Dicen que las uvas con queso
saben a beso. Yo lo he probado y es una combinación deliciosa, aunque no todos
los besos son iguales ni saben de la misma forma. Esos besos cálidos llenos de
tensión y atracción, cuando los labios se acercan y
muy despacio se juntan los labios
y a la vez casi en sincronía se cierran los ojos y se dejan caer las manos
juntando la yema de los dedos. Hay otros besos que no dejan pasar ni un
segundo, son espontáneos llegan con furia y no juntan los labios los muerden
mezclando fluidos y deseo por poseer al besado. En este caso la manos no bajan
suben y agarran el cuello del otro para conseguir la unión más intensa entre
las bocas, hay una necesidad de carne, de arrebato sin límite por el cuerpo del
deseo.
Hay otros besos que sin embargo no tienen esa
carga emocional ni tensión sexual pero no dejan de ser escandalosamente
maravillosos. Son los besos por sorpresa, con los ojos muy abiertos y con una
sonrisa. No te los esperas y de repentes te encuentras con los labios pegados.
Son besos de color, de alegría y felicidad. Esos besos superan todos los
anteriores porque están por encima de las pasiones, son aquellos besos que se
dan cuando te encuentras con la placidez de la felicidad.
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