sábado, 28 de octubre de 2017

CAMELOT Y LA REPÚBLICA DE PAPEL

Castillos existen en el aire, también se construyen en la imaginación, todos son fruto de nuestros deseos de felicidad, de esa búsqueda de pasar por la vida de lo mejor posible. Sin embargo, hay castillos que no son tan honestos, son esos que se ofrecen en una esquina por vendedores de ilusiones que siempre son moneda de cambio.

Desde niños nos prometen que si comemos nos darán un pastel. Crecemos y nos prometen que si estudiamos podremos ver una hora la tele. Seguimos adelante y nos ofrecen una moto si pasamos curso; y continuando con la vida mas mayores nos plantean el dilema de tener una carrera y un coche en la puerta. Nos pasamos la vida con la esperanza de un regalo a cambio de algo nuestro, que sin embargo debería ser nuestro premio al esfuerzo como única recompensa. Mas tarde cuando nos hacemos adultos, cuando la madurez llega a ser la sombra y no el brillo de una estrella, también somos objeto de ese chantaje, nos dicen que si limpiamos los platos tendremos sexo. Todo en la vida es a cambio de algo y mientras tanto corren por si solas las ilusiones y las esperanzas como preámbulo de la decepción.

En el mismo libro del Génesis de la Biblia Dios  ofreció el paraíso a cambio de algo tan simple como era no caer en la tentación de la manzana. En el presente los falsos Arturos, los reyes o presidentes vetustos de la ceremonia de los necios ofrecen otros paraísos, de esos que se encuentran tras una mesa redonda en la que se deciden destinos propios y ajenos. Despachos de interior que tras la cortina de un flequillo mejor o peor cortado prometen republicas de papel, de esas de usar y tirar en las que como toda frontera implican la exclusión, la marginación del que no piensa como el líder y la mirada pública del que se sale del ágora de los pecados y simplemente no es tan ingenuo para creer que esas repúblicas, serán iguales para todos. La inocencia nunca es gratuita sino que tiene su precio, uno tan triste y doloroso como lo es la decepción; aquella sombra que llega incuestionablemente tras el paso de la euforia, de los balcones de banderas y las canciones simbólicas de las que no cotizan en los 40 principales pero que si aparecen de década en década en las listas de las superventas, más por emociones del hígado que por las que se crean en el corazón.

Una vez más Arturo quedó tras la mesa de los despropósitos, sin su espada y asomado en un balcón mientras el gobierno de los feos, cantaban la canción de la desesperanza como consuelo a sus inútiles y falsas promesas. Lo malo de todo ello no es su pérdida sino el desconsuelo de aquellos que creyeron en ellos, en esos que se juntaron tras la hoguera  de los sueños imposibles, a los que no les quedará otra que seguir viviendo en paz sea quien sea el que les cante la canción de las promesas a cambio de recompensa.


No confiemos nunca en aquellos que nos ofrecen fronteras de paraísos para llevarnos a su infierno. Camelot no volverá y tan solo permanecerá impasible tras las butacas de una sala de cine de un domingo por la tarde entre palomitas de maíz y nubes de algodón.


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