Parece ser que
en vacaciones no solo se deja de trabajar, coger el teléfono y contestar los
whatsapp, sino que también hay que moverse del nido, hay que emprender cierta
huida de la rutina y adentrarse en la aventura de lo mas que conocido, pero tan
solo por unos días.
El bloguero
emprende su vuelo mañana sobre las seis de la mañana, porque hay que aprovechar
el tiempo, y hoy ya sufre cierto estrés, el de los preparativos; ese cumulo de
decisiones transcendentales como lo son que ropa poner en la maleta, que
llevarse y que no. Efectivamente es una decisión que trasciende y de una
importancia capital. Antes daba igual si te llevabas dos cosas y te las ponías
las mismas treinta veces combinadas con imaginación. Ahora no; ahora están las
fotos con móvil y las redes sociales; y como prima mas un postureo que el peso
de la maleta, pues allá vamos decidiendo que meter en ella y que no, porque si
es posible; cada día hay que cambiar de prenda y de color.
Todo viaje
supone un determinado estrés, el movimiento lo sufre el cuerpo ya vayas en
avión, coche, autobús o tren. El organismo se resiente y no son extrañas
determinadas descomposiciones intestinales, que a veces se les achaca a los
cambios de agua y que no son otra cosa que el movimiento, la maleta y los
cambios de ubicación, porque el ser humano es un animal de costumbres y todo
cambio le afecta. Para ello necesita un periodo de adaptación, lo que ocurre es
que en vacaciones cuando te has adaptado es cuando tienes que volver, y ya sin estrés
surge eso que llaman depresión post vacacional. En definitiva, que un tiempo
que esta pensado para la relajación, el descanso y la recuperación; se
convierte en todo lo contrario, en una serie de desajustes emocionales y
orgánicos que mas vale en ocasiones quedarse en casa y de esa forma encima,
ahorrar unos euros que para las próximas navidades no vendrían nada mal.
Mi viaje va a
ser con maleta pero también con mochila y en autobús. Un viaje con destino a
una playa desierta donde a la ventaja de viajar solo se une el encuentro con
personas de otros años, a las que conoces por algún verano pero que de ellas a
veces no recuerdas ni el nombre. Encontrarse con desconocidos es hartamente gratificante,
no supone compromiso, ni obligación alguna y todo son sumas. Cada saludo, cada
conversación; cada sonrisa compartida te llena de algo inexplicable, pero que
cuenta con esa garantía de que su resultado tan solo será la pena por la despedida
al finalizar la estancia. Nada más, sin compromisos, sin protocolos; puedes ser
todo o simplemente una mirada. No necesitas más que ser amable y sonreír para crear
momentos inolvidables, de esos que quedan grabados en una fotografía que
perdurará toda la vida en la memoria del corazón, pero también en tu colección
fotográfica del Instagram que para eso ahora lo compartimos todo y siempre
juntos, porque la vida como dicen si se comparte dura dos veces o tantas más, como
personas a las que llegas con tu sonrisa de buenos días.
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