A veces siendo
un paracaídas en la caída, otras un pañuelo para no dejar de llorar por las lágrimas olvidadas.
Esa es la mano de la ayuda, la del cuidado con la que se gana la confianza, esa
fuerza que nos lleva a hacer lo que no seríamos capaces ni de pensar, esa unión
a la que se llega a veces sin saber muy bien porque ante la falta de méritos, y
más bien de deméritos, con los que sería más fácil dejar que tomar, mucho más
sencillo empujar y mirar hacia otro lado, que estar en las duras y en las
maduras, en los momentos de risas para compartir y en los de nubarrones donde
sino esta ese paraguas lo más seguro sería la rotura del alma por un mal rayo.
Permitir es tan
bien parte de esa confianza: dejarse querer, porque no siendo el motivo son
frecuentes esos momentos en los que no se desea recibir nada, lo que realmente
se quiere es que se dejen, sobre todo que se dejen querer, y para eso quien
sino, que esa persona de confianza, aquella en la que se confía que muy a pesar de mostrar sentimientos y miserias,
se dejara también querer además de ser el objeto de esa necesidad de dar lo que
se tiene y que nadie quiere recibir. Se confía en quien se quiere y sobre todo en
la persona que esta dispuesta a recibir lo que sobra, aunque a veces sean las
sobras y se esté como un camión de recogida frente a lo que no quieren otros,
como esas lágrimas que lo más seguro serán del confiado para el que confía sin
que sean de sus ojos, ni para los suyos.
En ese dejarse
querer hay muchos dejarses. Creo que no he sido muy correcto en la expresión “dejarses”,
pero lo que me importa es que se me entienda mas que la corrección de las
palabras e incluso de las expresiones gramaticales. Esos “dejarse” de tantas
cosas que entran en el paquete de los “te quieros”, como una forma de sentir lo
que se tiene dentro y no se da y se tiene ese dejado, para que reciba a veces
algo más que un querer, muchas veces noches en vela, conversaciones sin fin
bajo el paraguas de los parpados que caen de sueño pero se aguanta hasta el final,
porque para eso diste la confianza, para ser trapo y polvo, para convertirte en llanto y consuelo. Esa confianza del “dejarse” es la que nos llega a ese mundo
visto desde arriba, de la complicidad de la confianza en la persona que desde
ese momento se convierte en nuestra persona.
Dos personas en
una sin pacto ni ceremonia, la una para la otra y sin saber porque se quiere
para siempre aunque a veces se rompa porque ese “dejarse” lo llevamos tan
lejos, que no aguanta esa soga invisible que une a las personas que están destinadas
a encontrarse. Es como ese refrán de que tanto va el cántaro a la fuente que se
rompe. Abusamos tanto de las personas que llega un momento que “dejarse” ya no
es opción, impide la respiración y puede convertirse en una jaula sin salida.
Nos aprovechamos en exceso de la confianza y de ese dejarse querer e imponemos la forma de
hacerlo, ya no solo son de recibir sino de envolver con el papel del capricho y
las ganas de un destino que si bien se inició en común se dejó cuando se
pusieron barreras sin escapatoria, sin opción para discrepar.
Dejarse querer
es parte de esa confianza, es el refugio de aquellos que tienen tanto y no
saben que hacer con lo que les sobra, sin que sean sobras; son esos trozos en
los que quedas cuando solo te quedan los restos en ruinas, y tienes que querer aunque no quieras.
A veces te dejas
querer por quién no debes y es entonces cuando tú te quedas en ruinas, es un
querer egoísta, buscado, necesitado y no confiado. Dejarse querer es también un
riesgo de que te guste ese cariño sobrado pero que no es tuyo, que no son mas
que sobras en este caso de la pena del abandono, y te gustan como te gusta ese
plato de comida en la madrugada de la comida del día anterior. Te apetece
incluso más que cuando lo comiste porque
se toma no cuando te llega sino cuando lo coges con más necesidad, con mas
gusto del debido, del que no se estropee, de que no haya que tirarlo, como ese
mendrugo de pan del dia anterior querido por todos pero dejado para ti, sin más
complemento que el que quieras ponerle en esa madrugada sin salida, en ese momento
en el que solo estas tú y el resto, tal vez el polvo en el que quedó tu alma
tras la semana, después de tantos amaneceres sin Sol y sin ganas de verse más
allá del espejo de las cicatrices.
El peligro de
los “dejarses”, es querer lo que te dejan y te conviertes en un dejado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario