sábado, 6 de mayo de 2017

VALERIA Y EL TREN -CAP.III- LA PESADILLA DE VALERIA


Como cada día desde hacía ya unos cuantos meses, Valeria desahogaba sus penas entre hortalizas, pescados y poco mas que le dejaban para trabajar en “El Santander”. Era tratada como una auténtica privilegiada entre los fogones del premiado Nacho del Lago. Cocinero español que había hecho su fortuna y labrado su prestigio de entre los paladares de los habitantes y visitantes de esa inmensa ciudad llamada Londres. Valeria no trataba con nadie, tan solo cortaba, picaba, limpiaba, fregaba desde primera hora de la tarde hasta la llegada de la noche. Cada día era igual al otro; entraba, se dirigía al vestuario, se ponía su uniforme y tomaba los instrumentos de la cocina. Sin palabras, sin gestos, sin abrazos ni saludos; sin nada más que ella y la vida, sus circunstancias donde solo le quedaban penas y los recuerdos de las alegrías.

Tania la encargada de sala y jefa de personal, la mimaba; era la mismísima mano de su padre. Tanía era una mujer joven pero con una gran formación profesional.  Las cocinas y comedores eran lo suyo. Persona recta pero envestida con una gran sonrisa. Amable con los clientes, de buen trato con los empleados, pero también disciplinada, recta y rigurosa en su trabajo. Con Valeria todo era una excepción, Nacho el chef lo sabía y no hacia objeción alguna dado el gran valor que aportaba Tania a su negocio y en cuanto a los empleados, tanto de cocina como de sala, ninguno tampoco lo hacía. Todos sabían de la relación de Tania con la familia de Valeria y nunca se atreverían a hacer la más mínima protesta. Lo mas seguro es que si lo hicieran sus carnes terminarían en las colas desagradecidas del desempleo británico. Todos lo aceptaban y tampoco les era una molestia contar con una bonita chica en la cocina a la que parecía que la vida había abandonado, que le habían robado el amor, la alegría y hasta las mismísimas ganar de respirar. Valeria de ser una chica feliz, cariñosa y risueña había pasado a ser todo lo contrario: callada, seria, arisca y con una mirada puesta exclusivamente en sus pensamientos, o tal vez mejor dicho en su pesadilla.

Tras llegar a la estación más próxima al Soho donde se hallaba “El Santander”, Valeria salió de entre las tripas de la ciudad con su carita blanca enrojecida, sus ojos brillantes e irritados. Esas lágrimas en el metro la habían trastornado tanto que difícilmente podría llegar al restaurante en ese estado. Valeria se paró en mitad de la calle y respiro bajo la lluvia, mojando su suave pelo y dejando caer el agua por su cara. No se encontraba con fuerzas para entrar a trabajar y como aún le faltaba unos tres cuartos de hora para empezar, decidió entrar en una tetaría típica de la zona e intentar relajarse un poco tomando un té.

Así lo hizo, se pidió el típico té negro inglés y unas pastas, le dolía el estómago; no había tomado nada desde por la mañana en el aeropuerto de la ciudad donde nación Valeria. Se encontraba desconcertada y con mal cuerpo. A Valeria no le importaba que su cuerpo se hallara mal cuando su alma era un infierno de heridas sangrantes y su corazón solo latía para llevar su poca sangre al resto de su cuerpo. Sentada ante el vapor de ese té y mirando por el cristal a la calle; Valeria de nuevo empezó a llorar y a recordar su pesadilla. Aquel fatídico día de Septiembre acababa de empezar su segundo curso de la diplomatura en Derecho. Valeria estaba feliz con sus estudios, sus amistades y la complicidad de sus padres que la amaban por encima de lo infinito. Valeria miraba su taza de té y solo podía ver los ojos de su mamá, parecía como si tan solo pudiera crear una imagen, como si no existiera mas forma humana que la de su madre. Pero Valeria no recordaba a su madre en los momentos de felicidad, Valeria solo era capaz de visualizar esa cara tendida en el frio suelo de su casa, junto al primer escalón que subía a los dormitorios. Allí tumbada, con la mirada fija en la pared y la sangre a su alrededor. No podía ver más allá y de nuevo las lágrimas brotaban lejos de sus ojos; las lágrimas emanaban de lo más profundo de sus entrañas.

