domingo, 11 de junio de 2017

VALERIA Y EL TREN -CAP. VIII- VALERIA A LA INVERSA




La tragedia  de la vida es que no existe la felicidad, solo hay algunos momentos de alegría y otros de tristeza, pero nadie consigue ser feliz. Valeriaa miraba fijamente por la ventanilla del taxi que le conducía al aeropuerto de la ciudad que la vio nacer. Era un paisaje conocido, ese que le decía que ella si había sido feliz en esas calles de las que la había desterrado el desamor y la traición; la falta de respeto, la infidelidad; el acto menos humano, el más cruel, ese que para ella era de una gravedad superior a la propia muerte. Su vida había sido un momento de felicidad porque su madre se la había arrebatado y su padre con sus condescendencia había empujado a que todo se precipitara, a que ese mundo en el que vivía se viniera abajo, como un fichero de dominó, acelerado por ese impulso que hace caer la totalidad de las fichas sobre el frio suelo de la anti belleza, eso que hay un paso más allá de la fealdad, el germen de lo sucio, lo muerto sin tener vida; todo lo ocre con olor a mierda que se envuelve por esa putrefacción toxica.

Todos esos años, los de su propia vida había mamado principios tan diferentes; su mundo era el de la amistad, la concordia, la dedicación, la ternura, la dulzura; semejante a ese amor que se pega como un tarro de miel abierto en la bandeja del té. Un mundo de rosa, de chicle de fresa, de cariño pegajoso, de ese que atrapa por la flojera de su fortaleza. Lo había mamado y ahora sin nada más que ella misma, su cuerpecito, sus manos cerradas en si misma; sus ojos repletos de lágrimas y la vida por delante sin esperanza, sin ilusión y sin cabida en un mundo que tenía todo en su contra.

Al llegar al aeropuerto, Valeria se quedó pensativa; le era tan conocido, habían sido tantas veces de viajes en familia, con amigos, que cada baldosa de ese lugar le eran conocidas. A sus veinte pocos años había sido afortunada, pocos países de Europa quedaban fuera de su visita y sin embargo ahora Valeria no sabía donde ir. Tampoco le importaba mucho el lugar, tan solo quería desaparecer, salir de ese aeropuerto, en su anonimato y sus recuerdos; sus risas, las voces que oía de fondo y sobre todo esa luz, esa que le perseguía como si se moviera entre la nada y el todo, como si desapareciera la existencia y apenas hubiera tiempo para moverse. Una luz brillante que le invitaba a seguirla pero que no era capaz de alcanzar. Que le susurraba al oído y le empujaba a un abismo desconocido. Valeria restregó sus ojos, movió  la cabeza y algo le saco de su estado de ensimismamiento. Era su teléfono que no había desconectado y que era el único elemento material que le unía a esa realidad maldita de la que no quería ni pensar. Lo miró y en un acto reflejo borro la notificación, no quería saber quien le mandaba el mensaje pero comprobó que se quedaba sin batería y eso si, necesitaba ir cargada para poder manejarse en el país donde al final sería su refugió frente a las persecuciones que claramente se le echaban encima. Tomaría un té en el Starbucks y lo cargaría, pero primero su destino, ese lugar donde tenía que volver a empezar y dejar todo su pasado para una historia que jamás se llegaría a contar.

Valeria se situó frente al panel electrónico de las departures y miró los vuelos de ese día, de los que trataría de tomar alguno y sino esperaría allí sin moverse, sin vuelta pero sin huida; porque ella no huía, ella se protegía de ese mundo que se había vuelto en su contra, de esa nube toxica de los mezquino, de los intereses de las personas sin principios ni humanidad. De su madre en coma cerebral y de su padre en otro, en coma del corazón.

