Dicen que la
vida en tan solo un segundo te puede dar lo mejor, pero también lo peor. Eso
bueno o eso malo puede ocurrir en un instante y lo mejor de todo es que lo
ignoramos, que no tenemos la menor idea de lo que pueda pasar. Por mucho que
nos hayamos preparado, la vida es una sorpresa relativa. Y digo relativa porque
nos sorprende que la vida camine, evolucione hacia delante, cambie; se
transforme. Tal vez eso malo que la vida nos puede traer en tan solo un
segundo, no sea malo, sino que simplemente se un imprevisto o mejor aún que no
lo aceptemos como parte de la vida.
Cuando tienes la
oportunidad de ver la meta. Cuando se ve ese cartel y sin embargo no se ve nada
de lo que hay tras del mismo, si es que hay algo; es cuando comienzas a ser
consciente de la vida, de lo que es vivir, de que hasta ahora no vivía porque
parece que toda la vida es una carrera de obstáculos para prepararse ante la
muerte y pasar los años sin vivir.
La vida es
ahora, con lo que tiene, con lo que venga, con lo que nos da; pero es ahora o
nunca. La vida no es esa locura que hacemos de pequeños preparándonos para el
futuro; eso es mentira, es perder el tiempo, el cargarse sin posibilidad de
retroceso la infancia y la juventud. La pregunta es: ¿para que? Esta
sociedad maldita, plagada de esperanzas pero sin realidades, llena de futuros
inciertos y desconocidos; se olvida del hoy, del presente, de lo único que
existe, lo único que tenemos que se puede tocar, respirar, degustar; ver con
los ojos y sentir con la piel.
Prepararse para
mañana es como olvidarse de que hoy existe, de que estas vivo. Es vivir en la
inconsciencia de lo real y perderse en la nueve de lo absoluto incierto.
Ese dieciséis de
Julio del Dos Mil Catorce, mientras iba tumbado en una camilla dentro de una
ambulancia con todas sus señales acústicas en funcionamiento; la médico que
literalmente iba sobre mí me preguntó: ¿Alguna vez has querido morir?; le dije
que sí, y me volvió a preguntar: ¿Hoy quieres morir?, yo le contesté: NO, ella
me dijo: hoy no vas a morir.
Ese instante circulando a gran velocidad, con
la sonrisa de ese ángel que me había salvado la vida, era mi único presente.
Esa era mi única realidad, carente de
pasado y de futuro, solo existía ese momento. En ese instante fui por primera
vez consciente de la vida, de su valor, de su dimensión, de su grandeza; de su
existencia. En ese momento en mi cara se dibujó idéntica sonrisa que la de mi
doctora, la misma. Esa sonrisa ya no desapareció de mi rostro. Desde entonces
la llevo dibujada como un símbolo por el cual, cualquiera que sea la dificultad
del momento, sea como sea la realidad; nunca pondré la mas mínima resistencia a
aceptar la vida como es y a sentirla en mi cuerpo, en mi alma y sobre todo, en
ese corazón que volvió a nacer.
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