No hay palabras,
ni tan siquiera motivos para el desfallecimiento; para la locura vital en el
que se convirtió el cuerpo. Letras juntadas, armonía de seducción junto con imágenes
que tan solo pertenecen a lo privado, a la intimidad compartida en un aluvión
de sensaciones que nunca se pudieron imaginar.
Sentir el roce
de la piel en los tejidos, esas caricias del algodón robusto o de la suavidad
tenue de la seda. Gemir con cada girón de piel, con cada letra, con cada
imagen; en cada suspiro conteniendo la respiración. Todos los fluidos quedaron
al margen de la ley, de las normas; de lo humano y de lo divino.
La madrugada fue
el escenario donde ebullición tras ebullición, fue cuajando la pasión más
infinita, la que alarga los brazos estrechando el mundo, la que acerca los
labios, la carne; los besos con mordidas infinitas, en esa sed de sangre
difícil de contener tras la sonrisa llamando a unir los cuerpos.
Sudor,
embriaguez de calima, de insensatez; recorridos sin manos bajo las curvas más
cerradas, navegando entre las sábanas tras el buceó a pulmón de las almohadas.
Colapso de
sensaciones que deja los cuerpos rendidos a disposición del otro. Como náufragos perdidos a la orilla de la
playa, extenuados, febriles; bajo el eterno cielo protector como un sol
incandescente donde el corazón no rinde lo suficiente para repartir la sangre
hirviente entre los órganos perplejos por el poder de las letras jugando a ser
palabras, de las insinuaciones a ser deseo; de las caricias creadas como
auténticas fuentes de lujuria y abismos de amor sin techo ni limites humanos.
La red de
emociones no tiene reglas ni límites, es como si el mundo girara con tan solo
el poder de atracción de la Luna y el mandato de amaneceres ciegos de atardeceres,
sin principios ni finales.
Tan solo una
mención y surge la magia sin trucos, el coqueteo y la palabra fruto de esas letras,
mezcladas con la imaginación motor del amor ciego.
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