Lo recuero muy
bien porque ocurrió apenas hace unas tardes, de esas en las que tan solo nos quedamos tu y yo.
Sonriente como
una niña sin mas fin que entregar su sabiduría en sus manos, sus dedos; su
maestría en una piel escasa de sentimientos. Sin más que la caricia del ser
humano perdida en las curvas de una vida llena de charcos.
Y sonó esa música
que junto con las velas atrajeron tus sombras hacia mí, despacio; sin más
pretensión que el contacto; el tacto de una piel bajo las yemas de unos dedos
con la barrera del aceite caliente, que suaviza los sentimientos teñidos de
terciopelo viejo. Y así en simbiosis perfecta nació la atracción, sin corazón
pero con alma; con satisfacción pero sin deseo. Tan solo el tacto sin
palpitaciones, los círculos concéntricos sin limitaciones y el tiempo del
atardecer sumido de la tristeza a la esperanza, de esa fina capa que separa el llanto
del suspiro.
La sutil luz del
Otoño en cada mirada reflejada en la sombra de las velas, movidas por la
perfecta sintonía de tu cuerpo al alcanzar al mío y dejarlo caer sin sentido.
Como sin fuerza, tan solo con la vida suficiente para recibir al tuyo en una
fina distancia de apenas unos centímetros pero sin llegarme, sin apenas rozarme
más que con tus manos y tu mirada ajena, perdida en cada instante para
satisfacer la necesidad de amor, de sentimiento perdido en cada esquina de una
vida repleta de fantasía, como la tuya en la mía cuando tan solo somos un tu y
yo en la distancia más corta pero en la proximidad más divina que hace que la
piel se cruce con otra piel.
Así tu y yo,
desconocidos en todo pero sabios en nada. Tu y yo y la música, las velas, el
viento de los suspiros y la suave brisa de tus caricias surgió este amor más
Platónico que humano, dibujando siempre sueños a contrapiel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario