En algunos
momentos Valeria sentía como si la acariciaran, como si una multitud de manos
se deslizaran por su piel, por cada uno de los rincones de su cuerpo,
sugestionando sus instintos, erizando su escaso vello. También veía luces y
escuchaba voces que llegaban desde lo lejos, como ese eco que se esconde tras
una puerta, ese que llama al miedo y te pone en alerta frente a un ataque.
Eran multitud de
sensaciones, incluso un tenue saber metálico en su boca que le llamaba la
atención ante una posible hemorragia, seguido de un dulzor exagerado como ese
que se siente con los edulcorantes artificiales, de una pesadez muy superior al
azúcar. Escuchaba voces, le acariciaban, la cogían de sus manos, la
zarandeaban, la elevaban sin hacer fuerza ni mostrar resistencia; como si se
tratara de un cuerpo sin peso que se despegaba de la tierra y volaba, que se
tumbaba en las almohadas de las nubes junto al cabezal de su cama. Valeria
intentaba moverse sin éxito, sin ser capaz de articular palabra, sin poder
pedir ayuda o simplemente comunicarse porque no sentía miedo ni a ese sabor
metálico en su boca, ni el dulzor; no era miedo, era impotencia, ansiedad y
necesidad de cambiar de postura, de dar la vuelta a su cuerpo cansado de
sujetar su vida. Pero volaba de la tierra a las nubes y el peso de la vida se
esfumaba, perdía la vida, esa maltratada por su existencia traicionada, por la
torpeza de sus maestros cuando ella no era más que una aprendiz de la vida
regalada, porque Valeria nunca pidió nada, ni exigió, ni reclamó; agradecida
por lo que tenía, al igual que llegó en su día ahora sentía que se le escapaba
por la comisura de sus labios pegados, como si quisiera sellar su boca sin
abrir los ojos para ver la elevación de su cuerpo, entre caricias, sonidos
lejanos y ese sabor metálico que la invadía.
Valeria recordaba
como a veces cuando dormía y tenía un sueño fuerte pero poco profundo le
ocurría lo mismo, tal vez estaba dormida, no recordaba haberse metido en la
cama. Esa sensación de querer escapar, de huir ante un peligro producto de la
imaginación, pero el estado en sí de sueño te lo impide y solo fruto de esa
desesperación permite despertar y con ello la vuelta a la realidad. Ese era su
estado, el de inmovilización absoluta, pero objeto de posesión por otras
personas. Las caricias seguían, los roces, los sonidos lejanos y el sabor dulce
a metal. Valeria hizo un esfuerzo en su imaginación y empezó a recordar el
Stansted Express, su llegada al aeropuerto, la compra del billete de avión, el
paso por el control de facturación, la frontera, la zona de embarque. Valeria
recordaba la noticia que le dio Tania, su jefa en El Santander donde trabajaba,
recordaba que su madre había salido del coma cerebral, recordaba esa pinta bajo
la lluvia y su decisión de tomar el tren y volar al país que la vio nacer.
Valeria recordaba casi al milímetro cada momento. Cuando tomo el metro, su
llegada a Notting Hill, el pub; cuando entro en su casa a coger su mochila y
llenarla con cuatro camisetas básicas, cuatro pares de tangas y un par de sujetadores
que a veces ni llevaba, la vida como le habían enseñado no estaba para sujetar
al cuerpo sino para exhibirlo, para disfrutarlo y enseñar sus desniveles sin
falsos pudores. Valeria se mostraba en las redes sociales, vivía al estilo gran
hermano constantemente, sin censuras posibles. Una gran Instagramer, Blogger,
YouTouber. Las redes eran su vida y su vida en las redes. Tan solo unas
camisetas y unos vaqueros, lo demás sobraba. Lo de la ropa interior más que
para adecentar lo usaba por higiene cuando se acordaba sin darle mas importancia.
Sin florituras ni encajes de bolillo, como decía: algodón cien por cien y su
piel, el único envoltorio de su alma y de su permanencia en la vida sin la
cual, tan solo sería una organización de órganos y fluidos con poco sentido.
Valeria aborrecía la hipocresía y esos elogios falsos de quienes para no decir
a alguien que es feo le dicen que es guapo por dentro, que lo importante es el
fondo y no la superficie, que el alma es lo que vale y poco el cuerpo. Hipócritas
de salón de cafetería barata. Sin el cuerpo no hay vida y sin embargo lo bueno
está en el fondo. Que si no fuera porque era guapa en su superficie nadie se
interesaría por ella, o por nadie, tan solo dirían que es lo que importa, eso
de la belleza interior que salvo que se poseyeran una máquina de rayos equis en
los ojos, no sabía bien como podían encontrar tanta belleza florecer en sus
entrañas o en su corazón, víscera de considerable tamaño, lleno de venas,
arterias, sonrosado y mas bien feo en el fondo y hermoso en las formas, esas
que rechazan para darle más valor, aquel que no es suyo sino de otras funciones
de la vida que van más allá de impulsar sangre por el cuerpo, de dar vida a la
propia vida.
Valeria se
hallaba confusa, se perdía en los pensamientos sin poder concentrarse en donde
estaba y porque no se movía.
Recordó que
llegó al aeropuerto y que apenas tuvo tiempo para ir al Starbucks y tomarse un
te porque encontró pasaje en un vuelo inminente de Ryanair a la ciudad que la
vio nacer. Tomo acelerada el te, tiró el vaso a la papelera y embarcó.
Recordaba que al entrar al avión tuvo que pedir permiso para sentarse puesto
que el sitio de acompañante estaba ocupado en el pasillo y ella se sentó en el
de la ventanilla. No sabía si era así la historia, porque no tenía asiento
reservado y hacía calor, como si el aire acondicionado no funcionase y sin
embargo la gente entraba en ese avión amarillo, ese que era como una
continuación del Stansted Express.
Ahora que se estaba
esforzando su mente regresó de nuevo a la casa, cuando entró a recoger su
mochila, meter su ropa; se encontró a April
en el sofá de la entrada en una posición poco adecuada para sus ojos, no
era muy dada a contemplar escenas de sexo, aunque era frecuente que su amiga
tuviese compañías masculinas. Nunca participaba en sus citas ni tampoco había tenido
ocasión de ir más allá de oir los gemidos y placeres sobre actuados en la
habitación contigua. Aquella tarde como April no pensaba que Valeria regresara
a la casa, su acompañante de turno y ella estaba en el salón común de la planta
superior, manteniendo relaciones en ese sofá donde ella se perdía en la
nostalgia de la falta de amor y sin embargo, aquellos que lo único que tenían
era cuerpo, se encontraban practicando amor en su sitio destinado a ello. No le
agradó ver a ese chico de color con sus dotes bien desarrolladas, intentando introducirse en el cuerpo
anaranjado de su amiga, abierta de piernas y con el deseo húmedo de ser
penetrada y sentir esos tres cuartos de kilogramo de carne crecer entre sus
piernas y al menos por instante sentir que su vida está llena de algo que no
sean fantasías. Valeria prefería llenarse de silencio que de compañía y al ver
tal panorama, dio marcha a su tarea de llenar su mochila y sin más que un adiós
despedirse de April que en ese instante de la salida no tenía boca para nada
más que esa especie de zanahoria de marfil que engullía entre sus dientes y su
ansia de perderse en un gemido que mas tarde y como siempre le ocurría se
convertiría, en llantos de soledad.
De nuevo sentía
que sus pensamientos se dispersaban, como le decía su padre; que perseguía las
moscas sin conocer su identidad, sin saber cual y por eso se distraía con
todas. Incluso en esa situación en la que no podía moverse su pensamiento era
disperso y no lograba llegar al motivo del porque no podía moverse. Tal vez
estaba durmiendo pero recordaba cómo se puso el cinturón de seguridad, como el
avión empezó a circular por la pista central de despegue tras las operaciones
de aproximación en la pista. Recordaba al avión tomar carrerilla, esa con la
que cogen velocidad para poder alzarse sin caer, como le ocurría a ella dejando
la vida en la tierra y elevándose por encima de las cejas de las miradas mas
furtivas de la vieja Inglaterra.
Ahora le venía a
su mente como de repente un ruido ensordecedor llegó justo del motor del avión que tenía a su
derecha. Vio desde su ventanilla como una gran explosión, el fuego entre la
hélice y el humo posterior. Recordaba los gritos de personas, los de su
acompañante que sujeto a los brazos de su asiento apenas le dejó moverse para
salir corriendo por el pasillo y si era posible saltar de ese pájaro de acero
envuelto en llamas, como si la velocidad lo encendiera mucho mas, como si el
combustible se encontrara en la caída. Gritos, objeto cayendo de los estantes,
niños envueltos en pánico con la muerte en sus rostros y ella allí sin mas que
su mirada en la ventanilla viendo como el avión caía de forma inversa y
proporcional a su subida y como el suelo se acercaba para darle la bienvenida.
Valeria había dejado su vida en la tierra y no podía volar, no sabía lanzarse
al cielo sin posibilidad de caída y por esa razón convencida y sin temor, en
silencio y sin miedo sujeta a su asiento, no gritaba ni lloraba tan solo veía
por su ventanilla acercarse al suelo y recibir de nuevo la vida que había
dejado sin resguardo de devolución.
Un sonido seco y
la nada, ni oscuro ni claro una especie de color marrón brillante se encontró frente
a su mirada. Ojos abiertos y nada, tan solo luz tenue pero fija, segura, sin
parpadeos, sin más que una invitación a seguirla, a aproximarse a su origen y
sin la mano de nadie. Valeria se encontraba más sola que nunca en ese trayecto
desde ella a la nada de la falta de vida, a ese lugar que se espera llegar pero
en el que no hay ninguna garantía de poderse quedar. Valeria tras la pérdida
del miedo, la decepción familiar, la huida, el regreso; ahora se encontraba
sola ante el espejo de su vida, a su existencia reflejada en una figura
construida por el vaho de sus propias inspiraciones, del calor que huía de su
cuerpo para abandonarle al frío destino de esa luz que le invitaba a seguir, a
dar paso tras paso hasta alcanzar su origen; donde tal vez le esperara su mamá
tras el coma o tal vez la historia de su vida que no iba a vivir; esa que había
imaginado en su cuento de princesas y como Alicia en el país de las Maravillas
tal vez poder hacer de sus sueños una estancia donde terminar las letras con un
fin, una historia de suspense o mejor suspendida por la falta de vida, esa que
Valeria había dejado en el mundo dentro de su mochila.
Sintió como unas
convulsiones, como si el aire quisiera entrar en sus pulmones. Su lengua
humedecer sus labios, sentir un pequeño escozor entre sus piernas junto con una
línea cálida mojada por ese pis que se le escapaba en lugar de sus lágrimas que
no tenía. Valeria había perdido sus lloros y tan solo guardaba lágrimas de
recuero en pañuelos de papel en una papelera que nunca tiraría porque era
simplemente el archivo de su pequeña vida.
Valeria de nuevo
era acariciada pero esta vez de forma más brusca, sentía la fuerza sobre sus
brazos, las voces cercanas a su oído y ese sabor a metálico desapareciendo tras
haber podido guardar su lengua y humedecer los labios. Valeria dejo de ver la
luz, se sobre saltó, en lugar de la luz una cara, un hombre con gorra y que en
Inglés le gritaba una y otra vez que el
Stansted Express había llegado a final de trayecto, que despertara de su
infierno, que estaba en el aeropuerto de Stansted y que debía bajar. Valeria consiguió
moverse a duras penas, puso sus pies en el suelo y como no podía ser de otra
forma cayó. Tenía las articulaciones entumecidas cuando ese hombre con gorra de
nuevo se le acercó al suelo, gritándola si estaba bien y ella respondía si con
la cabeza mientras este y sin saber porque abrió sus ojos y con una pequeña
linterna proyecto su luz sobre los dos.
De nuevo la luz
en su mirada que le invitaba a seguir su camino, ese mismo que había tomado sin
vida.
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