Al principio del
verano os prometieron que el bloguero contaría todas sus historias de este
verano de 2019, evidentemente tan solo era una proclama publicitaria, porque a
las primeras de cambio al bloguero lo han metido en una mochila, ni siquiera en
la maleta, y se lo han llevado a la playa sin tan siguiera tener la oportunidad
de escribir unos saludos.
Lo cierto es que
hay que tener en cuentan el momento y sobre todo el lugar, no todos los viajes
son iguales; algunos te llevan al “Paraiso” y para ello no es necesario ni
pedir permiso, ni tener mas palabra que sentir la vida en su grado mas álgido
de la existencia.
Es muy difícil poder escribir las experiencias, contar como la piel se eriza, como tiembla el corazón y como las pupilas de los ojos se dilatan hasta alcanzar tal límite que causan dolor a la mirada. Es muy complicado sino se está en el lugar, sino se siente esta piel que necesita al Sol del Sur, a la aridez del espacio; al salitre pegado en el cuerpo y a la vida manifestándose en sensaciones extremas.
El lugar atrae a
personas de diferentes lugares del mundo con ansia de romper con tópicos, con
esclavitudes sociales y sobre todo recomponer el cuerpo con abrazos de viento y
caricias de rayos de sol. Pieles quemadas que sufren las huellas de la vida y
que se exhiben sin reparos, sin prejuicios; sin convenciones sociales, pero con
la belleza de la libertad, de esa falta de ataduras y ruptura de vocabularios
encorsetados en las distancias.
Personas dispuestas a ser en si mismas humanas sin rangos, puestos sociales ni categorías de la evolución. Seres con sus vidas, sus llantos y alegrías; con todo eso que se marca en la cara tras unos ojos llenos de miradas acumuladas en los años de deseo de sentimientos, de romper barreras y expresarse con todo su ser sin mas límite que el respeto y la ternura.
El bloguero
disculpa ante tanto sentimiento su ausencia, pero hay cosas que se deben vivir
en imágenes, en caricias; cosas que son de piel, de cuerpo y nada más. Esas cosas
donde el corazón interviene a penas y el alma tan solo es un elemento más del
paisaje, de ese que se lleva marcado con lágrimas que surgen desde lo más
profundo de la ausencia, de esa condena de no poder ser donde quieres y tener que
estar donde debes.
Esas caras con
sonrisa que se quedan marcadas sabiendo que nunca más se sabrá de ellas, que
una repetición de la jugada las haría perder la perfección del desconocimiento,
de ese que nos lleva a no aconsejar y a no fingir lo que somos; porque lo que
de verdad puede llamarse sinceridad es compartir lo que queremos ser y no lo
que somos. Es curioso cuando algunos se empeñan en saber y aprender de otras
personas lo que no son capaces de enseñarse a si mismos. Se quiere conocer lo
que son cuando eso no es más que la verdad tan lejana con el paraíso de la realidad.
Somos eso que deseamos, no lo que somos ni lo que tenemos. Cada uno crea su
historia a su gusto, sin que tengamos derecho a instar rectificaciones ni
confesiones de moral mas que dudosa. Yo no soy lo que este bloguero dice, yo
soy lo que el bloguero quiere ser, y eso en este momento no es más que
convertirme en un elemento más de ese paraíso donde un día perdió el sentido de
la orientación y jamás supo volver. De ese lugar donde le late el corazón con
emoción y no solo por supervivencia. De ese mar, de esa arena y ese Sol que no
es como todos, sino que es su sol; el que le da la vida y le mantiene con esas
botas puestas de la sonrisa.
Queridos
lectores, el bloguero es un accidente atrapado en una vida de la que desea ser
escape y llenar el mundo de sonrisas, de caras sin nombre y apellidos sin
palabras. Unas manos que tan solo buscan darse sin llevarse nada, para que al
volver sus huellas sigan siendo la causa de tantos amaneceres como de
atardeceres para compartir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario