lunes, 18 de diciembre de 2017

UN METRO HUMANO

Siempre que viajo a una gran ciudad, lo primero que hago al llegar es comprar un bono de metro. El suburbano me resulta la mejor forma de moverme por la ciudad con rapidez y conociendo todas sus entrañas. Siguiendo ese patrón así lo hice en mi reciente viaje a Madrid en la Estación de Puerta de Atocha, y aunque siempre me llaman la atención las personas, esta vez me dio tiempo en uno de esos trayectos para la reflexión, no de forma premeditada ni tan siquiera deseada; todo fue algo espontáneo y repleto de emoción.

Creo que fue el pasado sábado 16 de diciembre de 2017 cuando en la mañana al salir del hotel fui directo a la estación de metro más próxima y me introduje en los túneles. Tomé el tren en el sentido interesado y en la segunda o tercera estación hice trasbordo para tomar la línea que me llevará al centro de la ciudad, y en concreto al lugar donde quería desayunar. De pronto entro mucha gente a la vez y yo por suerte pude tomar un asiento. La escena era que en fila estábamos apretados unos cuantos sentados, otros en frente y multitud de personas en medio agarradas de donde podían para sujetarse, aunque no era necesario ya que todo estaba tan a presión, que antes descarrilaba el tren que cayera uno de los pasajeros.

En esa situación tenía que mantenerme durante unas seis paradas, lo que a tiempo vino a ser unos diez minutos o quince tras una de ellas mas largas de lo habitual. Tiempo todo ello suficiente para observar, llenarme de emociones, pensar y llegar a amar a todas y cada una de esas personas. Todos ellos seres humanos qué por un motivo u otro, en ese justo momento habíamos coincidido y nuestras vidas se habían juntado.

Caras, rostros con sus miradas. Todo ellos con sueños, con esperanzas y decepciones. Me sublevó la vida de cada uno de esos seres. Mi corazón se estremeció al ver sus miradas perdidas, algún gesto de cariño y otros de absoluta indiferencia. Los observé hasta cierto punto de llegar a tener contagio personal. Y digo bien, contagio y no contacto; porque no es lo mismo cruzar miradas que compartirlas. Yo compartí con alguno de ellos esa admiración por la vida, por la proximidad de las distancias, por ese lenguaje no verbal con el que cada uno de nosotros nos íbamos desnudando de tapujos los unos de los otros. Todos formamos en ese momento parte de una misma familia, de una comunidad no provocada ni deseada, pero mas fuerte que ninguna otra porque estábamos sujetos a ese mismo destino al que nos conducía el mas lejano de los seres en ese instante, pero también el mas poderoso; ese que en cabeza del comboy, manejaba los mandos llevándonos a la dirección ya concertada por los propios carriles de la vida.

Me conmovió tanta humanidad; tantos seres juntos, pegados, tocándonos como en muy pocas ocasiones nos volveríamos a tocar. Tal vez nunca volvamos a cruzarnos, posiblemente moriremos sin vernos jamás, pero durante unos instantes, todos nosotros fuimos en un vagón de metro donde la vida nos junto y en la parada más próxima nos dejaríamos llevar por preocupaciones, ilusiones y esperanzas. Todos formamos esa unidad llamada ser humano, hermanados por la necesidad de seguir el rumbo de la vida.


Baje en mi parada abriéndome paso como pude entre tantos semejantes, cada uno con su vida, con sus necesidades. Todos cuerpos y almas, dados al menos alguna vez al amor y a la pasión. Salí por la puerta de esa caja de metal mirando hacia atrás, como en un acto de despedida, de un hasta siempre porque mañana difícilmente existiría. Trastornado y altamente emocionado seguí mi camino con las lágrimas cayendo por mi cara y una sonrisa de felicidad por ese amor que durante unos minutos, seres desconocidos nos dejamos dar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

LA CHICA SOBRESALTO

A mi cuando una persona empieza por decir que le gustan las emociones ya me tiene. Quedo conquistado porque mas que de verdad, expresió...