Durante las primeras
horas en ese hotel de Londres, Valeria descanso, apenas salió de la habitación
como si temiera que la descubrieran en esa enorme metrópoli. No dormía, ni tan
siquiera soñaba; se encontraba en un estado de sopor donde los recuerdos se le
agolpaban en las puertas de su consciencia.
Con los ojos
cerrados tumbada en la cama paso la mayor parte de esos días antes de decidirse
a ir a vivir con su amiga April, esa alocada danesa, rubia de ojos casi
transparentes que le había hecho pasar mas de un momento de apuro durante su
estancia en la ciudad que la vio nacer. Valeria no era una chica muy lanzada en
lo relativo a las relaciones con los chicos, mas bien lo contrario. Romántica
por educación y tierna por convicción, Valeria vivía de su mundo e invitaba al
mundo a vivir de su fantasía. De la realidad inventada como le decía su papa a
la realidad impuesta. Ese tramo en el que no supo abrir puentes, en donde la
salida de una no suponía la entrada en otra, sino por el contrario la caída al
rio del destino sin remo donde guiarse.
April era la
típica nórdica que había superado las fronteras de la moralina de la Europa del
Sur. Una chica que vivía los momentos o los reducía a los instantes con su
mirada infantil y su cuerpo de hembra leonina con el que exprimía a los hombres
hasta lo más mínimo de su significante. Una mujer sin sorpresas pero de muchas
ganas de llevarse la vida por delante con su cuerpo bien formado, atlético,
cultivado en los gimnasios de Copenhague, sus pechos firmes y duros junto con
su culo fruto de las series de sentadillas, esculpido de tal forma que parecía
hecho a mano. Una joven atrevida, sexy, erótica; una hembra dispuesta a jugar a
ser la dueña de las pasiones masculinas y muy diferente a Valeria. Ésta una
mujer de poco sexo y mucho amor; como le decía en sus conversaciones con April,
el orgasmo con amor es la imagen de Dios, sin amor no es mas que hambre saciada
con carne, de eso que Valeria no comía y se negaba a introducir en su escueto
pero elegante cuerpo. Valeria estaba hecha del amor de una noche para la
eternidad, esa que por desgracia se había roto como la cadena de una bicicleta
que de repente deja de girar.
Entre visión y
visión, Valeria pensó e incluso se le desprendió alguna sonrisa, que con su
querida April habría mucho sexo en esa casa, aunque ella tan solo sería un
habitante que no molestaría en los avatares de su amiga porque lo menos que le
apetecía en esos momentos era conocer a nadie y menos tener que sobar pieles
babeantes de lujurias con hambre de saciar sus instintos mas carniceros.
Se le pasaron
las horas entre pensamientos y espacios en blanco. Entre ellos el sonido de los
mensajes de su Iphone. Lo miró y lo temido ocurrió, varios mensajes de su padre
que al parecer ya se encontraba fuera de prisión gracias a su declaración y también
de Tania, la amiga de su padre que trabajaba en Londres. Su padre tan solo le
suplicaba que se cuidara y que ahí tenía el teléfono de Tania, que le daría
trabajo, que le ayudaría a buscar casa; que la llamara y que su mama seguía en coma neurológico o
cerebral. Valeria no era persona de hacer sufrir y contesto de forma escueta a
su padre, le dijo un seco estoy bien y llamaré a Tania.
Entre un
pensamiento y otro siempre se intercalaban esas visiones en blanco, de la nada;
ese punto de luz que no lograba alcanzar y las voces, las caricias en sus
brazos y en su cabeza, como si una multitud la quisiera atrapar y ella corría
sin avanzar hacia ese punto de luz, hacia la esperanza de volver atrás, de
recuperar lo no vivido, de sentir de nuevo la vida, de olvidar los últimos
sucesos y continuar con su vida planeada y bien organizada, con su mundo de
color de rosa y los cabellos de princesa como siempre había imaginado y de tal
sueño no podía escapar sin perderse, sin caer en el fango de un rio repleto de
pirañas y de todo tipo de alimañas dispuestas a llevarse lo poco que quedaba de
Valeria.
De esa forma
Valeria iría a vivir en un par de días con April, sería testigo de sus idas y
venidas, de sus parejas y sus trios; de todo eso que le hacían feliz y ella en
su trabajo en el Santander en pleno Soho, pelando hortalizas y cortándolas a la
perfección tal y como le había enseñado su maestra Tania, esa mujer recta,
erguida y disciplinada de un corazón tan grande que no era capaz de mostrarlo
salvo una caricia intencionada en su sonrisa. Valeria ya la conocía y se encontró
protegida bajo los brazos de Tania, ese eslabón perdido de su padre en la metrópoli
donde sus huesos se dejaron caer tras el abismo de la locura de la traición de
su propia existencia.
La luz y los
recuerdos, esa forma en la que tenemos de revivir y como siempre decía las
cosas bonitas deberían poder vivirse al menos dos veces. Ella había vivido una
porque nunca pensó en que perdería esa vida que tenía y de repente se encontró regresando
en ese tren de su vida llamado Stansted Express rumbo al aeropuerto donde dejo
un poco de si misma el primer dia en el que decidió aterrizar en un otoño que
no solo tiró las hojas de los árboles sino su propio ser, ese en el que se
había situado sin saber vivir del aliento ajeno, del carril de las vivencias y
del sabor de las existencias. Valeria como mujer niña que se trataba tal como
si nunca hubieran crecido sus pechos y su cuerpo siguiera siendo templo y no
taberna. Valeria en ese avión en el que regresaba siguió persiguiendo luces que
le circulaban alrededor de su estrecho cuerpo de adolescente crecida.