Aquel día cuando ya eran más de la nueve de la noche, Valeria regresaba a casa hambrienta con ganas de cenar y también de besar a sus papis que la esperaban cada noche fuese la hora que fuese a la que llegara. Cuando abrió la puerta de su casa sintió un ambiente enrarecido, no sonaba el televisor como siempre, tan solo se encontraban las luces del techo encendidas, ninguna más. No había ruido, no la llamaron como siempre; nadie salió a darle dos besos. El comedor parecía el escenario de un crimen donde los únicos actores eran dos seres desconsolados, perdidos en la alfombra de la tristeza, la decepción y la traición. Valeria era de sentimientos simples, básicos pero nobles; al igual que vestía era. Valeria era y es una camiseta blanca sin dibujos, sin colores; sin más significado que tela para cubrir su cuerpo. De esos básicos sentimientos surgían las más nobles emociones, sus alegrías; pero también sus tristezas.

Su padre se encontraba sentado en el suelo apoyando su cabeza en uno de los sofás naranjas y su madre sentada en una silla  con la mirada perdida en el oscuro balcón de esa maldita noche. La escena no podía ser mas desoladora y ella sin tener conocimiento de nada de lo que pasaba no se atrevió a articular palabra. Valeria cerro lentamente la puerta de la calle, dejo su bolso sobre una silla, movió lentamente sus piernas y solo pudo observar un objeto negro en el suelo. Era un pen drive y sin mas importancia se agacho y lo cogió para dejarlo sobre la mesa. Valeria no decía nada y solo oía los lloros de su padre y las lágrimas silenciosas de su mamá. En el momento que dejo ese objeto en la mesa, su padre se levantó  ciego de ira y gritando le dijo que lo viera, que descubriera las fotos que había visto por casualidad. Valeria no sabía de que le hablaba pero tampoco se atrevió a decirle nada, ni tan siquiera abrazarlo y tratar de tranquilizarlo.

Valeria no tenía idea de lo que podía contener ese pen drive pero no le dio importancia. Su padre acercó su portátil y le insistió a que lo viera. Valeria no quería, no se sentía con fuerzas para ver algo que al parecer era la causa de ese desastre que estaba sucediendo, para enterarse del motivo por el que las dos personas que más quería en el mundo se encontraban cada una en una esquina del comedor sin poder mirarse y con la cara llena de lágrimas. En ese momento su madre se levantó y le quito el dispositivo de las manos, se acercó a ella y la abrazó sin mas palabras que el perdón. Su mamá le pedía perdón entre sollozos y suplicas. Valeria ante tan situación, ante la confusión solo pudo levantar la voz y gritando suplicar que alguien le explicará lo que estaba pasando, que le dijeran que hechos tan terroríficos contenía ese objeto como para que sus papas se encontraran al borde del abismo.

Su madre no pedía más que perdón sin dar explicaciones, sin informarle de nada. Fue ese momento en el que su padre la cogió de la mano y le dijo mirándola con unos ojos bañados en sangre: -aquí están las fotos de tu madre con su amante en ese viaje a Ibiza que hizo para visitar a una amiga, aquí está tu madre con otro hombre que no es tu padre. Aquí está tu madre que no solo nos ha traicionado, sino que guarda esa traición de recuero-. Valeria echo a temblar, eran cosas que no le cabían en la cabeza, era una historia que no podía entender, era algo imposible, no podía ser; tenía que ser mentira. Hacía unas semanas que su madre había visitado a una amiga en Ibiza que se encontraba mal, eso es lo que dijo; es más eso es lo que a ella  le contó  cada día que estuvo en la Isla. Su madre le había mentido y no lo negaba, es más su madre lloraba y pedía perdón, pero no decía que fuese mentira como ella esperaba, su madre tan solo pedía perdón.

Valeria quedo en shock, no podía mirar a ninguno de los dos, ella se sentía traicionada. No pensaba ni en la traición de su madre a su padre ni del hecho en sí; tan solo podía pensar en esas mentiras, los engaños de su mamá a ella; se preguntaba ¿cómo podía ser?, y aún en ese instante junto a la taza del té en pleno centro de Londres, se lo seguía preguntando sin hallar más respuesta que el sonido de su yanto, cada vez más sonoro sin que las pastas llegaran a dar el más mínimo consuelo, ni a su ánimo ni a su estómago dolorido por la falta de comida en su cuerpo.

