¡Y ya está!,
esto es lo mas original que se me ocurre para un treinta y uno de agosto. Un
final de verano y a su vez de vacaciones, de ese espacio de tiempo donde
nosotros somos lo más importante y no la necesidad de tener que ganar dinero
para sobrevivir, porque vivir se hace sin nada.
Aunque mis
puntos siempre sean suspensivos, no puedo ser extraño a que las cosas acaban, a
que por muchos puntos que se le pongan
al primero, su tendencia al infinito no implica que en algún momento se alcance
el final, o tal vez un fin no esperado.
Ha sido un mes
donde el bloguero se ha movido de norte a sur sin dejar de lado al Mediterráneo.
En ocasiones a la derecha y otras veces a su izquierda. No se ha adentrado
tierra a dentro porque sabe que si no hay mar, sol, arena y sal; no hay vida en
su interior para poder crear vida con sonrisas, sin perderse de vista, como si
de una guía se tratase.
Hemos estado en
Barcelona, hemos comido en su playa; concretamente en el “Pez Vela Barcelona”,
nos hemos bañado en la Barceloneta, que nunca lo habíamos hecho antes y hemos
echado una siesta en el césped de un jardín público próximo al Hotel W, dejando
a un lado el carácter de bloguero para transformarnos en turistas accidentales procedentes
de cualquier linde del mundo. Cenamos
vegano en el “Flax and Kale”, lugar mítico y de obligada visita por el bloguero
en la Ciudad Condal y tomamos una copa de cava en el Cotton House, como si de un “pop star” se
tratase cuando el servicio muestra sus respetos a su paso bajando la cabeza. De
Barcelona nos llevamos la compañía, sus lugares y también uno de los mejores Té
Chai Latte que hemos probado en la vida, en un bonito lugar de la Gran Vía llamado
“El Árbol”.
Vacacionamos y
turisteamos en Valencia, porque no es lo mismo vivir en la realidad, que estar
de vacaciones de esa realidad, aunque el espacio sea el mismo. Visitamos el barrio
histórico mezclándonos con turistas y
siguiendo sus normas. Comimos en el Hard Rock Café, tomamos cervezas;
desayunamos en sitios tan hermosos como “La Rollerie”, “Bastard” e incluso en
un “Panaria”. Subimos al cielo para contemplar la ciudad en su Sky bar del “Plaza
Gastro Mercat” Vivimos en Valencia, que no es lo mismo que residir en Valencia.
Como no es igual vivir que sobrevivir, porque la vida es otra cosa que trabajar
para poder comer y tener un sitio donde dormir.
También celebramos
el cumpleaños del bloguero allá por el día siete del mes, y lo hicimos comiendo
en “La Voltereta Bali”; lugar de moda reservado con mucha anterioridad y que si
bien, goza de una decoración atractiva, sus expectativas superan a la realidad
como suele ocurrir con esos lugares que sin explicación posible, cuentan con la
necesidad de ir creada por la excesiva normalidad de una capital de provincias.
Mas o menos a
mediados de mes, nos fuimos al Sur, viajamos al “Paraiso” de Vera, un lugar
mágico donde todo cuenta, sobre todo la sensación de que la vida funciona a un
ritmo muy distinto al habitual. No queremos decir mas lento ni mucho menos,
sino con armonía, con libertad, con gritos de alegría y con ganas de ser un
elemento más del espacio sin ser decoración, sino instrumento de felicidad. Nos
bañamos acompañando al Sol en su salida, caminamos por la arena ardiente hasta
hacernos ampollas en los pies. El mar, el Sol, la arena y la sal se convirtieron
en el ingrediente de la mejor de las pócimas de la felicidad, de esas en las
que no hay recuerdos ni mas consejo que el de quedarse quieto y ver como la
vida no pasa sin dejar huellas en la piel, quemando todo aquello que al parecer
estaba muerto y que al contrario de lo que se piensa, vuelve a renacer de entre
las cenizas del tiempo perdido.
Compartimos el paraíso
con personas que son parte del bloguero y con otras, que siendo desconocidas,
mostraron su mejor cara sin necesidad de mostrar su identidad, porque ya
sabemos que desde el momento en el que reseñamos a las personas, dejan de compartirse
para convertirse en compromiso.
El paraíso esperará
cada año, con sus amaneceres y atardeceres. Con su música y sus bailes. Sus
noches silenciosas y sus días luz y calor, porque lo bueno que tienen los
desiertos, es que no se espera nada de ellos y por eso te encuentras de todo en
ellos. La vida sin nada se llena, por lo que cuanto menos te pongas, mas te
llevarás, y así siempre, en ésta y la del invierno que nos espera, con gorro y bufanda
y esas noches casi eternas que se iluminan a la luz de una Luna, que es el
sueño de la esperanza que la Primavera traerá para que de su mano de nuevo
lleguemos a otro agosto, donde el bloguero nos pueda contar que es lo que pasó,
pero también lo que le gustaría que pasara, porque en definitiva no somos eso
que somos, sino lo que queremos ser.
Somos esa
ilusión en el sueño de algún desconocido, que por unos instantes recuerda que
la vida es mejor sentirla que pensarla y que sobre todo, que ese espacio que
ocupa el saber, sea liberado por el cariño.