Dos caminos se abrían
ante sus ojos, como aquel día en el Hospital del Mar en el Port Olimpic, dos
opciones; dormir, olvidarse de todo, ignorar la vida, o tomar un tren. En esas
fechas la vida de Valeria siempre estaba condicionada a un tren, ahora lo era
el Stansted Express en aquella habitación de hospital uno que le llevaría por
el camino del mar, con la luz de levante a la ciudad que la vio nacer a través
de caminos de hierro, de esos en los que sin saber porque, tienen un destino
marcado de antemano.
Valeria se
levantó del pub y ando bajo la lluvia londinense, no le importaba, nunca
entendió ese miedo al agua, a ese líquido que adoraba, ya fuese el mar o la
lluvia. Ese que su falta casi le arrebató la vida por las calles de Barcelona.
No podía decidir, si subir a su habitación para dormir o coger cuatro cosas y
volver de nuevo al Stansted Expres y tomar un vuelo tras conocer la noticia de
que su madre había salido del coma. En su cabeza rondaban todo tipo de pensamientos,
de dudas, de matices; esos que te hacen desesperar, porque a pesar de no sentir
entusiasmo por ver a su madre no dejaba de ser su amiga, su eterna admiradora,
su referencia femenina en su vida. Valeria era mujer de pocas amistades, de exclusivas
y excluyentes relaciones, su madre no solo era su creadora, también su
conciencia y confidente de secretos y decepciones. Pero ahora la decepcionada
era ella y la causante su madre, esa de la que tanto dependía emocionalmente y
que su traición, la había dejado sin referentes, sin saber que era el bien y el
mal y un torbellino de dudas que era incapaz de digerir.
Valeria se puso
a dar vueltas sin sentido por las calles de Notting Hill, Portobello, subía y
bajaba, giraba; incluso se acercaba por
momentos a Hyde Park. Sin rumbo, como una orquesta sin dirección, Valeria
deambulaba sin sentido, con dos opciones: su casa y dormir o coger ese tren y
al aeropuerto para poder abrazar a su madre, mirarla a los ojos y decir que lo sentía
con medias palabras porque su herida aún era sangrante y no la había perdonado.
Jamás lo haría y como dicen no sería feliz sin perdón. Hay personas que dicen
eso de que perdonan pero no olvidan, queriendo decir que si bien no quieren el
mal, tampoco tendrán su bien. Su padre la había ensañado, que para poder respirar hay que perdonar y
olvidar, porque para ser perdonados había que perdonar. Una y otra vez giraban
esas palabras en la cabeza de Valeria sin saber que hacer, sin sentir nada más
que la lluvia sobre sus rubios cabellos. Valeria tenía una belleza natural, que
al recibir la lluvia la acercaban mas a un paraíso natural, a esos que en la
edad del internet se llama un mundo sin filtros. Valeria era una mujer sin
filtros, sin tapujos, sin medias verdades. Valeria era una fuente de agua
natural donde no cabían añadidos ni aditivos.
Recordó aquel
día en la cama del Hospital del Mar cuando despertó de su vacío, del llanto de
la nada, de la carencia de los sentidos. Aquel día en el que también se planteó
la necesaria decisión de volver a la ciudad que la vio nacer y aclarar lo
sucedido con su madre, con su maldita sangre, con sus sentimientos podridos
teñidos por la traición. El ingrato sabor amargo de lo inesperado, del amor
ocre; ese que llena de ácido las entrañas más nauseabundas del abandono.
Valeira y sus trenes: por el mar o al aeropuerto. Las mismas dudas. Allí
tendida en la cama con la mirada fija en el Puerto; los barcos, las cafeterías
y ella sin saber que hacer por fin se atrevió a buscar en su bolso su teléfono
apagado desde su salida aquella noche de otoño maldita donde Septiembre se
vistió de infierno.
