sábado, 24 de octubre de 2015

SIN PREVIO AVISO


Llega un momento en el que dejas de inventar, entiendes que la vida se encuentra en un punto de no retorno, que hay cosas que ya no pueden pasar. 
Algunos dicen que todo tiene su momento, pensamos que cada época se corresponde con un rol y salirse del mismo no es extravagante sino que anacrónico. Pero claro que de mediocres y necios está poblado el mundo.
Pensé que una vez que había conocido ciertas pinceladas del amor, que los años habían pasado sin dejar rastro de mi existencia, para tal vez cumplir con eso de que se acuerden de ti tras la vida, que no pase eso de que seas olvido porque no dejaste rastro en ninguna memoria. Resignado a la tristeza, a la mediocridad, al abandono existencial. Decidido a pasar los días como se hace con las hojas de un calendario, rompiéndolas incluso tras el paso de cada fecha; condenado a la supervivencia, a sobrevivir con alguna lástima pero sin ninguna alegría.
Cuando piensas que nada ni nadie te sacará de los rieles  metálicos de las guías fatales de la vida, cuando ya no piensas que seas capaza de sonreir, salvo alguna carcajada forzada soltada para complacer a los que te quieren, que tristes te miran como se abandona la vida; cuando menos lo esperas, llega. Sin aviso previo, sin comparsa, sin orquestas  y sin las bandurrias de la tuna universitaria. En silencio, casi con susurros para no molestar, para tan solo acariciar el vello erizado de una piel seca por no poder llorar. Así de esa forma, con una mera palmadita en lo más profundo del corazón; la vida te regala la felicidad, la que no esperaba, la que es posible que ni conociera, o tal vez se encontraba en el cubo de los olvidos deseados.
Una bienvenida y la vida tras la puerta. Unos ojos verdes y una sonrisa. Una melena rubia y un guiño. Unas palabras discretas con invitación. Una mano tendida y otra dada.  Un cuerpo floreciente frente al marchito que con su savia de repente empieza a florecer. Un nuevo idioma, el que entiende de corazones y sutilezas; ambigua, compleja, exótica pero de siempre; como esas personas que son el resurgir del renacimiento. Así, de esa forma la vida ha llamado a mi puerta, me ha devuelto o tal vez me ha enseñado que la felicidad existe, que la tengo día a día y que solo tengo que estirar la mano y tomarla, hacer de ella el objeto vital diario sin pensar en más allá, si dura o se extingue porque la vida me dice que lo merezco, que los valores eternos y nobles que poblaron mi existencia serán capaces de hacer que el hoy sea más pequeño que el mañana y que el futuro siempre será mejor, con la actitud apropiada, con la valentía de expresar los sentimientos, sin reparo, sin cortapisa; con la única medida de la armonía de su piel, de la textura aterciopelada de un ser llegado desde la otra parte del mundo para anidar en mi corazón, para sembrar una vida que a estas alturas comienza con la esperanza de más vidas, con tranquilidad, con pausas programadas; con la sensatez de ese tipo de personas que vienen para hacer que la felicidad y el amor sean la palabra y el sonido de un mundo hecho para vivir.
La vida me llegó en forma de mujer, de una Diosa del Siglo XXI con aspecto renacentista. Con valores sólidos, nobles y elegantes, como las grandes personas y como las mujeres de verdad, con su vida por delante, sin traiciones pero con compromisos de fidelidad sellados con fuego; el del calor de su mirada, el de la fuerza de sus ojos.
La vida me ha dado vida con unos labios que aunque intactos, me prometen eternidad, con compromiso, sin dolor, sin sombras, con miradas altas y horizontes con mucha grandeza. Así es la mujer que la vida me reservaba para este momento de mi vida, en el que no esperaba más de nada ni a nadie.

Cuando la vida te sorprende de esta manera, te impregna, te posee; te deja desarmado con tan solo las ganas de caricias, de ternura; de la sensibilidad encerrada en un gran tesoro llamado Alma.


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