A penas pasa de
las once de la noche y cómo cada día desde hace unos meses, la academia apaga
sus luces y los chicos se dejan descansar de tanto sueño realizado, cerrando
sus ojos vuelven a volar para imaginar que será de su mañana, como cantarán esa
canción imposible y si esa semana será su última o tal vez lleguen a una final casi
imposible de alcanzar, como esas notas musicales que un día su profesora les
ayudo a cantar.
Aislados del
mundo, no conocen otro que esas paredes de acordes, el del humeante olor de la
comida que la poesía adereza con versos llenos de amor, como el que rebosan sus
corazones de adolescentes venidos a mayores de edad de una forma precipitada.
Mientras tanto miles de personas les observan, algunos critican tanta sintonía y
otro sin embargo nos colamos en la boca de sus fantasías con el corazón tan
abierto que los adoptamos como lo que sea. Algunos ven a sus hijos que nunca
llegaron a tener e imaginan que hubieran sentido si así se fuera, otros como
amigos, hermanos o no se bien que parentesco poner porque en si son fruto de la
imaginación de cada uno de sus mirones, que durante algunas horas del día
abandonan sus vidas para sentirse o maestros o alumnos.
A nadie que se adentre
en sus días les resultarán indiferentes porque no se muy bien si por elección o
porque así es una generación, son un grupo de chicos y de chicas que sin duda
se alegran por sus victorias, se emocionan mas aún por las de sus compañeros de
vida, esa que a veces les agobia pero que en la mayoría de las ocasiones tan
solo reflejan el vértigo de esa mayoría de edad triunfante acelerada por la fuerza
de los medios de comunicación de la
sociedad actual. Son chicos sanos, sin prejuicios, sin ambiciones desmedidas
que no sean las de su propia superación; siempre sin machacar al compañero, sin
competitividad insana, alegrándose de sus alegrías y llorando con lágrimas de
amor los fracasos que antes o después a todos llegan. Salir de la academia se
ha convertido en una tragedia personal y colectiva, donde el abrazo en la
despedida bajo el paraguas de su propia canción, es uno de esos dramas que no
permiten alcanzar a la comedia divertida que alguno de ellos nos cantó.
Tanto amor de
compañeros, de amigos; que la separación tan solo la ven como algo tan temporal
como sus ganas de volver a estar juntos en cualquier parte del mundo donde les
lleven sus sueños hechos realidad.
Y yo que los
veo, los admiro; comulgo con esos valores de amor y fraternidad; también como
otros tantos soy preso del llanto y las lágrimas cuando cometen un error,
cuando alguien los critica o simplemente tienen que abandonar porque al final
no es más que un concurso como la vida misma, donde las alegrías se mezclan con
los fracasos como si fuesen parte de la misma familia. A pesar de todo, yo los
quiero y siento todas y cada una de sus emociones como propias e imagino como
estarán esos padres, familiares y amigos de orgullosos junto con sus
profesores, de haber regalado a este mundo personas tan grandes y maravillosas.
Triste de que
pronto acabe como todo en la vida; pero la vida misma tiene su tiempo y como
no, un concurso de televisión.
(Escrito
mientras escuchaba Heaven, de mi triunfador Roi Méndez, OT 2017, Gracias por
tanto)
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