Valeria no sabía
dónde se encontraba la ida y la vuelta, no era capaz de diferenciar si volvía o
se marchaba, no tenía conciencia de hogar, de lugar de residencia; así mientras
miraba por la ventanilla del avión amarillo, no sabía si era un viaje de ida o
de vuelta, si su casa estaba allí o allá, o tal vez fuera ese aparato o mejor
dicho el tren. Su vida en los últimos meses era el Stansted Express. Ese lugar
en el que el olor a huida le cambio la forma de mirarse las manos, hasta
descubrir que era lo único que tenía, una encima de la otra sobre las orillas
de sus muslos tapados por unos vaqueros que jamás podría dejar de ponerse.
Dentro de sus
lágrimas donde nacía su alma, Valeria se encontraba feliz mientras sentía como
aterrizaba ese avión en el aeropuerto de la ciudad que la vio nacer; su mama había
salido del coma y según le habían dicho estaba fuera de peligro, su golpe no
fue mortal ni nunca quiso que fuese asi, tan solo un acto reflejo de querer quitar
del medio no a ella, sino lo que significaba, el amor, la ternura, la
maternidad; todo eso que había abandonado desde el momento de la traición, ese
en el que dejo de ser una persona excepcional para convertirse en vulgar, una
más; como dicen una cualquiera entre un montón de gente ordinaria.
Si había algo
que superaba a Valeria y su pequeño mundo era lo vulgar. Una chica escasa de
extras pero con mucha clase, eso que algunos le decían una mujer de estilo que
con tan solo básicos lucía mejor que cualquier otra con toda la moda por
bandera. Se encontraba feliz mientras veía como el avión hacía las maniobras de
aproximación a la terminal, esa que ignoraba si era un principio o tal vez otro
final.
El avión amarillo
totalmente parado y todo dispuesto al desembarco, de ella y de toda su vida,
porque ahí junto a su mochila Valeria llevaba lo mas preciado de su existencia,
consigo siempre viajaba un pequeño corazón capaz de acoger a todo aquel que tan
solo quisiera comprender el porqué de su vida, de aquello que le habían hecho
entender entre canciones de amor y caricias en un amanecer.
Valeria como
siempre salió de la terminal dispuesta a coger un taxi con la cabeza arriba y
la mirada al frente. Su dignidad llamaba la atención, cómo podía expresar tanto
un cuerpo y el semblante de un ser tocado especialmente por algún ángel que en
lugar del cielo prefirió quedarse con ella en la tierra de infiernos y locuras.
Valeria era todo carácter, una mujer sin muchos deseos pero digna de ser lo que
era, algo que sin esa dignidad le hubiera sido muy difícil mantener durante sus
escasos años de vida. Valeria era el amor andando por los pasillos de un
aeropuerto, era esa canción que todos hemos querido alguna vez componer.
Si el amor tenía
nombre se llamaba Valeria, si la sensualidad tenía mujer, era Valeria; si la
dulzura tenía color era el de Valeria, si la ternura era una caricia, estaba en
los dedos de Valeria. Saliendo del aeropuerto tomo el taxi en dirección al hospital,
la autovía y el boulevard. Esa era su ruta hacia su origen, hacia la mujer que
en su lecho la había llevado durante su gestación y esa que junto a su padre
eran los fabricantes en exclusiva de Valeria, la mujer que al llamarse amor fue
un amanecer que jamás llegó.
El taxi, la
autovía y el boulevard hasta la puerta del complejo hospitalario en el que
entró conociendo el camino y siguiendo esa luz. Valeria podía llegar con los
ojos cerrados, no porque recordara especialmente ese día en el que entró para
despedirse de ese cuerpo que tan solo respiraba y que se llamaba mama. No era
esa su orientación sino esa luz blanca, esa que le perseguía en todos sus
viajes en el tren, esa que junto con las voces y las manos le atrapaban cada
vez que el Stansted se ponía en marcha en una o en otra dirección.
Las manos la
llevaban en volandas, incluso tuvo que tomar carrerilla de la forma que la
empujaban persiguiendo esa luz y los sonidos de voces cada vez mas conocidas se
acercaban a su cara, era prácticamente parte de sus mejillas. Un pasillo, otro;
un ascensor y un giro y la habitación donde al verla tuvo que cerrar los ojos
porque esa luz ya no giraba, ya no corría delante de ella llegó al lugar donde
los ojos de su madre se encontraban incorporados en una cama de hospital con
cables, monitores y ruidicitos de esos feos que salían en las series de la
Fox. La luz no le dejaba mirar a la cara
de esa rubita tumbada sobre la cama y sonriente como siempre hasta cuando
lloraba. Era la ternura de un ser que le dio su ángel y al otro lado; ese lado ni lo nombró, ese hombre que tumbado
en la cama era la misma imagen del perdón y del fracaso. De esos hombres que por darlo todo se quedan sin nada, porque
no saben administrar sus sentimientos y son fruto de las emociones sin las
barreras arquitectónicas de la inteligencia.
Valeria se
acercó y quedo prendida en el marco de la puerta de la habitación, no podía
entrar, las manos no le dejaban y las voces escupían sus palabras tan cerca que
incluso trataba de alejarse. Las llegó a ver, estaban cerca, no podía moverse.
Valeria se quedó mirando porque ahí estaba toda su vida y sin saber porque, de
nuevo se quedó sin amanecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario