Todo cambió
desde aquel momento en que las palabras quedaron sin respuesta, desde
que los silencios se adueñaron del hogar. La extrañeza se apodera de cada uno
de los días. Ya no hay llamada por la mañana tras salir de casa y llegar al
trabajo, se perdió esa necesidad de un saber cómo se está a pesar de que todo
iba bien.
Se respiran
suspiros cuando se habla sin palabras, cuando al llegar a casa se buscan las llaves
y tras la puerta no hay más compañera que la soledad. Al principio aún suena
ese timbre esperando que alguien tras la puerta pregunte quien es y ante la
respuesta el abrazo junto a un beso te reciba y te lleve junto a unos labios.
Se espera recuperar, volver hacia atrás pero sin respuesta, tan solo el chirrido
de una madera mal engrasada, de unas llaves que cuelgan; de una vida sin
respuestas.
Se extraña
cuando se espera, pero llega un momento, llega un día en el que ya no se toca
ese timbre esperando una voz, se deja de esperar y es el preciso instante en el
que la desesperanza se apodera de todo, cuando incluso la extrañeza se echa de
menos; la falta, la ausencia, el abandono del propio ser a la vida que
continua, a ese libro que se quedó sin páginas sin regreso posible, sin vuelta,
sin espera, sin ganas; con un atardecer huérfano de su amanecer.
Extraña esperanza la que se busca tras esa puerta, la que incluso se inventa, la que llena la imaginación de poesía; de sueños que fueron realidad en su día.
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