Frente a ese panel leyó varios vuelos en los que había posibilidad de comprar un pasaje. Vuelos que salían en unas tres horas, que era tiempo suficiente para pillar un billete sin vender, de esos que llaman de última hora aunque para Valeria era la primera, porque ella no iba sino volvía; mejor dicho, Valeria regresaba de sí misma, para no quedarse donde estaba. Ese maldito dilema entre el ser y el estar de nuevo pero que era como de un himno vital que le acompañaba siempre en sus decisiones como la de ahora en la que debía elegir que vuelo tomar. Le llamo la atención el vuelo a Copenhague, allí había estado como en el resto pero lo guardaba con cierta ternura pues a esa ciudad fue a visitar a su amiga April que había conocido en la Universidad en un programa Erasmus, como ese que ella haría en el futuro pero que como todas sus esperanzas habían quedado frustradas en el baúl del desengaño, como aquella calle de la serie de televisión que fue compañía durante tantas veladas con los tres  cara a ese aparato de fantasias, de entretenimiento y ahora también de recuerdos. No iría a Copenhague porque April no estaba y no se veía en esa ciudad por el momento. Un vuelo de la KLM a Amsterdan Schipol, ciudad que también conocía y donde había pasado fantásticos momentos junto a sus amigos de la infancia, esos dos o tres que restan tras el paso del tiempo. Lo descartó aunque fue una de sus opciones primarias, podía trabajar en el barrio rojo de prostituta, aunque su cuerpo siendo atractivo no era de esos que llaman la atención y además, si ya le costaba ser sobada por un tipo al que ama, tener que dejarse el sudor en cerdos libidinosos con ganas de carne, le dio asco, pereza y fuera; a otro cosa. Olimpic a Atenas. Que bonito y cuanto calor recordaba de esa ciudad junto con papa y mama y las islas griegas. Demasiados recuerdos, pensó para descartar el viaje a la capital Helena. Un vuelo le sobrecogió, Aeroflot con destino a Moscú, tuvo la tentación, los ojos le brillaron, se echó mano a la mochila para agarrarla e ir al mostrador de esa compañía. Hablaba algo de Ruso, se manejaba a la perfección y encontraría a algún conocido de su madre. Sin embargo aunque le abrió los ojos lo descartó porque era un país difícil, con reglas de visado y no lo tenía y además era como entrar en la cuna materna de la que quería desaparecer.  Paris-Orly, que bonito; romántico, estético, brillante; pero demasiado sentimiento acumulado como para dar la vuelta a la página de la existencia. No le apetecía tanto amor como para dejarse llevar por él.  Londres- Stansted; este le atrajo, Londres siempre es una oportunidad, ella hablaba bastante bien el Ingles, allí estaba ahora viviendo su amiga April y recordó que en un restaurante trabajaba una amiga de su papa. Como opción le pareció acertadísima y le apetecía. Londres era una ciudad lo suficientemente grande como para perderse hasta de si misma y poder encontrar a alguna persona que la hiciera sonreir, aunque Valeria se había propuesto hablar lo justo para sobrevivir, sin mas conversación que un si o un no sin sentimientos ni pasión.

No llamó a nadie, ni a April su amiga de Copenhage, lo haría tomándose un té frio  en el Starbucks, donde se quedaría hasta conseguir un pasaje. No le sería difícil, tal vez los vuelos a esa ciudad eran los más frecuentes. Le gusto su decisión y se dirigió al mostrador de Ryanair, esperaba tener suerte por una vez en esa etapa de su vida, donde todo eran lágrimas y tristezas y tal vez encontrar a alguna persona que  le hiciera feliz tras pelearse con el mundo.

Consiguió el pasaje, tenía poco más de tres horas por delante y se dirigió al Starbucks donde pidió un te frio verde de melocotón. Era el de su padre pero también el suyo y evidentemente no podía quitarse el ADN para seguir adelante, si le perseguían los apellidos, difícilmente podía desprenderse de los gustos. Se sentó puso su Iphone a cargar y evidentemente se conectó de nuevo, sin querer vio como cien mensajes que no abrió y eliminó. No quería saber nada ni que nada se interpusiera en su objetivo que ahora era viajar a Londres sin que nadie lo supiera, se pidió el té y una vez conectado el teléfono mensajeo a su amiga April, la cual le contesto muy entusiasta y deseosa de verla diciéndole que no buscara casa, que en la suya había una habitación libre en el distrito de Notting y que de inmediato hablaría con la casera para que se lo quedara.

Valeria suspiró, estaba algo más tranquila, tenía una casa donde poder estar, un techo; aunque no le dijo a April que ya llegaba, que lo haría durante esa semana. Necesitaba un par de días de absoluta soledad, por lo que buscaría un hotel pequeño por el centro y de esa forma reflexionar, pensar y tomar decisiones que eran vitales, porque eran de esas que cambian la vida.

Valeria no dejaba de sentir como si la tocaran y esa luz no se iba del horizonte en el momento en el que por una razón un otra cerraba los ojos. Un simple parpadeo y esa luz, y las caricias y las voces, lejanas pero conocidas, los sonidos en un silencio que no se abrumaba ni con los avisos de megafonía del aeropuerto de la ciudad que la vio nacer.

