Como cada día
desde hacía ya unos cuantos meses, Valeria desahogaba sus penas entre
hortalizas, pescados y poco mas que le dejaban para trabajar en “El Santander”.
Era tratada como una auténtica privilegiada entre los fogones del premiado
Nacho del Lago. Cocinero español que había hecho su fortuna y labrado su
prestigio de entre los paladares de los habitantes y visitantes de esa inmensa
ciudad llamada Londres. Valeria no trataba con nadie, tan solo cortaba, picaba,
limpiaba, fregaba desde primera hora de la tarde hasta la llegada de la noche.
Cada día era igual al otro; entraba, se dirigía al vestuario, se ponía su
uniforme y tomaba los instrumentos de la cocina. Sin palabras, sin gestos, sin
abrazos ni saludos; sin nada más que ella y la vida, sus circunstancias donde
solo le quedaban penas y los recuerdos de las alegrías.
Tania la
encargada de sala y jefa de personal, la mimaba; era la mismísima mano de su
padre. Tanía era una mujer joven pero con una gran formación profesional. Las cocinas y comedores eran lo suyo. Persona
recta pero envestida con una gran sonrisa. Amable con los clientes, de buen
trato con los empleados, pero también disciplinada, recta y rigurosa en su
trabajo. Con Valeria todo era una excepción, Nacho el chef lo sabía y no hacia
objeción alguna dado el gran valor que aportaba Tania a su negocio y en cuanto
a los empleados, tanto de cocina como de sala, ninguno tampoco lo hacía. Todos
sabían de la relación de Tania con la familia de Valeria y nunca se atreverían
a hacer la más mínima protesta. Lo mas seguro es que si lo hicieran sus carnes
terminarían en las colas desagradecidas del desempleo británico. Todos lo
aceptaban y tampoco les era una molestia contar con una bonita chica en la
cocina a la que parecía que la vida había abandonado, que le habían robado el
amor, la alegría y hasta las mismísimas ganar de respirar. Valeria de ser una
chica feliz, cariñosa y risueña había pasado a ser todo lo contrario: callada,
seria, arisca y con una mirada puesta exclusivamente en sus pensamientos, o tal
vez mejor dicho en su pesadilla.
Tras llegar a la
estación más próxima al Soho donde se hallaba “El Santander”, Valeria salió de
entre las tripas de la ciudad con su carita blanca enrojecida, sus ojos
brillantes e irritados. Esas lágrimas en el metro la habían trastornado tanto
que difícilmente podría llegar al restaurante en ese estado. Valeria se paró en
mitad de la calle y respiro bajo la lluvia, mojando su suave pelo y dejando
caer el agua por su cara. No se encontraba con fuerzas para entrar a trabajar y
como aún le faltaba unos tres cuartos de hora para empezar, decidió entrar en
una tetaría típica de la zona e intentar relajarse un poco tomando un té.
Así lo hizo, se
pidió el típico té negro inglés y unas pastas, le dolía el estómago; no había
tomado nada desde por la mañana en el aeropuerto de la ciudad donde nación
Valeria. Se encontraba desconcertada y con mal cuerpo. A Valeria no le
importaba que su cuerpo se hallara mal cuando su alma era un infierno de
heridas sangrantes y su corazón solo latía para llevar su poca sangre al resto
de su cuerpo. Sentada ante el vapor de ese té y mirando por el cristal a la
calle; Valeria de nuevo empezó a llorar y a recordar su pesadilla. Aquel fatídico
día de Septiembre acababa de empezar su segundo curso de la diplomatura en
Derecho. Valeria estaba feliz con sus estudios, sus amistades y la complicidad
de sus padres que la amaban por encima de lo infinito. Valeria miraba su taza
de té y solo podía ver los ojos de su mamá, parecía como si tan solo pudiera
crear una imagen, como si no existiera mas forma humana que la de su madre.
Pero Valeria no recordaba a su madre en los momentos de felicidad, Valeria solo
era capaz de visualizar esa cara tendida en el frio suelo de su casa, junto al
primer escalón que subía a los dormitorios. Allí tumbada, con la mirada fija en
la pared y la sangre a su alrededor. No podía ver más allá y de nuevo las
lágrimas brotaban lejos de sus ojos; las lágrimas emanaban de lo más profundo
de sus entrañas.
Aquel día cuando
ya eran más de la nueve de la noche, Valeria regresaba a casa hambrienta con
ganas de cenar y también de besar a sus papis que la esperaban cada noche fuese
la hora que fuese a la que llegara. Cuando abrió la puerta de su casa sintió un
ambiente enrarecido, no sonaba el televisor como siempre, tan solo se
encontraban las luces del techo encendidas, ninguna más. No había ruido, no la
llamaron como siempre; nadie salió a darle dos besos. El comedor parecía el
escenario de un crimen donde los únicos actores eran dos seres desconsolados,
perdidos en la alfombra de la tristeza, la decepción y la traición. Valeria era
de sentimientos simples, básicos pero nobles; al igual que vestía era. Valeria
era y es una camiseta blanca sin dibujos, sin colores; sin más significado que
tela para cubrir su cuerpo. De esos básicos sentimientos surgían las más nobles
emociones, sus alegrías; pero también sus tristezas.
Su padre se
encontraba sentado en el suelo apoyando su cabeza en uno de los sofás naranjas
y su madre sentada en una silla con la
mirada perdida en el oscuro balcón de esa maldita noche. La escena no podía ser
mas desoladora y ella sin tener conocimiento de nada de lo que pasaba no se
atrevió a articular palabra. Valeria cerro lentamente la puerta de la calle,
dejo su bolso sobre una silla, movió lentamente sus piernas y solo pudo
observar un objeto negro en el suelo. Era un pen drive y sin mas importancia se
agacho y lo cogió para dejarlo sobre la mesa. Valeria no decía nada y solo oía
los lloros de su padre y las lágrimas silenciosas de su mamá. En el momento que
dejo ese objeto en la mesa, su padre se levantó ciego de ira y gritando le dijo que lo viera,
que descubriera las fotos que había visto por casualidad. Valeria no sabía de
que le hablaba pero tampoco se atrevió a decirle nada, ni tan siquiera
abrazarlo y tratar de tranquilizarlo.
Valeria no tenía
idea de lo que podía contener ese pen drive pero no le dio importancia. Su
padre acercó su portátil y le insistió a que lo viera. Valeria no quería, no se
sentía con fuerzas para ver algo que al parecer era la causa de ese desastre
que estaba sucediendo, para enterarse del motivo por el que las dos personas
que más quería en el mundo se encontraban cada una en una esquina del comedor
sin poder mirarse y con la cara llena de lágrimas. En ese momento su madre se
levantó y le quito el dispositivo de las manos, se acercó a ella y la abrazó
sin mas palabras que el perdón. Su mamá le pedía perdón entre sollozos y
suplicas. Valeria ante tan situación, ante la confusión solo pudo levantar la
voz y gritando suplicar que alguien le explicará lo que estaba pasando, que le
dijeran que hechos tan terroríficos contenía ese objeto como para que sus papas
se encontraran al borde del abismo.
Su madre no
pedía más que perdón sin dar explicaciones, sin informarle de nada. Fue ese
momento en el que su padre la cogió de la mano y le dijo mirándola con unos
ojos bañados en sangre: -aquí están las fotos de tu madre con su amante en ese
viaje a Ibiza que hizo para visitar a una amiga, aquí está tu madre con otro
hombre que no es tu padre. Aquí está tu madre que no solo nos ha traicionado,
sino que guarda esa traición de recuero-. Valeria echo a temblar, eran cosas
que no le cabían en la cabeza, era una historia que no podía entender, era algo
imposible, no podía ser; tenía que ser mentira. Hacía unas semanas que su madre
había visitado a una amiga en Ibiza que se encontraba mal, eso es lo que dijo;
es más eso es lo que a ella le
contó cada día que estuvo en la Isla. Su
madre le había mentido y no lo negaba, es más su madre lloraba y pedía perdón,
pero no decía que fuese mentira como ella esperaba, su madre tan solo pedía
perdón.
Valeria quedo en
shock, no podía mirar a ninguno de los dos, ella se sentía traicionada. No
pensaba ni en la traición de su madre a su padre ni del hecho en sí; tan solo
podía pensar en esas mentiras, los engaños de su mamá a ella; se preguntaba ¿cómo
podía ser?, y aún en ese instante junto a la taza del té en pleno centro de
Londres, se lo seguía preguntando sin hallar más respuesta que el sonido de su
yanto, cada vez más sonoro sin que las pastas llegaran a dar el más mínimo consuelo,
ni a su ánimo ni a su estómago dolorido por la falta de comida en su cuerpo.
