He visto amanecer, aquí sentada y a la espera, el sol ya salió,
sus rayos lo iluminan todo aunque ya no da ese calorcito como en el verano, el
otoño acaba de empezar y ya hay algunos árboles marchitos, pelados sin hoja
alguna. En la naturaleza, esta época del año parece un fin y yo estoy en un
comienzo. Es agradable el otoño. Es una estación melancólica, una época para
recordar, para pensar y añorar otros momentos; para quedarse en casa sentada en
el sofá naranja y repasar viejas etapas. Sin embargo para el calendario
académico, es temporada alta, todo empieza cuando alrededor parece que todo
acaba.
Termino un verano más hace pocos días. Un verano con vacaciones,
como otros tantos veranos. Desde que tengo recuerdos puedo decir que mis
veranos se han dividido en tres clases de veranos. Siempre ha sido así. Los
veranos que pasamos en el lugar donde mis padres se conocieron, los veranos
pasados en la ciudad donde nació mi madre y los veranos en los que
mi abuela materna venía a pasarlo con nosotros.
Mi mundo hasta ahora ha tenido un orden casi perfecto. En los
estudios pasar de un curso a otro con una sucesión lógica y sin tropiezos,
porque aunque no soy una gran estudiante, estoy dentro de la media, pasar cada
año de curso dentro de una normalidad. Y en cuanto a los veranos, también el
orden se ha mantenido. Tres clases de veranos, diferentes por supuesto, pero
repitiéndose de forma continua cada uno con su versión.
Bueno esto se acabó, al café con leche me refiero. Todavía me
falta mas de una hora, repito, no avanza el reloj y parece que el mundo entero
hubiera decidido no levantarse hoy, quedarse soñando en la cama perezosos de
romper con las vacaciones y volver a la rutina diaria de la mayor parte del
año. Unos cuantos si que ya están en marcha; el segurata, el camarero, yo misma
y unos cuantos que ya se van viendo por los alrededores, ya hay mas tráfico, el
tranvia circula y el sol está cada vez más arriba del horizonte. Pero mi café
con leche se acabo y yo tengo que fumar, tengo que seguir aquí un rato más, no
me voy a poner como una tonta en la puerta de la facultad esperando a que abran
como si quisiera ser la primera en entrar. No, no me gusta llamar la atención,
prefiero pasar desapercibida, estar entre la masa. Pero tendré que pedir otra
vez a este camarero que le gusta dar conversación, como si yo la quisiera, como
si me importara algo:
-¡¡Por favor!!!
-Si ¿dígame señorita?.
-Otro café con leche.
-Parece que quiere estar hoy muy bien despierta, ¿no?.
-Solo quiero un café con leche, si el posible, y lo de señorita
¿lo acertó?.
-Bueno lo siento es usted tan joven, que bueno disculpe si la he
ofendido.
-No se preocupe, soy señorita, una señorita que quiere que le
traiga un café con leche sino es mucha molestia.
-En un minuto, disculpe.
¡Será posible!, pero quien le habrá dicho a este estúpido que
tengo ganas de conversación, que quiero hablar del tiempo con él o entablar
amistad. No entiendo a la gente que bajo la escusa de querer ser amable no te
dejan en paz, ¿no es esto una cafetería?, pues eso, yo soy la cliente pido algo
y el camarero que me lo traiga y después le pago, y ya está , no es necesaria
mas relación. A veces me tachan de ser un poco insociable, introvertida, y me
lo dicen como si eso fuese algo malo. Si soy así, en parte por influencia de mi
padre, ¿pero es un defecto?, pues no, es mi personalidad, Valeria es así guste
a quien le guste, y si lo he heredado de mi padre, además estoy orgullosa de
serlo. Yo tengo mi mundo, mi espacio y no permito que nadie entre en él sin más,
sin que yo voluntariamente les abra la puerta.
Menos mal que ya se va viendo llegar más gente, jóvenes que hoy
como yo empiezan sus clases. Hay movimiento, y por fin dejaré de ser el centro
de atención.