Tras unas dos horas y media de vuelo llegó a Londres y allí, recordando sus viajes anteriores a esa ciudad, en ese mismo aeropuerto tomo el Stansted Expres que la llevaría a la estación de Tottenhan. La lluvia en la ventanilla aporreaba el cristal y Valeria ensimismada en  sus pensamientos veía pasar casas y fabricas vacías, destruidas en ruinas de la época de la revolución industrial, esa que hizo grande al Imperio Británico y que ahora apenas quedaban sus ladrillos, como ocurre con las personas que tras su juventud, la piel es lo más visible por el propio deterioro.  Valeria no dejaba de pensar y un ruido fuerte la estremeció, no podía moverse, se encontraba atrapada entre amasijos de hierros y seres que gemían a su alrededor. Había sangre y un fuerte olor a metal, de esos que se meten por la frente y ocupan hasta el pensamiento.

No sentía ningún dolor pero no podía levantarse, no lograba ponerse en pie y le faltaba la respiración. Eso si, de nuevo le tocaban, veía cada vez mas cercana esa luz entre paredes blancas, como si fuese lo único que se movía en la nada, como si la nada fuera esa luz y unas voces lejanas que la empujaban hacia ninguna parte. Era como una agonía de la que quería escapar, pero se concentraba junto con ese maldito olor a metal, el humo, la carne quemada, la sangre. Valeria quería correr pero no podía, no se le movía nada, estaba inmersa en un ataque de pánico inmóvil y sin palabra, porque quería gritar mama, papa y no le salían las palabras. No tenía voz ni podía moverse, quería volver con su mama, perdonarla por todo, llorar junto a sus mejillas y acurrucarse en la cama grande como hacía los domingos, en medio junto a ellos dos formando los tres una simbiosis indestructible. Valeria quería volver, no quería irse, necesitaba hacer retroceder al tiempo, darse la oportunidad a comprender lo que nunca tuvo que pasar, pero no quería estar ahí, necesitaba los besos de su padre, la sonrisa de su madre. Valeria no podía ni llorar, no le salían las lágrimas, no tenía vida y sin embargo la luz le perseguía y las voces lejanas cada vez más próximas a su cuello. Sentía dolor, el fluido de la sangre entre sus piernas, el olor a orina; Valeria no sabía que pasaba cuando de repente un movimiento brusco en su brazo derecho le hizo caer y abrir los ojos. Era un hombre con gorra que le decía a gritos que bajara del tren que ya había llegado a Londres.

Como pudo se incorporó, miro a su alrededor y desperezándose salió del tren, tomo el metro en la estación de Totenhan destino a Oxford Street  y zona de Trafalgar, así lo recordaba pero no lo tenía muy claro. Miró su pequeña agenda de papel buscando un hotelito próximo, o al menos así lo recordaba de cuando fue con sus papas.  Bajo en Oxford Circus y se puso a andar con Google Maps, y después de un buen rato andando, no recordaba que fuera tanto, llegó al Nadler Soho Hotel, Carlisle St. No era barato, lo miro mientras andaba, unos doscientos por noche pero tenía dinero y total serían tan solo dos noches y quería darse el gusto de una habitación agradable en un bonito lugar cerca también del restaurante donde trabajaba la amiga de su padre a la que ella también conocía.


Llegó al hotel, había habitación por fortuna, algo mas barata unos ciento cincuenta por noche al cambio, dio su pasaporte, el recepcionista lo miró bien, le pareció que no era mayor de edad o demasiado joven para estar en un hotel así, pero no tuvo problema  quiso pagar las dos noches o garantizarlas con su tarjeta de crédito que dio y de repente, sin pensar un grito salió de su garganta, un no enorme que ensordeció a todos los que se hallaban en la recepción del hotel, un no de pánico, de terror o tal vez mejor dicho de error. La tarjeta de crédito la habían pasado por el TPV; su situación quedaba revelada, era la tarjeta que le habían dado sus padres, en nada sabría su padre donde estaba, su desaparición tan solo había durado unas horas, desde ese taxi en la ciudad que la vio nacer en la puerta del hospital donde su madre vivía su coma hasta ese momento en el que el recepcionista había comunicado al mundo que Valeria estaba en Londres. 

Y la luz de nuevo surgió persiguiéndola y las voces, y las manos tocando sus brazos. De nuevo la luz en el horizonte del vacío y la nada en la mente de Valeria.


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