Después de haber
apartado a su padre de su lado, quedando inmóvil en mitad del comedor, su madre
se acercó repitiendo una y otra vez que la perdonará, se echó sobre ella con
los brazos abiertos de par en par precisando un poco de cariño, no solo de su
hija sino de sí misma porque no existe más traición que la que nos hacemos a
nosotros mismos, de aquella de la que no hay perdón posible y menos aún salida.
Su madre la
rodeó con sus brazos, agarro ese pequeño cuerpo que era Valeria y la estrujo
contra si misma, para impedir que su vida se le escapase, como si su hija fuese
lo único que le quedará; como si su propia miseria pudiera limpiarse con las
camisetas blancas de Valeria. Ésta cuando se vio atrapada por el cuerpo de su
madre, sin posibilidad de salida y sin ganas de consolar a aquella persona que
había destrozado cada uno de los pilares de su existencia. Intentando salir de
allí, se revolvió con tal fuerza que empujo a su madre de un golpe en la cara
de tal violencia que la desplazó perdiendo ésta el equilibrio y cayendo por el
golpe en el suelo con la mala fortuna de que su cabeza dio contra el primer
escalón de la escalera que subía al piso de arriba.
La caída fue brusca
y de un impacto seco y duro, de la cabeza contra el suelo. De pronto el terror
se adueñó de su cara y su madre en el suelo rodeada por un charco de sangre que
emanaba de su sien. Su padre perdió la cordura, pero mantuvo una tranquilidad
pasmosa y Valeria quedó inmóvil. Su madre se encontraba tirada en el suelo, con
los ojos abiertos en blanco y la sangre brotando de su cerebro.
Su padre llamó a
urgencias, pero Valeria aterrada, sin mas opción que la huida, cogió su bolso y
desapareció. Valeria no recordaba bien lo que hizo durante los dos días en los
que estuvo desaparecida, en los que nadie supo donde se encontraba. Su padre no
solo tuvo que cargar con la traición, con su madre, con la policía; sino
también con la desaparición de su amada hija Valeria.
Ya no podía
llorar más, esa pesadilla la perseguía y jamás podría hacerla desaparecer,
tendría que llevarla de condena por haber casi matado a su madre, por asesina;
por tan inmenso crimen.
El té estaba
frio y ya era la hora de ir a trabajar. Se levantó y salió de la teteria rumbo
al restaurante que se encontraba una calle mas arriba. Aceleró el paso porque no le gustaba llegar
tarde a ninguna parte ni en esas circunstancias, por las que seguro sería perdonada por Tania. No era su gusto y
por eso avivó la marcha hasta llegar a la puerta de entrada del personal del “El
Santander”. Nada más entrar se encontró con Tania, le cogió del brazo y como ya
se encontraba todo el personal en el restaurante se la llevó directa al
vestuario de mujeres. Tania se aseguró de que no había nadie y con cara de
tener una gran noticia que dar, con cara de alegría cogió de los hombros a
Valeria, la miró a los ojos y le dio esa noticia: -Valeria, me ha llamado tu
padre y el quiere que te diga que se encuentra feliz porque tu madre en la
mañana de hoy salió del coma-.
Valeria suspiró,
aparto a Tania, le cambio el color del rostro, de pronto un chorro de sangre
llenó su cabeza, apenas podía respirar, su bolso cayó al suelo, se quitó el
anorak empapado en agua y con tan solo su camiseta blanca, sin mas ropas sobre
ella, se dio la vuelta ante la mirada perpleja de Tania y se dirigió a la
puerta y tras el pasillo de entrada salió a la calle. Valeria miró al cielo,
respiró fuerte; lleno de aire sus pulmones y de agua su cara como si de una
ducha se tratara. Se quedó inmóvil, a su cabeza llegaron todas las imágenes desde
aquella noche; su huida, su marcha a Londres, la detención de su padre por la
policía y la imagen de su madre tumbada en el suelo, el charco de sangre y los
ojos abiertos en blanco. Valeria miraba al cielo y no sabía si lo que sentía era
decepción o alegría.
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