Ahora que las manecillas del reloj van avanzando, ya se ve por
aquí algún estudiante que se va acercando, sabiendo la hora de comienzo de las
clases, no como yo, y los pocos que he visto, todos ellos lucían un color de
piel moreno. Yo este año estoy blanquita, he pisado poco la playa, y mi color
no podía ser otro que el blanco, blanco. Mi madre es como la leche, y yo no
podía ser de otra forma. Este color de piel, no significa otra cosa que este
verano, ha sido uno de esos veranos que he pasado en la ciudad donde nació mi
madre, y allí el moreno es difícil de coger.
Como he dicho y repito, en mi vida han existido pocos cambios,
todo ha tenido un orden una sucesión cotidiana de los acontecimientos, sin
altos ni bajos. Ello me ha creado, pienso yo, un cierto equilibrio emocional y
vital. Saber cada año más o menos lo que vendrá, y me refiero a los grandes
acontecimientos como es un viaje para mi, me ha dado seguridad, y será por
ello, que ahora que me encuentro ante las puertas de una nueva vida fruto de
una decisión que no se si ha sido bien pensada pero de la que no me arrepiento,
me siento un poco perdida, no tengo la sarten por el mango y eso me molesta me
hace sentir una ansiedad que para nada es de mi gusto.
La rutina, o saber más o menos que pasará un año tras otro,
tampoco es nada malo, ¿porqué?, si te gusta lo que haces, donde vas y con quien
estas, ¿para qué cambiarlo?, ¿por aventura?, ¿por hacer una vida más
excitante?, pues no, aunque se me pueda tachar de aburrida y de tantas otras
cosas, me gusta mi vida, me siento feliz sabiendo que un año ire a un sitio y
otro año a otro aunque en círculo se repita. La vida no es mas que recoger
buenos momentos y guardarlos, y también saber que los malos llegarán y te
quedará algo muy importante, las vivencias. Esas son nuestras, es la riqueza de
cada una de nuestras vidas. Lo vivido es lo obtenido, lo demás esta por
demostrar. El presente es efímero, es segundo tras segundo el estado en que te
encuentras, como yo aquí tomando un café con leche ya no se cuanto tiempo, ese
es mi presente; y el futuro, se puede soñar, se puede intuir, pero no existe.
Yo se que hoy atravesaré una de esas puertas y seguiré caminando por el mundo,
acumulando presentes que mas tarde se convertirán en recuerdos y se quedaran
para siempre en mi memoria.
Este verano hemos viajado a la ciudad donde nació mi madre. Es un
pais lejano y muy diferente al que vivo. No es solo un viaje, es reunirme,
volver a ver a mi abuela querida con sus inesperados cambios de humor, con sus
pequeñas locuras y sus grandes sentimientos. Todo esto no se improvisa, ni
mucho menos. Mis padres mas o menos por el mes de marzo o abril ya deciden
donde pasaremos las vacaciones, y como se adelantan tantos meses, éstas no solo
se convierten en un viaje, sino en un proceso que te hace esperar la llegada
del dia de partida con autentica ansiedad.
Mis padres deciden donde toca cada año, como he dicho unos cuantos
meses atrás, y desde entonces no hay un día que a la hora de la comida, cuando
lo hacemos juntos, o en la cena, que eso si que es sagrado hacerla los tres; se
hable del viaje, de las vacaciones recordando otras de años atrás, calculando
días, fechas, eligiendo como ir. Todo ello es emocionante, tan prolongado en el
tiempo que mi padre una vez me dió una fórmula para poder dormir en esos días
en los que el insomnio te pilla y la almohada se convierte en tu peor enemigo.
Esa fórmula es empezar a pensar en uno de esos viajes vividos, intentar
recordar desde el primer momento, paso tras paso, y funciona, lo aseguro. Lo
probé y ese intento de recordar los detalles mas pequeños te crea una especie
de estado de trance como si dormitaras, hasta que al final por el esfuerzo del
cerebro en recordarlos, acabas durmiéndote.
Las vacaciones mas intensas son como las de este año, mas difíciles
de preparar, mas tiempo dedicadas a ellas, y la distancia obliga a tomar varios
aviones a estar esperando en aeropuertos, y sobre todo, el estar juntos
preparándolas, los tres, y pasar todos esos momentos los tres, y en cada sitio
los tres. Mi mundo empieza y se acaba en los tres, no necesito nada más, me
llenan de plenitud vital. La amistad de mi madre, porque al ser mucho mas joven
que mi padre, parecemos amigas, y como es así pequeñita y entrañable trasciende
el parentesco y tenemos muchas conversaciones así, de amigas. Mi padre aunque
más mayor, no deja de ser mi cómplice. Es la palabra exacta complicidad. Con la
mirada sabemos cada uno lo que pensamos. A veces a mi madre le saca un poco de
los nervios, pero es tanta la confianza que tenemos que no daría un paso sin
él, sin olvidar su sentido del humor, ese que no es gracioso del todo para
soltar una carcajada, es absurdo que constantemente te mantiene en una sonrisa
dulce y placida. Los tres juntos, no necesito nada más. Juntos es mi palabra
preferida.
Recuerdo un año que hicimos este mismo viaje, que teníamos que
comprar maletas nuevas. Bueno, pues mis padres, por no llegar tarde, las
compraron dos meses antes, y no se les ocurrió otra idea que dejarlas en el
comedor sin guardar, para verlas constantemente; es decir, que desde junio ya
estaban las maletas preparadas, ahí a la vista, y claro el viaje era el tema de
conversación diario.
Tener las maletas presentes es para no retrasarnos en el
viaje, como yo hoy aquí, dos horas antes de que empiecen las clases, cuando mi
padre planifica los vuelos y las fechas que mi madre le deja con total
libertad, pues pasan cosas como las de este año. Primero llegamos a Madrid nos
tiramos ocho horas en el aeropuerto, luego a la capital y diez horas en el
aeropuerto para coger el otro avión que llega a la ciudad donde nació mi madre.
Será gusto por estar sentado en un aeropuerto, porque a ver quién lo entiende.
El dice que de esta forma no hay riesgo de perder los vuelos, pero se olvida
que corre el riesgo de que lo cojamos del cuello, ¡¡jajaja!!. El viaje empieza
mucho antes, y cuando se esta en el aeropuerto ya se ha iniciado y se
disfruta igual, esa es su escusa. Y aunque me cueste reconocerlo tiene razón.
Jugamos a las cartas, comemos, bebemos y disfrutamos del ambiente de los
aeropuertos, con tanta gente que va y viene de tantos países. Me gusta a mi
también pero nunca se lo diré, no vaya a ser que en el próximo nos tiremos un
día entero en cada aeropuerto. Y si he dicho la próxima vez, es porque habrán
muchas mas, porque aunque haya cumplido los dieciocho años y las amigas me
propongan viajes a Ibiza o a cualquier otro sitio, si puedo iré, pero lo que
nunca haré es no ir con ellos. Quiero seguir sentándome en el sillón del medio
del avión, quiero caminar por las calles cogida del brazo de los dos, también
en medio, y tenerlos muy pegaditos a mi, siempre y que dure mucho, porque no me
puedo imaginar perder alguno de ellos alguna vez, y aunque tenga que pasar, no
sé, de verdad no sé si podré soportarlo, lo mío no es amor es locura por
mis papis, y si sigo siendo niña y eso les hace felices, seguiré siéndolo, y si
algún día conozco algún chico y me enamore y viva con él, seguiré con ellos, y
si esa futura persona no lo acepta, que no me haga elegir, que lo tiene claro,
que no hay enamoramiento en el mundo que pueda superar el amor hacia estas dos
personitas que me trajeron al mundo y me han hecho como soy, para bien o para
mal, pero esa soy yo, la auténtica Valeria y su mundo.
Parece como si no pasara el tiempo, como si tuviera que empujar
las manecillas del reloj para que avancen y se me acaba el café con leche,
tendré que pedirme otro, porque me apetece fumar. Buff, a estas horas y ya
llevo cuatro cigarros, madre mía. En mi primera clase voy a echar un aliento a
tabaco de miedo, espero que no tenga que darle dos besos a nadie. Lo mas seguro
que no, ninguna de mis amigas y amigos ha escogido esta carrera, pero siempre
están los que se quieren hacer los simpatiquillos, los super sociables, que se
presentan así mismos, sin que nadie les haya preguntado por su nombre o por su
vida, ni si quieres conocerlos. Este tipo de gente puede conmigo. Trataré de
evitarlos s es posible.
Este año hicimos ese viaje casi al otro lado del
mundo, aterrizando en un aeropuerto lejano, medio perdido en el mapa, pero
muy conocido. No se cuantas veces he llegado hasta aquí, y siempre una espera,
un recibimiento caluroso de las raices lejanas, de seres que solo tropiezan con
mi piel cada cierto tiempo. Se repite la escena, un montón de besos, abrazos, y
al final las lágrimas. Unas lágrimas de felicidad y de necesidad por la
ausencia y la soledad. Mi abuela, la eterna niña, con sus ojos llorosos y esos
olores tan distintos, ese aire que te llega desde el infinito. Unos colores que
casi dañan la vista y unas imágenes que se pierden en mi memoria.
Siempre en su rostro parece la gran olvidada, un trozo de nosotros
que solo se une una vez al año, o a veces en menos ocasiones. Pero no es
posible olvidar a una parte de tu sangre, a quién dio la vida a mi madre, y tal
vez por su forma de ser, ella fue empujada a un destino que terminaría
floreciendo con mi vida. Como olvidar, esos días cogida de su mano, una mano
que te aprieta, que con su palma te ofrece todo tu corazón, pero de repente y
sin esperarlo, te suelta te deja volar, porque a ella le faltan esas alas, su
cobijo es su propia existencia, viendo pero sin mirar una tele, leyendo una
novela, o tal vez escribiéndola, porque su vida es estrecha de horizonte pero
inmensa en su imaginación.
Los días pasados en la ciudad donde mi madre nació, son días en
los que siento mil cosas a la vez. Son momentos con rizos de emociones
constantes. Mirar un rio inmenso, que parece transcurrir tranquilo y placido
pero que guarda en su lecho muchos secretos, sufrimientos terribles, la gran
tragedia humana de la violencia y de la muerte, la eterna lucha de semejantes
por dominarse unos a otros. Un lecho teñido de sangre, de tantas vidas que se llevó
fruto de esa tragedia. Siempre lo miro buscando mas allá de su belleza pero sin
olvidar nunca la vergüenza que siento en ocasiones de considerarme un ser
humano, de formar parte de esa especie que es capaz de lo mejor, pero también
de lo peor. Por ello ensimismada me quedo mirando a un firmamento infinito, sin
trazo alguno que separe al horizonte cuando el cielo y la tierra se juntan y
no se puede ver mas allá.
Los días en la ciudad donde nació mi madre, también pasan de forma
sincronizada, se suceden unos a otros en una especie de rueda que empieza y
acaba en el mismo lugar. Y no solo una vez, sino cada vez que la hemos
visitado. Por la mañana del hotel a la casa de mi abuela, allí con la
desesperación de mi madre por las manías a veces insoportables de ella, la
esperamos y salimos a pasear por esas avenidas inmensas, por unos jardines
cuidados hasta el último detalle, y comer borjs, alguna cerveza corona
siberiana o el vino georgiano, y esa carne, esos pinchos cocinados al
estilo caucásico, con ensaladas elaboradas de miles de maneras, pero con
un denominador común; el eneldo. Hierbecita que te la encuentras en todas las
comidas y que según dicen existe desde la edad media con grandes poderes
curativos y para evitar la brujería. Ese olor está pegado a mi nariz desde la
primera vez que vine y lo tengo en mi memoria. No me siento ajena, me encuentro
en casa, parte de mi corazón tiene echadas parte de sus raíces en esta tierra
hostil, de veranos calurosos e inviernos infernales.
Mi padre ha viajado allí en muchísimas ocasiones, conmigo y antes
de que yo llegara a este mundo mío dividido entre dos amores, entre dos
patrias. Pero a pesar de ello, y aunque yo llegará después, me siento mucho más
integrada que él, cuidaron desde mi infancia que aprendiera el idioma, y
es normal, me comunico con su gente aunque tenga un acento diferente, converso,
me acerco mas. Él se siente totalmente dependiente de mi madre y de mi, no
daría una vuelta por ninguna de sus calles solo ni loco. Se siente a veces como
un mono de feria, porque todo el mundo, según dice él, le mira como un bicho
raro, y el habla en su idioma y yo lo entiendo, y mi madre tambien, pero los
demás no, y en muchas ocasiones me río sin parar de las barbaridades que dice,
y los demás lo mismo se rien o ponen cara de tontos. Por ello cada vez que le
preguntan algo o quiere decir algo, depende de sus dos traductoras, que a veces
queriendo o sin querer, traducimos como nos da la gana.
