sábado, 22 de agosto de 2015

DONDE NOS ESPERAN


Algunos dicen, que siempre acabamos llegando a donde nos esperan.

Desde luego esa imagen de los brazos abiertos, la de esa mano que te llama, la que te invita a la recepción de tu mano; esa imagen no es más que una llamada para que llegues y otras veces, para que vuelvas.

La espera es un sentimiento al  borde entre el amor y la necesidad. Te buscan para darte ese amor, y te esperan; o tal vez necesiten de tu amor. En la vida como en las novelas rosas siempre está quien da y quien recibe; el que espera y el esperado.

Toda acción tiene su reacción, como esas risas que nacen de otras risas. Tus actos, tus lágrimas acompañadas de suspiros buscan el consuelo, una mano amiga, un beso; o tal vez el aliento perdido tras ese amanecer inesperado, ese que llegó sin ser esperado.

Siempre acabamos llegando a donde nos esperan. Es un acto natural, como la vuelta al nido de las golondrinas tras el invierno, o las cigüeñas para anidar. Somos parte de un rebaño de vidas, de esperas deseadas y de desencantos añorados por el dolor del silencio.

Volvemos donde nos esperan, porque con mayor o menor deseo, la jungla de la vida nos empuja a una vuelta predeterminada. Una acción marcada en los genes de cada sueño, desde que la noche se despertó con el deseo de crear vidas, de suspirar esencias de talco y azahar; de suplicar la espera de otra noche, de la vuelta a las sábanas blancas, al rocío de unos pechos prendidos por el ocaso del deseo.


Volvemos donde nos esperan, porque unos brazos valen más que mil corazones prometidos y una bienvenida es una nueva vida. La esperanza de empezar de nuevo, de hacer el camino entre las piedras; la necesidad humana de vivir las esencias, de tener un labio sobre otro labio, sin despegarse por la espera o por la bienvenida; porque unos labios y unos brazos, son el suspiro de nuestra existencia.


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