidad.
Lecciones de
cordura, de saber vivir, de conciencia de lo humano y de lo divino, me llegaron
de lejos, del este y de la novedad de la sangre joven. Yo tengo una amiga del
este que vino para quedarse, con la que me unieron prosas y versos y mucha
piel; de esas uniones que se quedan marcadas en la carne, como tatuajes de por
vida, sin inspiración de salida, con mucho pasado y un futuro incierto.
Mi vida del este
llegó por sorpresa para decirme que nuestro comienzo podría ser un logro sin lo
intentábamos. Tantas dudas sobre el futuro, pero el intento es lo único que nos
lleva al éxito o a la vivencia; nunca al fracaso. Eso me decía, tan joven y
desde tan lejos, con una filosofía fresca, clara y segura de que su llegada era
para quedarse, en el corazón aunque no en la vida.
Según ella nadie
cambia por nadie, solo se mejora si lo merece. El amor no puede exigir cambios,
con el amor se acepta, es más, se aman las diferencias y se mejora por la
riqueza de lo diverso. No cambió, yo lo intenté, gran error que cometemos a
veces cuando pensamos que lo nuestro es mejor que lo extraño. Intentarlo fue el
primer paso, ese que se hace para sacarte de donde estás, aunque no sea el paso
que te lleve donde quieras ir. Yo si se dónde quiero ir, lo sé y lo sabía, pero
solo me pidió el primer paso para salir de la triste vida en la que me había
situado para llevarme a alcanzar un horizonte, que al final no sería su
horizonte.
Vino desde el
este para quedarse, desde muy lejos trajo tanto amor, que me atreví a dar ese
primer paso que me saco del fango donde inmerso había instalado mi existencia
para coparme de los lujos del cariño y del amor.
Desde el otro
lado del horizonte, más cerca de la luna que de las estrellas llegó para que
cambiara las normas, para adaptarme a sus formas, a esas que amo, a las que
como dicen tan solo dos pueden llegar.
Desde su
llegada, mis días coincidieron con los buenos días, amando hasta cuando no
había para amar, luchando por su sonrisa, esa que surge en mí cuando la
recuerdo, hasta que la felicidad se escapó de las manos, hasta el día en el que
se le olvidó quererme.
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