domingo, 4 de octubre de 2015

VUELVE A MÍ


Una vez me dijeron que la vida era muy corta como para enamorarse de lo común. Cierto que no lo hago, quien me vea en el transcurso de mis días bien lo puede decir. Nunca escojo lo vulgar, lo normal; lo habitual.
En mi vida ha caído el amor de lo lejano, en el espacio; con su tiempo, su espacio y su medida. Es un sentimiento de los que se ocultan tras las paredes del corazón, cobijados de las miradas de la censura.
Un amor que se acerca en cada mañana empujado por una camioneta negra. Un amor que se inicia en un amanecer acabado de tarde en mi esfera. Con siluetas de necesidad vespertinas y andanzas del deseo de la voz, de escuchar al otro lado de la línea una sinfonía de sonidos, que parecen surgir desde detrás  de la puerta, pero que sin embargo no llegan tan cercanos a las ansiadas necesidades del tacto.
No es un amor de lo común ni mucho menos. Es una amor con obstáculos, el primero el Atlántico y los demás; la vida, cada una en su desarrollo, en su momento vital donde se halla la flecha de un amor no buscado, incluso no esperado pero que tras la pantalla se hace más necesario.
Amor con pasión, con la necesidad de la impotencia, de no poder alcanzar una visita para poder ver porque apetezca tenerse entre los brazos. La rabia contenida de  la imposibilidad de una conversación en la cama, ni por la mañana ni por la tarde; tal vez una mirada al mundo tras la antena.
Un flujo de sensaciones que transcurre por cada centímetro de las pieles. Unos amaneceres incompletos pero repletos de la luz de la cadena de mensajes, de voces y de letras; de un día, de otro. Va camino de ser una vida, de dos en uno en un espacio tan reducido como el de la pantalla de un iphone.
Con todo ello, desde esa camioneta, desde una silla de mesa de oficina o desde un supermercado; el amor es inmenso, mayor que ese que dicen que llega a besar con los labios, de aquel en que los cuerpos se pegan con el sudor del cólera del deseo; porque lo hay y en cantidades no sujetas a la medición de los humanos, porque no lo somos. Somos dos fugitivos errantes que circulan por la carretera de la vida, con semáforos en rojo y con alguna que otra señal de precaución. Sin embargo cuando ese disco se fija en verde, la melena se suelta al viento del mar que arroya las ropas, las pocas vergüenzas que pueden restar a la confianza de que el amor es un regalo compartido.
En cada vida hay cada día un regreso a casa, donde no se entra por el marco de la puerta sino por la travesera de la comisura de los labios pintados de rojo, de las esquinas decoradas con la flor del iris de la sangre.
Pasa la tarde para uno y la mañana para el otro, con conversaciones al pie de un semáforo o de un paso de cebra que a veces se cruza sin mirar, porque tan solo importa el sonido de su voz o la entonación imaginaria de sus letras, ese tono que se da a un mensaje y que a veces crea la confusión de la interpretación del significado del orden de las palabras.
Todo es sentimiento y es bondad, la que puede reclamarse de una confianza a ciegas, porque este amor o es a ciegas o no existe. No caben los deberes ni las normas, tan solo el orden de la sinceridad, del valor de la palabra y la promesa. Expresiones que trascienden lo terrenal y se convierten en celestiales, como es este amor, propio de divinidades, pues acumula tanta verdad como inocencia y el vértigo de lo excepcional.
Difícil se hace alcanzar el sueño cuando se sabe que el otro está en el mundo del día y se quiere más, mucho más para no perder la certeza de que al pellizcarse el brazo, sea todo una gran verdad construida sin sellos de correos, pero si con los sonidos del teléfono del que siempre está al otro lado, tan cerca y fácil de imaginar; pero tan lejos como para rozar la yema de sus dedos.
Vivo este amor como jamás podría imaginar, intenso, complejo y de sonrisa fácil por la necesidad del triunfo de una felicidad contagiada por el otro. Un amor medio visto por la sociedad, pero que les deja ciegos cuando son capaces si pueden, de compartir sin prejuicios su verdad.
No cabe la humildad, sería muy falsa por mi parte sino dijera que me reconozco junto a ella como un ser excepcional, un elegido y por eso agradecido de haber sido tocado por la mano del Dios que se dedica a elegir a los elegidos.

A mi Amor, a Alma….

(nos queremos tanto, que a veces podemos hasta molestar)





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