Este es un gran pais. Un país fruto del sufrimiento, bañado por la
sangre y por la muerte. Las dos guerras del siglo pasado marcaron su historia
moderna. La gran guerra, la segunda guerra mundial, tuvo especial
importancia en esta ciudad, donde se libró una de las batallas mas gloriosas
para este pueblo, no existiendo rincón alguno entre sus calles, sus plazas y
paseos donde se recuerde ese enfrentamiento y la capacidad de sus ciudadanos
para librarla del invasor. Un país que también fue el origen de la mayor de las
revoluciones del siglo XX. Una revolución idealista, donde se trataba
de terminar con la explotación del hombre por el hombre y la
igualdad entre todos fuese una auténtica realidad. Lamentablemente, como
suele ocurrir con todas las luchas idealistas que tratan de cambiar el mundo,
unos cuantos se apoderaron de esos ideales haciéndolos suyos y despojándoselos
al resto de su pueblo que sufrió durante años ese robo, que se había ganado con
su sangre.
Es un pueblo castigado en tantos momentos de su historia, que ese
sufrimiento se aprecia en el rostro de sus gentes. Una especie de vacío, de no
tener un rumbo fijo en sus vidas por tantos malos tratos sufridos, así como una
especie de abnegación y de abandono de la esperanza. Muchas cosas han
cambiado, pero es una cuestión generacional. Una parte de su población se quedó
estancada en el conductismo político de su antiguo régimen y la botella de
vodka como única salida a la desesperanza.
En la actualidad, ha nacido una nueva generación despegada de esos
anclajes del pasado, del inmovilismo provocado por un régimen, que en sus
principios mereció la lucha y el derramamiento de sangre, pero con el tiempo el
sacrificio de toda una nación quedo en simple tiranía de unos cuantos. Esa
nueva generación liberada de los estereotipos del pasado, surge con fuerza, con
dinamismo y grandes deseos de cambio, hasta tal punto, que esa necesidad de
evolucionar no les conduce a unos nuevos horizontes, a la lucha por una vida
diferente, sino que por el contrario, es un frenético deseo por obtener y
conquistar de la forma mas radical, los principios del otro mundo, de
occidente, y no tanto en la mejor de sus versiones, sino en lo más rechazable
y despreciable del sistema occidental, el consumismo devorador.
Es comprensible que después de tantos años de carencias, ahora
invadidos por el otro mundo, deseen para si lo que no tenían. Como dice mi
abuela," antes teníamos dinero pero no teníamos nada que comprar, ahora
podemos comprarlo todo pero no tenemos dinero".
Las huellas de la Gran Batalla te las encuentras en cada rincón de
la ciudad, también se mantienen las de ese antiguo régimen. Grandes monumentos
colectivistas, donde aparecen personas todas cogidas de la mano ayudando a un
herido, monumentos del líder que inició esa revolución, y muchos de ellos
dedicados a la mujer. La Gran Madre Patria es femenino, la mujer fue la que
labro con sus manos y su esfuerzo esa revolución, tras la ruina de un país hundido por la guerra con
millones de hombres muertos en el frente de batalla. Por ello la mujer es la
madre de esa patria, la que con su espada animaba al pueblo a la lucha para
crear esa nueva sociedad, que así misma se destruyó por el egoísmo y la
avaricia de sus mandatarios. Hechos que se repiten una y otra vez en la
historia, sea cual sea la semilla de las ideas, el ser humano sigue siendo
esclavo de sus semejantes, ya sean revolucionarios, poderes políticos,
financieros, los mercados; de cualquier forma, el ser humano es víctima de sí
mismo, y es una repetición constante en la historia. Un fatalismo sin solución,
donde ni los grandes ideologos ni charlatanes de feria, pueden cambiar ese
destino.
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