domingo, 25 de junio de 2017

VALERIA Y EL TREN. -CAP. IX- VALERIA Y NADA MÁS



Durante las primeras horas en ese hotel de Londres, Valeria descanso, apenas salió de la habitación como si temiera que la descubrieran en esa enorme metrópoli. No dormía, ni tan siquiera soñaba; se encontraba en un estado de sopor donde los recuerdos se le agolpaban en las puertas de su consciencia.

Con los ojos cerrados tumbada en la cama paso la mayor parte de esos días antes de decidirse a ir a vivir con su amiga April, esa alocada danesa, rubia de ojos casi transparentes que le había hecho pasar mas de un momento de apuro durante su estancia en la ciudad que la vio nacer. Valeria no era una chica muy lanzada en lo relativo a las relaciones con los chicos, mas bien lo contrario. Romántica por educación y tierna por convicción, Valeria vivía de su mundo e invitaba al mundo a vivir de su fantasía. De la realidad inventada como le decía su papa a la realidad impuesta. Ese tramo en el que no supo abrir puentes, en donde la salida de una no suponía la entrada en otra, sino por el contrario la caída al rio del destino sin remo donde guiarse.

April era la típica nórdica que había superado las fronteras de la moralina de la Europa del Sur. Una chica que vivía los momentos o los reducía a los instantes con su mirada infantil y su cuerpo de hembra leonina con el que exprimía a los hombres hasta lo más mínimo de su significante. Una mujer sin sorpresas pero de muchas ganas de llevarse la vida por delante con su cuerpo bien formado, atlético, cultivado en los gimnasios de Copenhague, sus pechos firmes y duros junto con su culo fruto de las series de sentadillas, esculpido de tal forma que parecía hecho a mano. Una joven atrevida, sexy, erótica; una hembra dispuesta a jugar a ser la dueña de las pasiones masculinas y muy diferente a Valeria. Ésta una mujer de poco sexo y mucho amor; como le decía en sus conversaciones con April, el orgasmo con amor es la imagen de Dios, sin amor no es mas que hambre saciada con carne, de eso que Valeria no comía y se negaba a introducir en su escueto pero elegante cuerpo. Valeria estaba hecha del amor de una noche para la eternidad, esa que por desgracia se había roto como la cadena de una bicicleta que de repente deja de girar.

Entre visión y visión, Valeria pensó e incluso se le desprendió alguna sonrisa, que con su querida April habría mucho sexo en esa casa, aunque ella tan solo sería un habitante que no molestaría en los avatares de su amiga porque lo menos que le apetecía en esos momentos era conocer a nadie y menos tener que sobar pieles babeantes de lujurias con hambre de saciar sus instintos mas carniceros.

Se le pasaron las horas entre pensamientos y espacios en blanco. Entre ellos el sonido de los mensajes de su Iphone. Lo miró y lo temido ocurrió, varios mensajes de su padre que al parecer ya se encontraba fuera de prisión gracias a su declaración y también de Tania, la amiga de su padre que trabajaba en Londres. Su padre tan solo le suplicaba que se cuidara y que ahí tenía el teléfono de Tania, que le daría trabajo, que le ayudaría a buscar casa; que la llamara  y que su mama seguía en coma neurológico o cerebral. Valeria no era persona de hacer sufrir y contesto de forma escueta a su padre, le dijo un seco estoy bien y llamaré a Tania.

Entre un pensamiento y otro siempre se intercalaban esas visiones en blanco, de la nada; ese punto de luz que no lograba alcanzar y las voces, las caricias en sus brazos y en su cabeza, como si una multitud la quisiera atrapar y ella corría sin avanzar hacia ese punto de luz, hacia la esperanza de volver atrás, de recuperar lo no vivido, de sentir de nuevo la vida, de olvidar los últimos sucesos y continuar con su vida planeada y bien organizada, con su mundo de color de rosa y los cabellos de princesa como siempre había imaginado y de tal sueño no podía escapar sin perderse, sin caer en el fango de un rio repleto de pirañas y de todo tipo de alimañas dispuestas a llevarse lo poco que quedaba de Valeria.

De esa forma Valeria iría a vivir en un par de días con April, sería testigo de sus idas y venidas, de sus parejas y sus trios; de todo eso que le hacían feliz y ella en su trabajo en el Santander en pleno Soho, pelando hortalizas y cortándolas a la perfección tal y como le había enseñado su maestra Tania, esa mujer recta, erguida y disciplinada de un corazón tan grande que no era capaz de mostrarlo salvo una caricia intencionada en su sonrisa. Valeria ya la conocía y se encontró protegida bajo los brazos de Tania, ese eslabón perdido de su padre en la metrópoli donde sus huesos se dejaron caer tras el abismo de la locura de la traición de su propia existencia.

La luz y los recuerdos, esa forma en la que tenemos de revivir y como siempre decía las cosas bonitas deberían poder vivirse al menos dos veces. Ella había vivido una porque nunca pensó en que perdería esa vida que tenía y de repente se encontró regresando en ese tren de su vida llamado Stansted Express rumbo al aeropuerto donde dejo un poco de si misma el primer dia en el que decidió aterrizar en un otoño que no solo tiró las hojas de los árboles sino su propio ser, ese en el que se había situado sin saber vivir del aliento ajeno, del carril de las vivencias y del sabor de las existencias. Valeria como mujer niña que se trataba tal como si nunca hubieran crecido sus pechos y su cuerpo siguiera siendo templo y no taberna. Valeria en ese avión en el que regresaba siguió persiguiendo luces que le circulaban alrededor de su estrecho cuerpo de adolescente crecida.

Valeria no sabía dónde se encontraba la ida y la vuelta, no era capaz de diferenciar si volvía o se marchaba, no tenía conciencia de hogar, de lugar de residencia; así mientras miraba por la ventanilla del avión amarillo, no sabía si era un viaje de ida o de vuelta, si su casa estaba allí o allá, o tal vez fuera ese aparato o mejor dicho el tren. Su vida en los últimos meses era el Stansted Express. Ese lugar en el que el olor a huida le cambio la forma de mirarse las manos, hasta descubrir que era lo único que tenía, una encima de la otra sobre las orillas de sus muslos tapados por unos vaqueros que jamás podría dejar de ponerse.

Dentro de sus lágrimas donde nacía su alma, Valeria se encontraba feliz mientras sentía como aterrizaba ese avión en el aeropuerto de la ciudad que la vio nacer; su mama había salido del coma y según le habían dicho estaba fuera de peligro, su golpe no fue mortal ni nunca quiso que fuese asi, tan solo un acto reflejo de querer quitar del medio no a ella, sino lo que significaba, el amor, la ternura, la maternidad; todo eso que había abandonado desde el momento de la traición, ese en el que dejo de ser una persona excepcional para convertirse en vulgar, una más; como dicen una cualquiera entre un montón de gente ordinaria.

Si había algo que superaba a Valeria y su pequeño mundo era lo vulgar. Una chica escasa de extras pero con mucha clase, eso que algunos le decían una mujer de estilo que con tan solo básicos lucía mejor que cualquier otra con toda la moda por bandera. Se encontraba feliz mientras veía como el avión hacía las maniobras de aproximación a la terminal, esa que ignoraba si era un principio o tal vez otro final.

El avión amarillo totalmente parado y todo dispuesto al desembarco, de ella y de toda su vida, porque ahí junto a su mochila Valeria llevaba lo mas preciado de su existencia, consigo siempre viajaba un pequeño corazón capaz de acoger a todo aquel que tan solo quisiera comprender el porqué de su vida, de aquello que le habían hecho entender entre canciones de amor y caricias en un amanecer.

Valeria como siempre salió de la terminal dispuesta a coger un taxi con la cabeza arriba y la mirada al frente. Su dignidad llamaba la atención, cómo podía expresar tanto un cuerpo y el semblante de un ser tocado especialmente por algún ángel que en lugar del cielo prefirió quedarse con ella en la tierra de infiernos y locuras. Valeria era todo carácter, una mujer sin muchos deseos pero digna de ser lo que era, algo que sin esa dignidad le hubiera sido muy difícil mantener durante sus escasos años de vida. Valeria era el amor andando por los pasillos de un aeropuerto, era esa canción que todos hemos querido alguna vez componer.

Si el amor tenía nombre se llamaba Valeria, si la sensualidad tenía mujer, era Valeria; si la dulzura tenía color era el de Valeria, si la ternura era una caricia, estaba en los dedos de Valeria. Saliendo del aeropuerto tomo el taxi en dirección al hospital, la autovía y el boulevard. Esa era su ruta hacia su origen, hacia la mujer que en su lecho la había llevado durante su gestación y esa que junto a su padre eran los fabricantes en exclusiva de Valeria, la mujer que al llamarse amor fue un amanecer que jamás llegó.

El taxi, la autovía y el boulevard hasta la puerta del complejo hospitalario en el que entró conociendo el camino y siguiendo esa luz. Valeria podía llegar con los ojos cerrados, no porque recordara especialmente ese día en el que entró para despedirse de ese cuerpo que tan solo respiraba y que se llamaba mama. No era esa su orientación sino esa luz blanca, esa que le perseguía en todos sus viajes en el tren, esa que junto con las voces y las manos le atrapaban cada vez que el Stansted se ponía en marcha en una o en otra dirección.

Las manos la llevaban en volandas, incluso tuvo que tomar carrerilla de la forma que la empujaban persiguiendo esa luz y los sonidos de voces cada vez mas conocidas se acercaban a su cara, era prácticamente parte de sus mejillas. Un pasillo, otro; un ascensor y un giro y la habitación donde al verla tuvo que cerrar los ojos porque esa luz ya no giraba, ya no corría delante de ella llegó al lugar donde los ojos de su madre se encontraban incorporados en una cama de hospital con cables, monitores y ruidicitos de esos feos que salían en las series de la Fox.  La luz no le dejaba mirar a la cara de esa rubita tumbada sobre la cama y sonriente como siempre hasta cuando lloraba. Era la ternura de un ser que le dio su ángel y al otro lado;  ese lado ni lo nombró, ese hombre que tumbado en la cama era la misma imagen del perdón y del fracaso. De esos hombres  que por darlo todo se quedan sin nada, porque no saben administrar sus sentimientos y son fruto de las emociones sin las barreras arquitectónicas de la inteligencia.

Valeria se acercó y quedo prendida en el marco de la puerta de la habitación, no podía entrar, las manos no le dejaban y las voces escupían sus palabras tan cerca que incluso trataba de alejarse. Las llegó a ver, estaban cerca, no podía moverse. Valeria se quedó mirando porque ahí estaba toda su vida y sin saber porque, de nuevo se quedó sin amanecer.








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