Hay días que
huelen a adiós, a despedidas; a huidas sin retorno, sin marcha atrás; son esos
días en los que sientes que fuiste abandonado en el futuro, que se perdieron
todas las esperanzas; que ya nunca se cumplirán los sueños.
Esos días en los
que sientes que hay fechas que se repiten cada año, salvo aquellas que te las
robaron una noche cuando pensabas seguir apostando por el mañana.
Fechas tan malas
que hasta coinciden en otoño, con el cielo gris, las hojas secas, el frescor apoderado
en las sabanas que antes se mojaban de mor y ahora con las lágrimas.
Momentos que
podrían saltarse, arrancados como esas hojas de
antiguos calendarios, de días, a veces de horas; pero que perduran
porque el olvido también tiene su recuerdo. Tan solo son momentos que pasaron,
pero que estiran de la piel como esas cicatrices secas que jamás sanaron.
Caminos cruzados
y en ese día separados, tal vez por no saber el destino o posiblemente porque
perdidos en el tiempo, de ellos tan solo quedaba el pasado.
Te preguntas mil
veces el porqué, sin respuesta; ahora ya no hay caricias en las tardes de
domingo, ni conversaciones de amor por la noche; mucho menos momentos de sexo
loco al amanecer, cuando prisioneros del sueño en la cama quedábamos presos.
Ya no hay
preguntas y se marcharon las respuestas; no existe casi el recuerdo, tan solo
queda el olvido que jamás te deja.
La vida te echa
de su camino, cambiando el futuro pero dejando los restos del mismo pasado.
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