Verano y calor
deberían ser sinónimos, pero cuando el calor es superior a lo que los delicados
humanos están acostumbrados a soportar, se convierte en un adelantado infierno para
sus mentes retorcidas y cuerpos delicados acostumbrados a ser mimados y cuidados
por una naturaleza que no se merece criaturas tan caprichosas sobre sus
espaldas.
Ayer fue un día
especialmente caluroso, diría yo excepcional. Fue un día donde si salías a la
calle la sensación era de estar en Navidad. Me explico. Vamos a ver, no es que
ahora yo identifique el calor extremo con las blancas y frías navidades. Lo que
ocurre es que para los que tenemos la fortuna o la obligación de ser el cocinero
en esas fechas tan cercanas, entonces sabemos bien que en Navidad también se
pasa calor, pero no en la calle sino en las cocinas. Mi equiparación iba por
ese rumbo, esos momentos en los que por cotilla te atreves a abrir el horno y
entonces sufres un golpe de calor. Lo abres y casualmente es en el momento mas
extremo de cocción, ese donde el electrodoméstico bien programado enciende su ventilador
y esparce sus deseos de calentar mas allá de las paredes, de ese lugar
destinado a que los alimentos se conviertan en comida de Navidad.
Ayer daba mas la
sensación de estar en la cocina que en la calle, pero por lo demás, un día de
verano de los intensos. Entonces es cuando aparece el humano sufridor, ese que
se queja por todo. En invierno porque está harto de bufandas, abrigos y guantes
y en verano porque ir en pelotas no es suficiente, la piel le abriga demasiado,
concluyendo que no es problema del cambio climático, que algo tendrá que ver;
sino por el contrario de ese ciudadano quejica, que no esta conforme con nada,
que todo le supone un sufrimiento extremo y que la vida la lleva como puede
porque de normal, la vida le puede.
Yo he aprendido
a aceptar, a no poner defensas; a no enfrentarme a lo que no puedo cambiar, a
eso que es así y que la aceptación es la mejor de las posturas. Adaptarse como
un camaleón a cada una de las fases de la vida, a cada imprevisto y por
supuesto a las inclemencias del tiempo porqué en definitiva, somos muy poco y
pequeños para enfrentarnos a la madre naturaleza, esa que al parecer solo nos
gusta cuando es amable y no cuando se muestra en toda su identidad y dureza.
La verdad es que
yo disfruto en esas situaciones extremas, saco provecho de lo apocalíptico para
sonreír, para contemplar con cierto sarcasmo a tanto mal consentido y mimado
que pasea por este planeta, que para no conocer a veces me anticipo a sus
respuestas. Disfrutemos de todo porque todo es bueno por principios y si es
malo, sepamos también tratarlo porque en el desconocimiento está la sorpresa.
Viva el verano y viva la vida.
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