Hoy he sentido
la llamada con toda la fuerza, las luces apagadas y las piernas abiertas… Y así
es el estribillo de la canción “La Llamada” de Leiva y que nos abre las puertas
a ese misterio que es encontrar nuestro espacio en el mundo.
Hacía tiempo que
no iba a ver un musical. Creo que desde diciembre del año 2016 que en Madrid vi
Billy Elliot, que por cierto me encanto por ese constante sentir épico de sus
números musicales. La diferencia con “La Llamada” es muy importante. La Llamada
es de hoy, es nuestra, con expresiones mías y de la sociedad joven contemporánea,
que es la de todos y no solo la de los adolescentes. Yo pienso que el presente
es común a cualquier generación o edad, y por lo tanto no lo es solo de los
cortos de edad sino de todo aquel que se mueve por el mundo en un sentido de
estar vivo. Digo esto porque hay mucho que deambula y no es de este mundo.
Viven en la nostalgia de la mirada hacia detrás como si eso fuera lo único que
les mueve. Yo conozco gente que no entienden nada de su presente, que siguen
oyendo la misma música de los años en los que les gustaba bailar, visten mas o
menos al sentido estándar de las aceptaciones sociales y no se atreven a vivir
el hoy, como esa parte de la vida que es la única que existe.
La Llamada no
solo es de hoy, sino que es sencilla, es cotidiana, es de ahora mismo, con
conversaciones que posiblemente no llevadas hasta el extremo de la comedia,
pero que si podemos oírlas en muchas conversaciones de la calle, ese lugar donde
está la vida. En los bares, en los cines, en los comercios de Inditex, en las
escaleras de El Corte Inglés o en cualquier estación de metro o parada de
autobús. Esa cercanía es la que hace de
esta obra que primero fue película, una obra maestra y absolutamente
recomendable de disfrutar.
Como dicen, La
Llamada habla de la alegría de encontrar, aunque sea por un segundo, tu lugar
en el mundo… Mi lugar sería estar interpretando algún papel en una obra
musical, tal vez en La Llamada, pero la ausencia de genero masculino en la misma
me obligaría a tomar el papel de Dios y cantar, que es lo más complicado, nada
menos que canciones de Whitney Houston.