Tantos fueron
los detalles que les llevaron a un pequeño bar a las afueras de la ciudad. Se
habían contado sus vidas, sus historias repetidas una y otra vez por aquel chat
donde se citaron por primera vez. No solo eran sus caminos los que habían
narrado una y otra vez, también sus cuerpos los habían recorrido, cada
centímetro de su piel y los labios con aquellos besos con los que se despedían
al amanecer.
Un día tras otro
con la necesidad de encontrarse, de saber el uno del otro hasta que llegó ese
día, una cita, un bar y una copa mal tirada por no saber ni que beber. Era tan
solo una excusa, una necesidad de rozar sus cabellos y de cruzar sus miradas.
Tantas veces innecesaria porque el amor les choco por el deseo de encontrarse,
por la torpeza humana de llegar más lejos de lo que el destino les había
preparado. Alteraron las leyes de la naturaleza, los kilómetros los achicaron
tras cada una de las palabras y esas frases con las que se desnudaban el alma.
Sus instintos les llevaron a aquella cita mordida por el deseo de poseer, de
sentir con el tacto todas aquellas imágenes repetidas cuando llegaban al éxtasis
más rabioso, y posiblemente, a finales a los que jamás podrían retroceder.
Él fue el
primero en llegar, ella tan solo unos minutos más, y el encuentro, se
conocieron a primera vista a pesar de la gente que llenaba aquel bar, se sabían
el uno del otro, se sentían sin verse por el flujo de palabras, por la fuerza
de la atracción; por el poder del amor escondido entre fuerzas del cuerpo oculto
en dos corazones que latían más allá de lo humano reventando con cada impulso,
el frágil pecho que los protegía.
Se cruzaron, se
miraron; se besaron con locura, arrasando las ropas, encogiendo los cuerpos
hasta más allá de la cordura. Sin pudor alguno, ante tantas miradas que les
observaban. No les importo comer de cada uno, beber de sus labios; aspirar
hasta el último de los suspiros con los que difícilmente respiraban.
Querían conocer
aquello de lo que hablaban una y otra vez por aquel chat del que nunca debieron
salir, porque una vez que la pasión se perdió en los sorbos breves de sus
copas, llenaron sus miradas de lágrimas y jamás se volvieron a ver.
Dicen que las
palabras nunca pueden sustituir la química, ni ésta puede darles ese amor que
tanto necesitaban y que nunca encontraron fuera de ese pequeño lugar, donde en
realidad se llegaron a conocer.
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