Le temblaban las
manos, le habían dicho que estaría hospitalizada un día más, hasta que consiguieran
hidratarla bien, por ello de su brazo izquierdo colgaba el tubo del gotero que
le estaba proporcionando la hidratación necesaria para seguir su camino, un
parche nada más, como esos que cubren las carreteras y que a veces te orientan
sobre que carril tomar, no como ocurre con las vías del tren; caminos de hierro
que se construyen antes de viajar, es como si fijaran ruta sin posibilidad de elección, sin poder cambiar
de rumbo o tal vez, echarse atrás. El tren te lleva al destino sin opción, sin
dar al viajero la capacidad de elección una vez marcado el destino. El tren no
te permite cambiar de opinión, tan solo decides antes de iniciar la ruta, luego
tan solo queda llegar. Para Valeria todas sus rutas eran de hierro y debía
decidir. Aquel día en la cama de hospital, encendió el teléfono con indecisión,
sin querer mirar la cantidad de llamadas y mensajes que tendría. No habría de
su padre, estaba en la cárcel, se lo había dicho la mujer policía, tal vez
pensaban que había intentado matar a su madre cuando había sido ella la que le
empujó, sin querer matarla, tan solo hacerle daño; hacerle sentir algo de ese
dolor que sentía, que supiera la herida que le había causado a su hija, esa que
decía que era su vida, el amor de su existencia y a las primeras de cambio
había abandonado por querer sentir otras experiencias, porque su cuerpo supiera
lo que era el cuerpo de un hombre que no era el de su padre. Manchar su vida
con la semilla envenenada del deseo podrido, de ese que lo único que hace es
contaminar y calmar la sed con tristeza. Valeria miraba el teléfono, se estaba
conectando y de repente, un pitido, otro y otro. Decenas de mensajes y de
llamadas perdidas; tanto como lo estaba ella tumbada sobre las sábanas blancas
de ese hospital con vistas al mar.
Entre las
llamadas y mensajes destacaba la de las de Elizabeth o Isabel de antes, porque
Valeria en sus pensamientos se había empeñado hacerlo en Ingles para mantenerse
mas al margen de su anterior vida, de ese mundo al que jamás quería volver.
Elisabeth como la llamaba por las calles de Notting Hill, era la socia de su padre
cuya insistencia era conocida cuando no se le contestaba a una llamada. Habrían
mas de cincuenta llamadas de ésta y multitud de mensajes. Todos eran
insistiendo en que regresara, que dijera donde estaba, que su padre estaba en
la cárcel acusado de tentativa de homicidio dentro de un proceso de violencia
contra la mujer, que su padre estaba siendo acusado de machista, de ser el malo
de esa historia cuando tan solo existía la causante y la autora; su madre y
ella. Su padre era la víctima y ella estaba consintiendo que fuese mal tratado
en los medios de comunicación donde había saltado la noticia en grandes
titulares causando estupor en el gremio de la justicia. Mensajes que incluso le
informaban del Juzgado que trataba el tema, el procedimiento; esas diligencias
que le acusaban; como si Elizabeth le invitara o mas bien le retara a que sin
necesidad de hablar con nadie sino quería, compareciera y contara la verdad,
que terminara con ese calvario de daño, que pusiera fil al mal que se había
apoderado de su horizonte aquella noche del mes de Septiembre, en el que su
mundo se subió a un tren sin salida.
Miró el teléfono
con lágrimas en los ojos, jadeando mientras pasaba de uno a otro mensaje, donde
el denominador común era el mismo; el regreso, la confesión, poner fin a esa
prisión de su papa, que si bien no era su peor castigo tampoco lo mejoraba.
Imaginaba al pobre libre entre las verjas de la prisión, pero preso en su
tristeza, en el desamor; en la pérdida de esa mujer por la que había apostado
su vida, por la que le mereció vivir cada dia sin dudas, sin ningún tipo de
barreras. Era él para ella en cada amanecer hasta el anochecer. No conocía a nadie que amara tanto y de forma
tan desinteresada como ese hombre a esa mujer, no podría resistirlo, no viviría
muy lejos de esa cárcel de la penuria, de la pérdida de su amor. Su padre no
estaba preparado para vivir sin su madre, sin su mano, sin sus caricias; sin la
ternura del beso de cada día antes de salir a trabajar. Su padre no sería una
persona, tal vez una sombra sin marcas, difusa entre la vida y la muerte.
Valeria era un
cántaro de lágrimas, como la lluvia de ese otro día, el de Londres paseando por
sus calles sin querer subir a casa donde la decisión estaría tomada.
Andando entre
charcos se sobrecogió cuando recordó ese impulso que de repente le llevo a
arrancarse el gotero del brazo, a ver como un chorro de sangre salto en el
lugar donde antes se cubría por esa aguja que regaba la sequedad de su vida.
