Escucho esa
canción, esa en la que me cuesta tanto y no lo consigo a pesar de que trato de
sentirla con diferente voz. Las huellas son difíciles de borrar cuando se han
dejado cicatrizar y después de los tiempos, viene el tiempo donde no es posible
dejar las hojas caídas ni el polvo en los libros leídos.
Los días se
llevan sin llegar, trascurren con cambio de nombre y ves que no es posible
negarte, que tan solo las calles cambian de nombre cuando caen en el olvido,
que las personas que fueron vida permanecen y son imposibles de sustituir; y es
entonces cuando caminas a solas, hablando con tu sombra y doblando cada esquina
con la ilusión de volver a empezar.
Difícil es
escribir a veces cuando se desea reflejar cada curva de un rostro, cuando se
quieren dibujar sentimientos que tan solo son conocidos por el que los tiene.
Incomprensión, lastimas y a veces incluso penas por verte sollozar por todo
aquello que te enseño a caminar.
Y es que cuesta
tanto como no escuchar esta canción porque la hiciste nuestra desde aquel
momento que dije cosas sin querer. No sé quien dijo que nunca más y que no hay
segundas partes, pero olvidamos esa papelera de reciclaje con la que se inicia
la pantalla de esta vida en la que quedo nuestro tu y yo. Ese lugar en el que
el nosotros cambio de nombre y nos devolvió con el que llegamos a ser dos.
Tantas calles,
tantas mesas de cafeterías donde aún me
llega el humo de tu café, allí donde hacíamos planes y organizabas bajo la
sonrisa de tu libreta y boli en mano, tu vida con mía; sin lágrimas pero con
sonrisas de esas que ahora tanto me hacen falta cuando te miro en una
fotografía, en esos días en los que no soy capaz de entenderme, en esos como
hoy, en los que me descubro entre secretos de esos que se revelan con el riesgo
a perder de nuevo.
Tantos lugares
por donde pasábamos mirándonos a los ojos, o al menos yo te miraba y agradecía
a la vida cada uno de los segundos en los que fuimos tu y yo, ese milagro de
encontrarnos y esa trágica historia de dejar de tenerte, esa en la que el que
pierde se queda sentado solo esperando un autobús que jamás llegará a una
parada que se hizo para ser feliz, a lugares que carecen de más sentido que el
recuerdo y a la esperanza de que ya no habrá segundas partes pero si recuerdos,
risas y duelos por pérdidas y ganancias.
Y la canción no
deja de sonar y de dar razones cuando pronosticó eso de quedarse calvo de tanto
recordar, y es que hay músicas que se escuchan porque son la única realidad que
no se quiere vivir, y nos vamos sin mirar por la puerta de atrás de la vida.
Por esa puerta y
sin dejar de mirar, se sigue y la vida sonríe para no dejarte atrás, aunque los
pies no acompañen. Se respira siempre sin querer y la sonrisa puede convertirse
en la imagen de un recuerdo, ese que nunca podrás olvidar…
Y me cuesta
tanto…
Magnifico relato Manuel. Enhorabuena!
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