Cuantas veces me han repetido al oído, que la vida no está compuesta de
grandes sonrisas ni de tremendas tristezas, que la vida no son grandes
palabras ni grandes hechos; que la felicidad consiste en vivir el
momento, porque de momentos se compone esta vida, no de grandes hazañas
ni de fastuosas alegrías. No son segundos, tal vez ni siquiera días ni
semanas; el momento es un instante sin medida, donde se alcanza el
trance de la ruptura de lo cotidiano, para alcanzar
la belleza de la vida. A veces se pasa la vida sin percatarnos de su
avance. De repente nos encontramos con la flor del otoño mirando por la
venta el adiós permanente del verano y de su sueño la primavera. Nos
aferramos al calendario, como a un clavo ardiendo, intentando sujetar el
último aliento que quedo prisionero entre mi pecho y el suyo. Es ese
preciso instante de lágrima contenida, de suspiro insaciable y
emotividad inalcanzable, en el que inconscientes del paso del tiempo,
suplicamos e imploramos un solo momento, un instante más para dibujar su
rostro en nuestra mejilla y una sonrisa allá donde la lágrima, se
encontró caída
sábado, 30 de agosto de 2014
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