viernes, 9 de agosto de 2019

EL BLOGUERO ACCIDENTAL. 10/8/2019


Verano y calor deberían ser sinónimos, pero cuando el calor es superior a lo que los delicados humanos están acostumbrados a soportar, se convierte en un adelantado infierno para sus mentes retorcidas y cuerpos delicados acostumbrados a ser mimados y cuidados por una naturaleza que no se merece criaturas tan caprichosas sobre sus espaldas.

Ayer fue un día especialmente caluroso, diría yo excepcional. Fue un día donde si salías a la calle la sensación era de estar en Navidad. Me explico. Vamos a ver, no es que ahora yo identifique el calor extremo con las blancas y frías navidades. Lo que ocurre es que para los que tenemos la fortuna o la obligación de ser el cocinero en esas fechas tan cercanas, entonces sabemos bien que en Navidad también se pasa calor, pero no en la calle sino en las cocinas. Mi equiparación iba por ese rumbo, esos momentos en los que por cotilla te atreves a abrir el horno y entonces sufres un golpe de calor. Lo abres y casualmente es en el momento mas extremo de cocción, ese donde el electrodoméstico bien programado enciende su ventilador y esparce sus deseos de calentar mas allá de las paredes, de ese lugar destinado a que los alimentos se conviertan en comida de Navidad.

Ayer daba mas la sensación de estar en la cocina que en la calle, pero por lo demás, un día de verano de los intensos. Entonces es cuando aparece el humano sufridor, ese que se queja por todo. En invierno porque está harto de bufandas, abrigos y guantes y en verano porque ir en pelotas no es suficiente, la piel le abriga demasiado, concluyendo que no es problema del cambio climático, que algo tendrá que ver; sino por el contrario de ese ciudadano quejica, que no esta conforme con nada, que todo le supone un sufrimiento extremo y que la vida la lleva como puede porque de normal, la vida le puede.

Yo he aprendido a aceptar, a no poner defensas; a no enfrentarme a lo que no puedo cambiar, a eso que es así y que la aceptación es la mejor de las posturas. Adaptarse como un camaleón a cada una de las fases de la vida, a cada imprevisto y por supuesto a las inclemencias del tiempo porqué en definitiva, somos muy poco y pequeños para enfrentarnos a la madre naturaleza, esa que al parecer solo nos gusta cuando es amable y no cuando se muestra en toda su identidad y dureza.

La verdad es que yo disfruto en esas situaciones extremas, saco provecho de lo apocalíptico para sonreír, para contemplar con cierto sarcasmo a tanto mal consentido y mimado que pasea por este planeta, que para no conocer a veces me anticipo a sus respuestas. Disfrutemos de todo porque todo es bueno por principios y si es malo, sepamos también tratarlo porque en el desconocimiento está la sorpresa. Viva el verano y viva la vida.



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