Después de haber apartado a su padre de su lado, quedando inmóvil en mitad del comedor, su madre se acercó repitiendo una y otra vez que la perdonará, se echó sobre ella con los brazos abiertos de par en par precisando un poco de cariño, no solo de su hija sino de sí misma porque no existe más traición que la que nos hacemos a nosotros mismos, de aquella de la que no hay perdón posible y menos aún salida.  

Su madre la rodeó con sus brazos, agarro ese pequeño cuerpo que era Valeria y la estrujo contra si misma, para impedir que su vida se le escapase, como si su hija fuese lo único que le quedará; como si su propia miseria pudiera limpiarse con las camisetas blancas de Valeria. Ésta cuando se vio atrapada por el cuerpo de su madre, sin posibilidad de salida y sin ganas de consolar a aquella persona que había destrozado cada uno de los pilares de su existencia. Intentando salir de allí, se revolvió con tal fuerza que empujo a su madre de un golpe en la cara de tal violencia que la desplazó perdiendo ésta el equilibrio y cayendo por el golpe en el suelo con la mala fortuna de que su cabeza dio contra el primer escalón de la escalera que subía al piso de arriba.

La caída fue brusca y de un impacto seco y duro, de la cabeza contra el suelo. De pronto el terror se adueñó de su cara y su madre en el suelo rodeada por un charco de sangre que emanaba de su sien. Su padre perdió la cordura, pero mantuvo una tranquilidad pasmosa y Valeria quedó inmóvil. Su madre se encontraba tirada en el suelo, con los ojos abiertos en blanco y la sangre brotando de su cerebro.

Su padre llamó a urgencias, pero Valeria aterrada, sin mas opción que la huida, cogió su bolso y desapareció. Valeria no recordaba bien lo que hizo durante los dos días en los que estuvo desaparecida, en los que nadie supo donde se encontraba. Su padre no solo tuvo que cargar con la traición, con su madre, con la policía; sino también con la desaparición de su amada hija Valeria.

Ya no podía llorar más, esa pesadilla la perseguía y jamás podría hacerla desaparecer, tendría que llevarla de condena por haber casi matado a su madre, por asesina; por tan inmenso crimen.

El té estaba frio y ya era la hora de ir a trabajar. Se levantó y salió de la teteria rumbo al restaurante que se encontraba una calle mas arriba.  Aceleró el paso porque no le gustaba llegar tarde a ninguna parte ni en esas circunstancias, por las que seguro  sería perdonada por Tania. No era su gusto y por eso avivó la marcha hasta llegar a la puerta de entrada del personal del “El Santander”. Nada más entrar se encontró con Tania, le cogió del brazo y como ya se encontraba todo el personal en el restaurante se la llevó directa al vestuario de mujeres. Tania se aseguró de que no había nadie y con cara de tener una gran noticia que dar, con cara de alegría cogió de los hombros a Valeria, la miró a los ojos y le dio esa noticia: -Valeria, me ha llamado tu padre y el quiere que te diga que se encuentra feliz porque tu madre en la mañana de hoy salió del coma-.


Valeria suspiró, aparto a Tania, le cambio el color del rostro, de pronto un chorro de sangre llenó su cabeza, apenas podía respirar, su bolso cayó al suelo, se quitó el anorak empapado en agua y con tan solo su camiseta blanca, sin mas ropas sobre ella, se dio la vuelta ante la mirada perpleja de Tania y se dirigió a la puerta y tras el pasillo de entrada salió a la calle. Valeria miró al cielo, respiró fuerte; lleno de aire sus pulmones y de agua su cara como si de una ducha se tratara. Se quedó inmóvil, a su cabeza llegaron todas las imágenes desde aquella noche; su huida, su marcha a Londres, la detención de su padre por la policía y la imagen de su madre tumbada en el suelo, el charco de sangre y los ojos abiertos en blanco. Valeria miraba al cielo y no sabía si lo que sentía era decepción o alegría.



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