Sin pensarlo se quitó el pijama quedando desnuda en la habitación a la vista de
la compañera de cuarto y su acompañante, se puso sus vaqueros, su camiseta, las
Adidas; tomo la mochila ante los ojos estupefactos de éstos y salió por la
puerta de la habitación del hospital sin mirar atrás, con lo puesto, su vida
sin sombrero, pero sobre los rieles de un tren que le llevaría a la ciudad que
la vio nacer.
Después de unas
tres horas sobre ese camino de hierro del que no pudo salir desde que lo tomo
en la Estación de Sants, llegó al punto de partida, eran aproximadamente la una
de la tarde, todavía le quedaba tiempo para ir al juzgado. Tomo un taxi en la
puerta y le indico que la llevará a éstos. Sin decírselo a nadie, con los datos
que le había proporcionado Elizabeth no tuvo ni que preguntar pues era un
edificio que conocía bien por las veces que había acompañado a su padre que
disfrutaba llevándola a juicios y ponerse todo interesante cuando le daban la
palabra delante de su trozo de vida que era Valeria, esa misma muchacha que
tomando aire, con dignidad, fortaleza y valentía se acercó al mostrador del
Juzgado y dijo: -ya estoy aquí, soy Valeria, la hija de ese gran hombre que
tienen en la cárcel, vengo a contar la verdad, el porqué mi mama está en coma,
vengo a declarar que yo soy la culpable, que yo empuje a mi madre porque quería
matarla sin querer verla muerta. Que yo Valeria soy la única responsable de su
coma, de que su vida penda de un hilo. Yo soy Valeria, la que tiene que ir a
prisión y vengo hoy aquí a salvar a mi padre que injustamente ha sido tratado.
Un padre que jamás se atrevería a poner la mano encima de su madre, de ninguna
mujer; ese hombre que sería capaz de perdonar su propia muerte a la mujer que
ama, un hombre que ya ha perdonado lo que ella jamás haría. Vengo a declarar
que mi vida se ha roto, que el mundo es un lugar donde no quiero vivir, que no
estoy dispuesta a consentir esta injusticia y que si es preciso yo misma lo
sacaré- Momentos en los que Valeria ni articulaba palabra, tan solo gritaba
ante los funcionarios que atónitos la miraban gritar, encanarse en la
injusticia y morir de dolor sobre esas dos piernas tan débiles que apenas la
sostenían en pie.
Del fondo, tras
el mostrador apareció una mujer, la hizo callar en varias ocasiones bajo la
excusa de ser la juez como si eso fuese a parar a Valeria, como si le importará
una mierda como ella decía en esa época de malas palabras, como si a la juez se
la quisiera follar un caballo. Le daba lo mismo el cargo de aquella señora,
ella esta allí para rescatar a su padre, a salvarlo de la vida de los hombres
aunque condenado por el amor, por ese dolor que no se cura con aspirinas, tan
solo con las lágrimas y los suspiros por los besos perdidos en el aire de la
tristeza.
Esa señora le
invitó a entrar y ordenó a un funcionario a que le tomara declaración. Lo hizo
durante prácticamente dos horas, tras la cual su señoría con palabras que ella
bien conocía como buena estudiante de Derecho, le informó que en esa misma
tarde su padre quedaría en libertad sin fianza con obligación de firmar cada
quince días en el juzgado. Que ella quedaba en idéntica situación sin necesidad
de comparecencias. Tras lo cual, firmó la declaración y sin mas comentario
salió, se colgó su mochila y tomó un taxi en la puerta de los juzgados, no para
ir a esperar a su padre, ni para coger un tren a Barcelona; sino rumbo al
aeropuerto.
Cada vez llovía más
en Londres y Valeria entró en su casa, subió a su cuarto, tan solo se oía a
April gemir con su novio, puso cara de desprecio, ella no hacía el amor,
maltrataba ese sentimiento como lo había hecho su madre. Sería eso que la gente
llamaba follar, lo de tener relación sin amor. Le dio tanto asco, que en lugar
de dormir, cargó su mochila y Valeria de nuevo empujada por las emociones salió
de la casa sin decírselo a nadie, tomo el metro y en Tottemhan un tren; en esta
ocasión el Stansted Express, pero rumbo también a un aeropuerto donde un avión
la llevaría de nuevo a la ciudad que la vio nacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario